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HISTORIA DE LA ECONOMÍA, Parte II

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PARA ENTENDER EL MUNDO DE HOY
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    Platón fue uno de los más grandes filósofos griegos, de familia aristocrática y discípulo de Cratilo antes de ser discípulo de Sócrates. Después de la muerte de éste efectuó viajes por cerca de diez años volviendo al cabo de ellos a Atenas donde fundó su famosa Academia. Casi todas sus obras están escritas en forma de diálogos siendo Sócrates el protagonista de la mayoría de ellas. Las doctrinas de Platón (platonismo) fueron discutidas y elaboradas en torno a su Academia por discípulos tanto adictos a ellas como disidentes, tal como fuera Aristóteles. Aristóteles a los 18 años se trasladó a Atenas e ingresó en la Academia de Platón, permaneciendo en ella durante veinte años hasta la muerte del maestro, luego de la cual abandonó Atenas e ingresó en la Corte de Filipo de Macedonia como preceptor y mentor de Alejandro Magno, tarea a la que dedicó tres años. Posteriormente regresó nuevamente a Atenas donde fundó su escuela, el Liceo. Su obra y su problemática resultan absolutamente superiores a las de Platón en cuanto a la practicidad y posibilidad de aplicación de sus principios especialmente en torno a los problemas de la economía y del dinero, tratados en forma crítica por la filosofía platónica. A nivel del vulgo todo lo platónico tiene una imagen de utopía ideal perfeccionista difícil de alcanzar en este mundo y lo aristotélico da idea de mayor practicidad, sobre todo en cuestiones de dinero, ya que la escuela aristotélica ha desarrollado conocimientos concretos sobre el dinero y sobre el manejo del mismo (definición de dinero, crematística, etc.) Juan Filopón, discípulo de Aristóteles y autor de la “Moral a Eudemo”, comentando sobre Hipócrates de Quios (460-380 AC), uno de los mejores geómetras griegos de la época expresa: “Era Hipócrates de Quios ...... de sobresaliente inteligencia en algunos aspectos, pero de ninguna en otros. Era buen geómetra, pero en todo lo demás se mostraba como estúpido; así, en un viaje comercial perdió por su tontería una importante suma que pagó indebidamente a los perceptores de la quincuagésima de Bizancio”. O sea que la inteligencia no podía ser aceptada realmente como inteligencia si no abarcaba además los campos del comercio y del dinero. Así funcionaba la escuela de Aristóteles.
    NOTA: Tales de Mileto
    Geometra griego y uno de los siete sabios de Grecia. Fue el primer matemático griego que inició el desarrollo racional de la geometría.
    Tuvo que soportar durante años las burlas de quienes pensaban que sus muchas horas de trabajo e investigación eran inútiles. Pero un día decidió sacar rendimiento a sus conocimientos. Sus observaciones meteorológicas, por ejemplo, le sirvieron para saber antes que nadie que la siguiente cosecha de aceitunas sería magnífica. Compró todas las prensas de aceitunas que había en Mileto. La cosecha fue, efectivamente, buenísima, y todos los demás agricultores tuvieron que pagarle, por usar las prensas.
    “Grosso modo” y salvando las distancias podemos inferir que la desinteresada e idealista filosofía universal platónica es a la realista y calculadora filosofía terrestre aristotélica como el catolicismo es al calvinismo, más de dos mil años después. La máxima calvinista (compartida, salvo anecdóticas excepciones, por el protestantismo en su conjunto) en virtud de la cual “el éxito y los beneficios de toda empresa mercantil son la recompensa concedida por Dios a sus elegidos” es sobradamente ilustrativa al respecto, y resume a la perfección la esencia del espíritu calvinista y de la inteligencia aristotélica griega, ya que convierte la trascendencia religiosa en un asiento contable o, si se prefiere, en una maravillosa religión para novedosos empresarios “místicos” que hacen del dinero su verdadero Mesías.
   
Aristóteles fue mentor personalizado de Alejandro Magno, al que difícilmente se pueda tachar de utópico o idealista. Aristóteles conocía al dedillo el funcionamiento del famoso Templo/Banco de Delfos en honor de Apolo (los templos helénicos no fueron lugares para asambleas religiosas sino lugares para conservar la imagen de las deidades griegas y el tesoro de la ciudad), cuyo “oráculo” hablaba y tomaba decisiones (en especial las económicas) inapelables para los griegos. En la Grecia clásica, la «anfictionía» significaba un conjunto de ciudades o repúblicas hermanas, unidas por un idioma y una cultura comunes alrededor de un santuario u otro lugar notable. Existió, entre otras, la anfictionía de Delfos, dirigida por un consejo de 24 miembros, que representaba a las doce tribus de la región de las Termópilas. El dios Apolo, a través del Templo/Banco de Delfos y de sus oráculos manejaba todo el sistema.
    También conocía Aristóteles que desde el siglo VI a.C, todos los templos de Atenas que adoraban a Apolo (Apolo era el nombre helénico de la deidad mesoriental Marduk, equivalente al Lucifer de la teología cristiana, el príncipe de este mundo) daban préstamos a interés al público en dracmas, la moneda de los dioses, sin criticar esta práctica con la vehemencia con que sí lo hiciera su maestro Platón, quien había denunciado que la pretensión de hacer engendrar dinero al dinero mediante el interés era una aberración contra la Naturaleza y que esta práctica a la larga enfrenta inevitablemente a una clase contra otra y es por lo tanto destructiva para el Estado. Sin embargo doscientos años antes de ambos filósofos, y siempre en Atenas, el legislador Solón (creador del sistema democrático) había legalizado en sus Constituciones el préstamo de dinero a interés.
    No ha habido lucha interna de escala o intensidad digna de mención en la historia de la civilización europea desde el siglo IV a.C. que no haya sido una continuación virtual de la lucha entre las ideas platónicas y las aristotélicas, aún cuando los dirigentes europeos no tuvieran idea de que sus iniciativas respondieran a una u otra posición, unos recreando inconscientemente el lenguaje ático y los principios platónicos de organización del Estado y otros reivindicando las ideas de Aristóteles.
    Bizancio fue una antigua colonia griega fundada en 675 a.C que prosperó rápidamente gracias a su extraordinaria ubicación estratégica en el cruce de las rutas comerciales entre Oriente y Occidente. Destruida inicialmente por los persas fue recolonizada (siempre por los griegos) a partir de 480 a.C, y su prosperidad económica/financiera fue siempre en aumento. Constantino la convirtió en 330 d.C en la capital del Imperio Romano de Oriente o Imperio Bizantino, al fundar con el nombre de Constantinopla otra ciudad (una extensión de la misma Bizancio al otro lado del Bósforo) hasta que en 1453, tomada por los turcos (fin de la Edad Media), fue nuevamente rebautizada con el nombre de Estambul, nombre con el que perdura hasta hoy. A partir del 395, toda Grecia formó parte oficialmente del Imperio Bizantino, cuya base cultural, social, económica y financiera fue griega. A partir del 395 también Constantinopla (Bizancio) fue la nueva metrópoli de Egipto, ya inseminada culturalmente por los macedónicos (tolomeos) con su refulgente Alejandría proporcionando su flota al Imperio Bizantino. A partir entonces de 395 y luego de algunos milenios, también la antigua cultura comercial/financiera sumeria del préstamo a interés compuesto “respaldado” en oro y/o plata que presta certificados de depósito y nunca oro ni plata convergió desde Grecia y desde Egipto (los antiguos “misterios” de Apolo y de Egipto) en el Imperio Bizantino.
  Venecia fue una ciudad levantada tardíamente sobre un archipiélago costero (compuesto de 120 islotes marítimos separados entre sí por 177 canales) por un conglomerado de gentes de diversos pueblos de la zona que huían de las invasiones bárbaras y que buscaron refugio en este archipiélago, sometidos a la soberanía de Bizancio. En el siglo VII d.C. estaban organizados en 12 poblados confederados e independientes que en 697 eligieron para su gobierno un jefe común o Dogo, mientras aceptaba (junto con Génova) la soberanía de la lejana Bizancio, lo cual resultaría fundamental para su prosperidad y futuro poderío comercial. Creó factorías sobre el Adriático, especialmente en Dalmacia, utilizándolas como estaciones de su poderosa flota marítima en sus viajes comerciales.
    Génova fue un antiguo poblado ligur aliado de Roma, destruido por Cartago y luego reconstruido después de que las invasiones bárbaras destruyeran el Imperio Romano. Justiniano (Constantinopla) expulsó a los ostrogodos de la península e Italia quedó en manos de Bizancio hasta que los lombardos (tribus germánicas) al mando de Alboino en 568 se apoderaron de casi todo el norte de Italia menos del litoral, Génova (sobre el Mar de Liguria) y Venecia (sobre el Adriático) que continuaron bajo la soberanía de Bizancio.
    De tal modo que lo que tuvieron en común Venecia y Génova, dos Estados independientes y totalmente disímiles entre sí llenos de diferencias y contraposiciones de toda índole, fundacionales, étnicas, sociales, culturales, históricas, políticas y militares, fue su contacto permanente con los lombardos y su dependencia soberana y tributaria de Bizancio (Constantinopla), y por la misma, su conocimiento y dominio de las prácticas comerciales griegas (aristotélicas) en base al comercio marítimo y al préstamo a interés compuesto (aunque ya sin necesitar estos dos Estados de Aristóteles, ni de Apolo ni de sus Templos).
    Génova (bajo soberanía de la lejana Bizancio) fue consolidándose como estado independiente y en 1100 se constituyó como la República de San Jorge. La República de Venecia, a 600 Km de distancia de Génova y sobre el litoral opuesto continuó su crecimiento comercial basado en la instalación de factorías comerciales costeras.
    Ambas compitieron entre sí (asociadas o en conflicto) por la exclusividad del comercio con Bizancio, la llave de las mercancías provenientes de Oriente. Ambas poseían poderosas flotas comerciales, la cultura lombarda del asalto y del pillaje sin escrúpulos y el dominio de los conocimientos financieros bizantinos (griegos), una combinación realmente demoledora. En esos tiempos Bizancio (Constantinopla) era la Roma de Oriente, ciudad espectacular centro del Imperio Bizantino. Hacia el año 1000, con la dinastía macedónica, alcanzó su máximo esplendor y expansión, con el 90% de su población griega dividida en cuatro demos (pueblos) dentro del ámbito geográfico de la ciudad.
    Una tercera ciudad no litoraleña de la península itálica, Florencia, situada en Toscana al pie de los Apeninos, a 400 Km de Génova y a 400 Km de Venecia se sumó a estas dos para conformar una trilogía de cultura social lombarda con conocimientos comerciales y financieros bizantinos. El puerto de salida para sus manufacturas era Pisa, pero su zona de influencia era toda la Toscana Central, región de la que la burguesía financiera florentina fundadora del sistema bancario (los términos “banca” y “bancarrota” son florentinos, dado que los prestamistas florentinos del siglo XVI acostumbraban a atender a sus clientes en bancos “bancas” de plazas públicas. Cuando alguno de ellos se declaraba en cesación de pagos, rompía su banca y declaraba su “bancarrota”) llegaría a apoderarse en su totalidad mediante préstamos a interés compuesto contra garantía real (tierras, posesiones).
    Este triángulo financiero (Venecia, Génova y Florencia), dentro de la denominación genérica de lombardos debe clarificarse percibiendo la existencia de dos grupos claramente diferenciados, tanto por sus actividades mercantiles como por los métodos y procedimientos que caracterizaron a cada uno de ellos. Tales fueron, por un lado, los mercaderes florentinos, y por otro, los grandes empresarios genoveses y venecianos. En cualquier caso, la preponderancia económica alcanzada por todos ellos a partir del siglo XIV se hizo ostensible no solamente en la cuenca mediterránea, sino también en países como Alemania, Francia o Inglaterra, al punto que durante los tres siglos siguientes la denominación de lombardo fue sinónimo en toda Europa de prestamista usurario. Iniciaba así su camino hacia su consolidación el capitalismo financiero (2ºjuego, juego financiero), que no representa sino un eslabón superior, un salto cualitativo respecto del capitalismo meramente mercantil (1º juego, juego económico), y cuyas funestas consecuencias habrían de hacerse bien patentes con el transcurso del tiempo. Dado que en el marco implantado por el capitalismo financiero (el dinero como producto) queda eliminada toda noción de corporeidad, el acto económico se convierte entonces en algo de naturaleza puramente abstracta, una entelequia irreal, sólo asientos contables, sólo chips prendidos y/o apagados, posibilitándose con ello el lucro personal e institucional a costa del trabajo real de terceros (tal como en tiempos de Salomón) y, lo que es peor, el dominio absoluto de toda la realidad económica, política y social de esos terceros ya que esta entelequia irreal suele estar apoyada en un poder militar real.
    Los inicios del definitivo auge comercial veneciano se remontan al siglo XI, durante el cual el Imperio Bizantino concedió a los negociantes de esa ciudad el derecho a establecer en sus dominios, especialmente en Bizancio, agencias comerciales (colonias) libres de tasas, facilidad a la que más tarde accedieron también los genoveses y los pisanos. Este asentamiento de colonias venecianas, genovesas y pisanas en Bizancio tuvo, como es lógico, un desarrollo biunívoco: técnicas financieras bizantinas y grupos humanos bizantinos (griegos) se dirigieron también a Venecia, a Génova y a Florencia (Pisa) a través de los nuevos vínculos comerciales, interactuando así Bizancio con Lombardía.
    Sin embargo fueron las cruzadas las que abrieron a Venecia definitivamente las puertas del próximo Oriente. Los empresarios venecianos, en especial el gobernador Enrico Dándolo (casi ciego y de 95 años, Duque de Venecia entre 1192 y 1205), armaron y financiaron la IV Cruzada y haciendo valer su posición de acreedores e “inversores”, la desviaron de sus objetivos iniciales militares/religiosos en Tierra Santa hacia sus propios objetivos comerciales en Bizancio haciéndola marchar en 1202 contra esta ciudad, a la que tomaron por asalto el 13 de abril de 1204, estableciendo férreamente por casi 60 años el Imperio Latino de Constantinopla, del que eran sus “accionistas”. Su propósito fue establecer un control absoluto del comercio con Oriente (algo parecido a las Guerras del Golfo del siglo XX y XXI) en forma monopólica, lo que logró hasta 1258 en que su rival Génova (que no aceptaba quedar afuera del negocio) se asoció con Miguel VIII Paleólogo, general de la ciudad de Nicea, al que proporcionó su flota para reconquistar Constantinopla en 1261 y restaurar un nuevo Imperio Bizantino, ahora con facilidades comerciales para Génova, la República de San Jorge.
Tanto Venecia como Génova manejaban por medio del dinero los hilos de los que ingenuamente se consideraban a sí mismos “protagonistas y actores de la Historia”.

 

La imagen conocida por todos de San Jorge, el valiente caballero que lucha con su lanza contra el dragón, tiene sus orígenes en la leyenda que se creó alrededor de este mártir cristiano. Esa leyenda cuenta que un horrible dragón salía de vez en cuando del fondo de un lago y se acercaba a la ciudad causando la muerte a muchas personas sólo con su pestilente olor. Para tener alejado de la ciudad al dragón los habitantes del lugar le ofrecían jóvenes víctimas que elegían por sorteo. Un día le tocó a la hija del rey. El monarca, no pudiendo impedir la trágica suerte de su tierna hijita, la acompañó llorando hasta las orillas del lago. La princesa parecía irremediablemente perdida, cuando en ese momento se adelantó un valiente caballero que había llegado de Capadocia. Era precisamente Jorge.
El heroico guerrero sacó su espada y ante el asombro de todos obligó con ella al horrible monstruo a seguirlo como un corderito; en efecto, así lo llevó la jovencita ex-víctima hasta las puertas de la ciudad, amarrado con un cordoncito; aunque ya era inofensivo, la gente se encerró en sus casas llena de terror. Entonces Jorge, el héroe salvador, gritó en la plaza pública diciendo que él había ido en nombre de Cristo para que se convirtieran y se bautizaran.
Esta es, con más o menos detalles y/o diferencias la leyenda oficial. Sin embargo los cabalistas prestamistas financistas genoveses le dieron otra retorcida interpretación oculta, afín con sus intereses. En esta el dragón representa al dinero y al uso del dinero, que si es dejado en libertad devora (según estos cabalistas) a las personas. El caballero Jorge representa las técnicas financieras del préstamo a interés compuesto y las técnicas de creación de depósitos bancarios ficticios con el otorgamiento de préstamos (un préstamo genera un depósito), o sea las técnicas con las que es posible dominar al dinero y al uso del dinero y ponerlo al servicio propio. La jovencita ex-víctima representa a las pocas personas (prestamistas, usureros) que dejaron de ser víctimas y que entonces son capaces de conducir así domesticado al dinero y las personas que se encierran en sus casas son el público ignorante a esquilmar por ellos mismos que nunca conocieron estas técnicas financieras, a pesar de que ellas (Jorge) les griten para que se “conviertan” y las aprendan. El pabellón de San Jorge ondea sobre los países que dominan y utilizan en su propio provecho las técnicas bancarias de la usura y del interés compuesto, o sea, el dinero y el uso del dinero, el dragón de la leyenda.

    Si hay un rasgo que singulariza a los empresarios-navegantes venecianos y genoveses, distinguiéndoles del proceder específicamente bancario y financiero florentino, fue su proclividad a la acción militar (además de la comercial/financiera) para llevar a cabo sus proyectos de expansión comercial. Bien podría decirse, que con ellos el rudimentario bandolerismo europeo medieval se organizó y estructuró bajo el signo de la empresa. En efecto, a lo largo de la Edad Media el asalto y el pillaje habían constituido una práctica frecuente entre buena parte de la nobleza europea. Este fenómeno se manifestó (hasta la aparición de la Orden del Temple) con especial virulencia en Francia y, muy especialmente, en Alemania, donde casi alcanzaría características de epidemia. Las correrías expoliadoras de los caballeros salteadores germanos, los célebres raubritter, llegaron a configurar un clima social de inseguridad colectiva conocido en aquel país como “la ley del puño”. Este tipo de acciones tuvo siempre un carácter particular, individual y ocasional, totalmente desprovisto de cualquier cálculo o plan orientado a la consecución de un objetivo ambicioso, sin el menor atisbo de lo que pudiera definirse como una auténtica empresa.
    Por el contrario con el proceder de los magnates venecianos y de los empresarios genoveses, el pillaje lombardo alcanzó cotas de organización verdaderamente empresarial, con toda una maquinaria bélica puesta al servicio de un proyecto lucrativo minuciosamente planificado y estructurado. Tanto es así que el otorgamiento de “patentes de corso” (permisos de asalto, robo y pillaje) fue utilizado en las actas mercantiles genovesas y venecianas de forma absolutamente natural, sin el menor matiz infamante o peyorativo.
  Estas prácticas lombardas, compartidas igualmente por otras ciudades italianas (Pisa, Amalfi), se extendieron con el transcurso del tiempo a varios países europeos, llegando a alcanzar en algunos de ellos caracteres de auténtica institución social. Tales fueron los casos de Francia, Holanda y, muy especialmente, el de la nación corsaria por excelencia, esto es, Inglaterra, en la que toda una Nación y en especial su clase dominante (monarquía y nobleza) fue estructurada según códigos comerciales y financieros lombardos, adaptando inclusive el león de San Jorge del pabellón genovés como propio. Por el contrario, la piratería francesa se nutrió preferentemente de elementos procedentes de la pequeña nobleza protestante de nobles segundones (hugonotes) que buscaban fortuna para sí mismos, y alcanzó su apogeo a mediados del siglo XVII con las flotillas de bucaneros y filibusteros que operaban en aguas de las colonias caribeñas hispanas.
    Empresas corsarias (a imagen y semejanza de sus modelos venecianos y genoveses), y no otra cosa, fueron también las grandes compañías comerciales de los siglos XVI y XVII (Compañías de Indias Holandesa, Francesa e Inglesa), en cuyos balances de pérdidas y ganancias figuraban, como un capítulo más, las originadas por actos de piratería, lo que era considerado absolutamente “normal” en ese tipo de instituciones y sociedades mercantiles dotadas de atribuciones paraestatales de carácter económico, político y militar.
    Pero donde la piratería alcanzó su mayor caracterización y proyección como actividad empresarial, fue, sin ninguna duda, en la Inglaterra del XVI y del XVII. A lo largo de todo ese período, la organización y el desenvolvimiento de las escuadras corsarias británicas diferían muy poco de las de cualquier otro negocio, de ahí el calificativo de “business” con el que denominaron sus actividades los tratadistas de la época. De hecho, las flotillas piratas inglesas eran equipadas y financiadas de forma regular por acaudalados hombres de negocios, cuando no por la propia Corona, y sus más destacados y exitosos cabecillas fueron elevados a la dignidad señorial (sir Francis Drake, sir Martin Frobischer, sir Richard Greenville, sir Henry Morgan, etc.). Sin embargo, con el fin de “guardar las formas” ante Europa y evitar conflictos diplomáticos, impedían que el botín en efectivo producto de sus correrías delictivas llegara totalmente a Inglaterra (sólo llegaba el porcentaje pactado para los “sponsors” y para la Corona) diseñando para el grueso del botín un nuevo tipo de Banca fuera de ella, la hoy conocida como banca “offshore”, sita en las actuales Bahamas (Continuar
á).

Héctor Bardi

*Ver primera parte: https://periodicotribuna.com.ar/Articulo.asp?Articulo=3737

 

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