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FREUD Y SU PSICOANÁLISIS
FREUD Y SU PSICOANÁLISIS

    ¿Puede ser cierto que el psicoanálisis no entra de lleno en el terreno de las pseudociencias? Algunos sostienen que hay mucho de rescatable en él.

 

    Esto parece ser así porque, a diferencia de las pseudociencias netas, utiliza el método indagatorio que es propio del rigor científico.

    A los pacientes explorados por el psicoanalista, se los somete a las indagaciones para conocer la causa de sus neurosis o psicosis y la falencia de esta escuela no se hallaría entonces en la metodología, sino en la interpretación que el psicoanalista hace de las respuestas del paciente.

    En física, por ejemplo, podemos verificar una y mil veces un resultado exacto de fuerzas calculadas que interactúan y transforman un estado de cosas en otro.

    También en las experiencias en química podemos hallar la seguridad de obtener las sustancias químicas deseadas, si hacemos actuar los elementos necesarios en su proporción, según las fórmulas. Lo mismo en biología. Podemos conocer el modo de actuar de las células que tapizan la luz intestinal, durante la digestión. Llegamos a saber cómo las glándulas endocrinas secretan hormonas y de que clase de sustancias químicas se trata.

    En cambio, si observamos las neuronas que estructuran el cerebro hasta el mínimo detalle, no encontramos allí nada que se parezca a un deseo, a una fantasía, una emoción, un recuerdo de cierto paisaje, un largo discurso que puede nacer de la trama cerebral impresionada por la lectura, o la representación de la imagen de una persona, antes vista en una fotografía, televisión o en la calle.
    Luego este campo es difícil, y las únicas señales que podemos lograr, a saber: estados emocionales del paciente detectados en su pulso, rubor o palidez, aumento o disminución hormonal en sangre, tono de voz y las palabras que nos dice, lo mismo que los electroencefalogramas y otras técnicas modernas exploratorias del cerebro, no son suficientes para entender con acierto lo que ocurre en esa masa encefálica donde se encierra todo un mundo preparado genéticamente desde el ADN, para responder al mundo exterior, estampado con vivencias que recoge el individuo a lo largo de su existencia.
Si observamos las células neuronales con un gran aumento, no veremos en esas estructuras ese mundo psicogénico (generador de psiquismo). En todo caso, con técnicas adecuadas se podrán apreciar algunos cambios neuronales, pero no podemos adivinar lo que allí sucede en la dimensión de los quarks, en ese “inmenso espacio vacío” que reina en la estructura de los átomos. Recordemos que el átomo encierra un inmenso espacio “vacío” dentro del ámbito de la microdimensión. El núcleo de un átomo típico tiene la dimensión radial de un l0 elevado a la –l3 potencia cm. (un uno seguido de 13 ceros) en cambio el radio atómico es de 10 a la -8 cm. (un uno seguido de 8 ceros). Imaginémonos el tremendo vacío allí reinante entre la órbita electrónica exterior y el núcleo. En ese supuesto vacío es donde se debe manifestar el psiquismo, eso que por no entenderse en su esencia física íntima y en sus manifestaciones fenomenológicas, comúnmente se denomina alma espiritual como algo imponderable, simple, que no ocupa lugar. (Véase del autor de esta nota: La esencia del universo, Buenos Aires, Ed. Reflexión, capítulos II, 5; III, 2 y XIV).
    Luego, de lo ininteligible en su esencia más íntima pueden surgir interpretaciones mil, y a pesar de tratarse de un método indagatorio con rigor científico, el psicoanalista elabora explicaciones cargadas de subjetividad.
    Así el psicoanálisis nos sume en un mar de “exégesis” mentales de los pacientes, que pueden hallarse totalmente distanciadas de la realidad.
    Tomemos, por ejemplo, el caso que he conocido de cierto padre que sospechando algún trauma psíquico, concurre con su hijo de conducta irregular en el colegio y malas notas, a consultar a un psicoanalista. Este enseguida comprueba que donde más se acentúa la falta de estudio es en la materia geografía que el chico odia.
    De inmediato surge la explicación de base freudiana: el alumno relaciona la geografía con su cuerpo. La geografía presupone exploración del terreno que el chico identifica con la exploración de su cuerpo. Pero como esto último conlleva la idea de un tabú sexual: prohibición de la masturbación, de todo goce sensual, según la cultura, entonces el “paciente” que por represión de los impulsos sexuales hacia el goce ha llegado a “odiar” su cuerpo, por analogía también odia la geografía.
    Este supuesto nexo entre una cosa y otra, es sólo una interpretación antojadiza. Puede que al chico jamás le haya pasado por la mente el relacionar consciente o inconscientemente, su cuerpo con montañas, valles, llanuras, ríos, bosques o mares, y que su conducta frente al profesor en realidad obedezca a factores totalmente desconectados del sexo (antipatía hacia el profesor, etc.).
    Freud ha exagerado la gravitación del sexo en la conducta del individuo con problemas psíquicos; mas sus seguidores, que han modificado aquella postura primitiva pretendiendo suavizar su radical explicación de las neurosis, no han logrado empero convencer del todo, y el psicoanálisis en ciertos aspectos continúa comportándose como una pseudociencia.
    Veamos, por ejemplo, esa clasificación de los caracteres humanos que suenan tan mal y que se halla sobremanera distanciada de la realidad.
    Me refiero a los tan mentados en psicoanálisis, caracteres anal, oral, fálico, uretral, etcétera.
    El psicoanalista austriaco Otto Fenichel, en su libro Teoría psicoanalítica de las neurosis, los describe así:
    “Freud descubrió que ciertos rasgos de carácter predominan en personas cuya vida instintiva tiene una orientación anal. Estos rasgos son, en parte, formaciones reactivas contra actividades eróticoanales y en parte sublimaciones de las mismas. Los primeros rasgos de esta índole son el sentido del orden, la frugalidad y la obstinación. De hecho, las personas que son escrupulosamente pulcras en su vestimenta externa y en el mismo extremo desaseadas en cuanto a su ropa interior y otras que mantienen todo lo que les pertenece en un estado muy desordenado, pero que necesitan, de vez en cuando, arreglarlo todo, esta práctica corresponde al hábito autocrítico de retener las heces por un largo rato y luego ‘saldar todo de una vez’ ”. (Ob. cit. Pág. 318).
    ¿No se parece esto a un oráculo? ¿A una interpretación antojadiza y a una relación insustancial entre ano, heces y conductas psíquicas?
    En cuanto al carácter oral dice:
    “La influencia del erotismo oral sobre la formación del carácter normal y patológico ha sido estudiada en detalle por Karl Abraham y Edward Glover. Aquí el cuadro no es tan claro como en el caso del carácter anal.
    “El erotismo anal es importante para la formación del carácter, porque es durante el aprendizaje de los hábitos higiénicos cuando los niños aprenden por primera vez a privarse de una gratificación instintiva inmediata a cambio de complacer a sus objetos. En el período del erotismo oral, anterior a aquél, los niños traban relaciones con los objetos y aprenden a establecer sus relaciones con ellos”... “Las tendencias sádico-orales tienen a menudo un carácter de vampirismo. Las personas de este tipo ruegan y exigen mucho, no renuncian a su objeto y se adhieren a él por ‘succión’ ”. (Ob. cit. páginas 545 y 546).
    “… La conducta de las personas de carácter oral, presenta frecuentemente signos de identificación con el objeto por el cual quisieran ser alimentados Algunas personas se comportan como madres nutricias en todas sus relaciones con el objeto”. (Ob. cit. pág. 547).
    ¡Exagerado erotismo infantil! Lo único que faltaría es admitir también aquí el carácter de sodomía como algo innato en el varón, en todo varón. Los disparates psicoanalíticos se suceden copiosamente. Evidentemente, todo este panorama psíquico está visto a través de un cristal de color: el psicoanálisis, sinónimo de pseudopsiquiatría.
    Más adelante Fenichel cita:
    “Bergler demostró que algunos casos de eyaculación retardada se configuran de acuerdo con ésta norma: ‘Porque no me han dado lo que yo quise, no daré a otros lo que ellos quieren’. El pene representa el pecho del paciente, y éste se niega inconscientemente a alimentar a su partenaire sexual. La eyaculación retardada también puede ser, sin embargo, la expresión de una tendencia anal a la retención”. (Ob.cit. pág. 547).
    Como vemos, todo es pura fantasía impregnada de sexualidad. Cada psicoanalista puede dar a su gusto una explicación distinta de cada caso y éstas pueden ser tantas como analizadores haya y … ¡esto no es ciencia señores! Si no de interpretación de oráculos, al menos se trata de una pseudociencia.
    También resalta en el psicoanálisis la importancia que se le atribuye a un supuesto “complejo de castración”.
“Reich ha descrito un carácter fálico, llamado también ‘carácter fálico-narcisístico’ que en su mayor parte corresponde, al parecer, al tipo de reacción al complejo de castración llamado de realización de lo deseado. Los caracteres fálicos son personas cuya conducta es temeraria, resuelta, segura de sí misma. Reflejan una fijación en el nivel fálico con sobrestimación del pene y confusión del pene con el cuerpo en conjunto”. (Ob. cit. pág. 55).
    Los despropósitos continúan y son legión los seguidores de Freud que recogieron sus teorías sobre “sexualidad infantil” para llenar extensos tratados con la pura imaginación puesta al vuelo sobre el tema. No voy a negar la existencia de cierta sexualidad en los niños, pero no a tal extremo como lo pretende el psicoanálisis.
    Es de notar entre otras constantes psicoanalíticas, la insistencia sobre aquel supuesto “complejo de castración” que tomaría parte importante en la formación psíquica del individuo. Este complejo de castración es sólo otro invento genuino del creador del psicoanálisis. Una visión antojadiza de ciertos rasgos psíquicos.
    Analicemos ahora la interpretación del mundo de los sueños que hace Freud y que se aproximan ya en cierto modo a la oniromancia. También en estos casos podremos advertir claramente la obsesión por parte de este sabio, en relacionarlo todo con el sexo.
    En su trabajo sobre la interpretación de los sueños (Obras completas, volumen V, pág. 366 y sigs. Buenos Aires, Amorrortu 1986) podemos leer:
    “El sombrero como símbolo del hombre” (de los genitales masculinos).
    “(Fragmento del sueño de una mujer joven agorafóbica -que experimenta una sensación morbosa de angustia ante los espacios abiertos- a consecuencia de una angustia de tentación). Dice la paciente:
    “Es verano y voy de paseo por la calle; llevo un sombrero de paja de forma extraña; su copa es puntiaguda y sus alas penden hacia abajo (la descripción se hace aquí vacilante), y de tal modo que una cae más que la otra. Yo estoy alegre y con talante aplomado. En eso paso junto a un grupo de oficiales jóvenes, y pienso entre mí: ‘nada podéis hacerme vosotros todos’.
    “Explica Freud: Puesto que ella no puede producir ocurrencia alguna relativa al sombrero, digo: ‘El sombrero es, sin duda un genital masculino con su parte media enhiesta y las dos partes laterales colgantes…’ Prosigo: ‘Si usted tiene un marido con unos genitales tan magníficos, no necesita temer nada de los oficiales; vale decir, no necesita desear nada de ellos, pues en todo otro caso son esencialmente sus fantasías de tentación las que le hacen abstraerse de andar sin protección y sin compañía’.
    “Ahora bien, es muy notable la conducta que adoptó la soñante tras esta interpretación. Se retractó de la descripción del sombrero y pretendió no haber dicho que las dos alas pendían hacia abajo. Yo estoy bien seguro de lo que he oído como para dejarme confundir. Ella guarda silencio un momento y después encuentra coraje para preguntar qué significa que su marido tenga un testículo más bajo que el otro… etc. etc”.
    Hemos leído a Freud, quien queda aquí convencido pero no su consultora soñante, de que el sombrero que llevaba en el sueño simbolizaba los descomunales genitales de su esposo y que por ello se sentía protegida contra sus deseos sexuales ante los oficiales.
    ¿Creíble? ¿O se trata de pura fantasía del psicoanalista, una ocurrencia de quien obsesivamente lo relaciona todo con el sexo?
    Veamos el segundo sueño que relata la misma paciente agorafóbica;
    “Una madre echa a su pequeña hija para que vaya sola. Entonces se va en tren con su propia madre y ve a la pequeña encaminarse derecho hacia las vías, donde es aplastada. Se oye el crujido de los huesos (experimenta un sentimiento de desasosiego, pero no una genuina consternación). Después avizora por la ventanilla del vagón por si se ven atrás los pedazos. Entonces la abuela reprocha a su hija por haber hecho ir sola a la pequeña.”
    Luego de realizar una serie de aclaraciones, prosigue Freud:
    “La soñante recuerda que una vez vio a su padre desnudo en el baño, desnudo desde atrás. Habla sobre las diferencias entre los sexos, para destacar que, en el hombre los genitales pueden verse también desde atrás, no así en la mujer. En este contexto ella misma interpreta que la pequeña hijita que tiene cuatro años, son sus propios genitales. Hace a la madre este reproche: le habría exigido que no tuviera genitales, reproche que descubre en el sueño: ‘La madre echa a su pequeña para que deba ir sola’. En su fantasía, el ir sola por la calle significa no tener hombre, o tener relación sexual, y eso no le gusta. Todo indica que la paciente sufrió realmente en la adolescencia por los celos que despertaba en su madre el ser ella preferida a su padre”.
    Esta es una constante en la teoría freudiana. Freud concluye este caso diciendo: “que, el ser aplastado (la criatura arrollada por el tren) simboliza comercio sexual”.
    Pregunto: ¿es esta una explicación lógica, correcta? ¿Única? ¿O se trata otra vez de una interpretación realizada a través del cristal obsesivo del sabio?
    Veamos ahora el relato del sueño de una mujer cuyo marido es policía; y entre paréntesis la interpretación de los detalles:
    “… Alguien entró con violencia en la casa y yo clamé angustiosamente por un policía. Pero éste, en compañía de dos pícaros, se ha ido a una iglesia (o capilla: vagina) a la que se sube por varios escalones (símbolo del coito); tras la iglesia había un monte (monte de Venus) y en lo alto un bosque espeso (el pubis). El policía tenía casco, alzacuello y manto (los demonios con capas y capuchas son de naturaleza fálica, según afirman los “especialistas”). Llevaba barba entera, oscura. Los pillastres tenían delantales recogidos hasta la cintura, modo de bolsas (las dos mitades del escroto). Frente a la iglesia pasa un camino que lleva al monte. A los lados había pasto y malezas que se iban espesando hasta hacerse en la cumbre del monte, un bosque en serio”.
    En otra parte de su obra (pág. 405) Freud relaciona el oro con los excrementos y habla de cierta mujer que sufría de trastorno intestinal, quien soñó que “cerca de una cabañita de madera, que se parece a los retretes aldeanos, alguien entierra un tesoro”; y otra parte del sueño dice que tiene el contenido de que ella le limpia el trasero a su hijita que se ha ensuciado”.
    Pregunta de paso: ¿Ha sido o no, este creador del psicoanálisis un obsesivo del sexo?
    Para persuadirnos definitivamente de que la interpretación freudiana de los sueños se acerca a la oniromancia (adivinación por lo sueños) veamos los siguientes ejemplos de su obra citada:
    “El soñante saca al descubierto a una mujer por detrás de la cama. Significado: le da la preferencia.
    El soñante, como oficial de las Fuerzas Armadas, se sienta a una mesa enfrente del emperador. Significado: Se pone en oposición a su padre.
    “El soñante trata a otra persona por la fractura de un hueso. El análisis revela a esa fractura como figuración de una ruptura matrimonial, más exactamente: “adulterio”.
    “Las horas del día con mucha frecuencia hacen las veces, en el contenido del sueño, de las edades de la infancia Así en el caso de un soñante, las cinco y cuarto de la mañana significaban la edad de cinco años y tres meses el significativo momento en que le nació un hermanito”.
    Las ideas obsesivas de Freud también se tornan evidentes en su obra titulada: Moisés y la religión monoteísta.
    Después de historiar minuciosa y documentadamente la vida del liberador y legislador del pueblo judío para demostrar que Moisés era egipcio, y que la religión monoteísta nació realmente en Egipto en los tiempos de Amenofis IV (luego Akenaton) que sostenía la religión solar del dios Atón, Freud se sale con el despropósito de relacionar el asesinato del caudillo con el complejo de Edipo.
    Sabemos que del ejemplo de Edipo, lo extrajo Freud del drama de Sófocles “Edipo rey”. “Edipo hijo de Layo (rey de Tebas) y de Yocasta, siendo aun niño de pecho fue abandonado porque un oráculo había anunciado a su padre que su hijo sería su asesino. El niño es salvado y criado en una corte extranjera. Luego, Edipo también consulta un oráculo y éste aconseja que abandone su país porque está destinado a matar a su padre y casarse con su madre. Se aleja entonces de la que cree ser su patria y tropieza con el rey Layo, lucha con él y le da muerte. Cuando arriba a Tebas y resuelve un enigma propuesto por la Esfinge, los tebanos agradecidos lo proclaman rey y se desposa con Yocasta. Tiene dos hijos varones y dos mujeres con ella sin sospechar que es su madre. Más a raíz de una peste es consultado nuevamente el oráculo y éste responde a sus consultores que la peste se acabará en cuanto sea expulsado del país el asesino del rey Layo. Edipo, parricida y esposo de su propia madre, una vez enterado de todo por revelación, ciega sus ojos y abandona su país”. (Véase de Sigmund Freud, volumen IV, pág. 270, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu ,1986).
    Esta historia es tomada, no muy acertadamente por cierto, como modelo para explicar la hipótesis psicoanalítica ¡del deseo del niño de poseer sexualmente a su madre y del odio hacia su padre como rival! También se habla de su correlativo para el sexo opuesto: el complejo de Electra, al parecer propuesto por el psicoanalista Jung, para expresar el deseo sexual de las niñas hacia su padre y “cierta añoranza de poseer un pene”.
    Digo que no es muy oportuna la elección de la saga del rey Edipo, porque éste se casó con su madre sin saber que lo era, en cambio lo que insinúa Freud es lisa y llanamente, la existencia de un velado deseo del hijo de poseer sexualmente a su madre. Aunque él lo trate de justificar en su obra titulada: Esquema del psicoanálisis (parte II, VII) comparándolo con “lo inevitable del destino que ha condenado a los hijos varones a vivir todo el complejo de Edipo”, todo esto no convence, ni la comparación ni la pretendida existencia de tal complejo. No satisface cuando Freud dice: “Quizás a todos nos estuvo deparado dirigir la primera moción sexual hacia la madre y el primer odio y deseo violento hacia el padre; nuestros sueños nos convencen de ello. El rey Edipo, que dio muerte a su padre Layo y desposó a su madre Yocasta, no es sino el cumplimiento del deseo de nuestra infancia”. (Obra citada, pág. 271). Así como tampoco convence cuando sugiere que el susodicho complejo pudo haberse originado en lo vivenciado por generaciones anteriores que habrían dejado sus huellas mnémicas en los descendientes, y que afloran como deseos de los varones de poseer sexualmente a su madre. ¡Un mayúsculo disparate imposible de digerir!).
    Pero a tal punto llega la obsesión de Freud con su complejo de Edipo que volviendo a la obra citada Moisés y la religión monoteísta (Madrid, Alianza, 1986, pág. 113), vamos a encontrar en ella cosas como esta:
    “Trauma precoz – Defensa – Latencia – Desencadenamiento de la neurosis – Retorno parcial de lo reprimido: he aquí la fórmula que establecimos para el desarrollo de una neurosis. Ahora invito al lector a que dé un paso más, aceptando que en la vida de la especie humana acaeció algo similar a los sucesos de la existencia individual, es decir, que también en aquélla ocurrieron conflictos de contenido sexual agresivo que dejaron efectos permanentes, pero que en su mayor parte fueron rechazados, olvidados, llegando a actuar sólo más tarde, después de una prolongada latencia, y produciendo entonces fenómenos análogos a los síntomas por su tendencia y estructura”.
    Luego dice: “Ya sustenté esta tesis en mi libro Tótem y tabú, de modo que en esta oportunidad me limitaré a reseñarla. Mi argumentación arranca de un dato de Charles Darwin e incluye una conjetura de Atkinson. Según ella, en épocas prehistóricas el hombre primitivo habría vivido en pequeñas hordas dominadas por un macho poderoso… Así, el macho poderoso habría sido amo y padre de la horda entera, ilimitado en su poderío que ejercía brutalmente. Todas las hembras le pertenecían: tanto las mujeres e hijas de su propia horda como quizá también las robadas a otras. El destino de los hijos varones era muy duro: si despertaba los celos del padre, eran muertos, castrados o proscritos Estaban condenados a vivir reunidos en pequeñas comunidades y a procurarse mujeres raptándolas, situación en la cual uno y otro quizá lograra conquistar una posición análoga a la del padre de la horda primitiva. Por motivos naturales, el hijo menor, amparado por el amor de su madre, gozaba de una posición privilegiada, pudiendo aprovechar la vejez de su padre para suplantarlo después de su muerte.
    “El siguiente paso decisivo hacia la modificación de esta forma de organización ‘social’ habría consistido en que los hermanos, desterrados y reunidos en una comunidad, se concertaron para dominar al padre y matarlo para devorar su cadáver crudo, de acuerdo con las costumbres de esos tiempos. Este canibalismo no debe ser motivo de extrañeza, pues aún se conserva en épocas muy posteriores. Pero lo esencial es que atribuimos a esos seres primitivos las mismas actitudes afectivas que la investigación analítica nos ha permitido comprobar en los primitivos del presente, en nuestros niños. En otros términos creemos que no sólo odiaban y temían al padre, sino que también lo veneraban como modelo (puesto que se lo comieron) y en realidad cada uno de los hijos quería colocarse en su lugar. De tal manera, el acto canibalista se nos torna comprensible como un intento de asegurarse la identificación con el padre, incorporándose una porción del mismo”. (Sigmund Freud: Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, págs. 113,114 y 115).
    Con esto, lisa y llanamente Freud nos insinúa en contradicción con la ciencia genética y con una fuerte raíz lamarckiana, que los caracteres adquiridos se heredan, cuando sabemos hoy por la moderna biología que esto es imposible, más en los tiempos de Freud, esto ya se sabía. Pues más adelante dice Freud:
    “Es todavía más difícil llegar a una conclusión en el caso análogo de la prehistoria. Al correr los milenios se olvidó por cierto, que alguna vez existió un protopadre dotado de las consabidas cualidades, y cuál fue el destino que sufrió; tampoco cabe suponer que de ello existiera, como en el caso de Moisés, una tradición oral. ¿En que sentido puede hablarse entonces de una tradición? ¿En qué forma pudo haberse conservado ésta?...
    “Sostengo que en este punto es casi completa la concordancia entre el individuo y la masa: también en las masas se conserva la impresión del pasado bajo la forma de huellas mnemónicas inconsciente”. (Ob. cit. pág. 134).
También habla de “fragmentos de origen filogenético de una herencia arcaica”, y se pregunta: “¿En qué cosiste esta herencia, qué contiene, cuáles son las pruebas de su existencia?”.
    Responde que: “La primera y más segura respuesta nos dice que esa herencia está formada por determinadas disposiciones como las que poseen todos los seres vivientes. En otos términos, consta de la capacidad y la tendencia a seguir determinadas orientaciones evolutivas y reaccionar de modo particular frente a ciertas excitaciones, impresiones y estímulos.” (Ob. cit. pág 14).
    Luego… “Nos veríamos entonces ante un caso de herencia de una disposición cognitiva, similar a la herencia de una disposición instintiva”. (Ob. cit. págs. 141 6 142).
    Después habla de “…huellas mnemónicas de lo vivenciado por generaciones anteriores”.
    Luego añade reconociendo que: “…nuestro planteamiento es dificultado por la posición actual de la ciencia biológica, que nada quiere saber de una herencia de cualidades adquiridas. No obstante, confesamos con toda modestia que, a pesar de tal objeción, nos resulta imposible prescindir de este factor de la evolución biológica”… “Si aceptamos la conservación de tales huellas mnemónicas en nuestra herencia arcaica, habremos superado el abismo que separa la psicología individual de la colectiva, y podremos abordar los pueblos igual que al individuo neurótico”. (Ob. cit. pág. 143) “…si la vida instintiva de los animales acepta en principio una explicación, entonces sólo puede ser la que traen a su nueva existencia individual las experiencias de la especie; es decir, que se conservan en los recuerdos de las vivencias de sus antepasados En el animal humano sucedería fundamentalmente lo mismo. Su herencia arcaica, aunque de extensión y contenido diferentes, corresponde por completo a los instintos de lo animales”.
    Luego, para concluir dice: “Después de estas consideraciones no tengo reparo alguno en expresar que los hombres siempre han sabido que tuvieron alguna vez un padre primitivo y que le dieron muerte”. Ob. cit. pág. 144) (La bastardilla me pertenece).
    Finalmente lo remata todo diciendo: “El asesinato de Moisés fue una de esas repeticiones; también lo fue más tarde el pretendido asesinato jurídico de Cristo”. (Ob. cit. pág. 145).
    Todo esto es, evidentemente, un mayúsculo disparate de Freud, quien dicho sea de paso, no supo cómo explicar esa inclusión de la impronta del asesinato del padre primigenio, en el acervo genético de la especie humana, dejando un halo de misterio sobre el tema, como si se tratara de algo milagroso, sobrenatural.
    Esto significaría que aquella gran impresión se habría grabado en algún gene, en el ADN del linaje de los clanes primitivos para transmitirse ¡inconscientemente! de generación en generación hasta reaparecer primero en el asesinato de Moisés y luego en el episodio de la muerte de Cristo.
    Esto es imposible, pues va contra la ciencia genética que, tiempo ha, se vio obligada a abandonar la famosa teoría de Lamarck de la herencia de los caracteres adquiridos.
    He aquí entonces dónde, un gran sabio, tiene su lado flaco, y cómo es posible que el complejo (término empleado por Jung para designar “esa condensación de ideas alrededor de un determinado argumento, hasta impedir el desarrollo de las ideas normales e influir sobre el individuo”), lo haya padecido el propio Freud.
    En general, la obra freudiana tiene muchos baches que entroncan con las pseudociencias porque se trata de interpretaciones antojadizas de las experiencias. Entre los múltiples detalles que falsean los diagnósticos psicoanalíticos tenemos a las variadas explicaciones dadas para casos idénticos.
    Podríamos dejarlo todo confinado al mundo freudiano, y tomar como rescatables las corrientes de sus seguidores. Sin embargo, tampoco ellos quedan a salvo de las críticas bien fundadas pues no han sabido encarrilar el estudio de la mente por los cauces del rigor científico con el menor ingrediente subjetivo posible por parte del investigador.

 

Ladislao Vadas

 

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