Argentina está sola. Su relación con
Venezuela la ha alejado de Estados Unidos, un conveniente socio y aliado. A
Bolivia le ha dado la espalda cuando más la necesitaba y su amistad íntima con
Uruguay pasa por su peor momento. Poco a poco, Brasil le ha arrebatado todo su
poder de influencia regional y con España, la madre patria, apenas si se
escribe. El peor efecto a largo plazo de la crisis de 2001 para Argentina ha
sido su desaparición del mundo. El país suramericano ha descuidado dos ejes
clave de su política exterior: el fortalecimiento del Mercosur y las relaciones
con la Unión Europea, ha perdido peso en los foros internacionales y ningún
líder mundial se muere por visitarlo. En marzo, la secretaria de Estado de EE UU,
Condoleezza Rice, ignoró sin rodeos a Argentina en una visita que hizo a Brasil
y Chile.
El Gobierno desaprovechó la oportunidad de ganar peso mundial
utilizando la OMC como trampolín
A la falta de una estrategia en política exterior se ha unido
el carácter huraño del matrimonio que lleva en el poder desde 2003. Al ex
presidente Néstor Kirchner no le importaban las relaciones internacionales,
llegaba el último a casi todas las cumbres donde Argentina tenía algo que decir
y se iba el primero. Kirchner es un economicista obseso que no se da cuenta
de que la tercera potencia latinoamericana no puede sobrevivir sola y que debe
tener una posición sobre los temas que se debaten en su región y el mundo. Lo
triste es que con el modelo continuista de su esposa Cristina Fernández,
presidenta desde diciembre, tampoco recuperará el lugar que por historia y
cultura se merece.
Argentina tuvo una clara oportunidad para hacerse un hueco
entre las voces que pesan en la cumbre de la Organización Mundial de Comercio (OMC)
de 2003 en Cancún. El país, representado entonces por Martín Redrado, fue parte
del grupo que plantó cara a los Estados desarrollados en la lucha por un
comercio más equitativo. Allí estaba Argentina, junto a Brasil, India, China y
Suráfrica; y la prensa mundial quería saber lo que estos países pensaban. Allí
estaba Redrado, junto al ministro de Exteriores brasileño Celso Amorín, la tarde
en que el quinteto apoyó a los Gobiernos africanos para echar por tierra una
cumbre a la que la UE y EE UU acudieron no sin cierta prepotencia. Argentina y
Suráfrica no supieron aprovechar el tirón de popularidad que les dio la cita de
México y se cayeron del cartel, mientras que Brasil echó mano de su maquinaria
diplomática para lograr que le invitaran a los grandes foros internacionales y
China e India se afianzaron como las potencias emergentes que eran. Para la
cumbre de la OMC de Hong Kong de finales de 2005 ya sólo importaron las
opiniones de Amorín y del ministro indio de Comercio, Humayun Khan. El titular
de Exteriores argentino, Jorge Taiana, apareció en alguna de las últimas ruedas
de prensa sentado en un extremo de la fila de conferenciantes muy molesto.
Durante el mandato de Néstor Kirchner, Argentina forjó una
gran alianza con Venezuela que le valió para firmar contratos de suministro
energético, colocar bonos de deuda pública al Estado venezolano y hasta para
salvar de la quiebra a una empresa láctea. Pero como otro gran aliado de
Venezuela es Irán, Kirchner no dudó en enfrascarse en una feroz batalla
dialéctica y judicial con Teherán para evitar una confrontación con Washington y
para aplacar la ira de la comunidad judía argentina, segura de que los iraníes
han estado detrás de los atentados contra la embajada israelí en 1992 y una
mutua médica judía en 1994 que costaron más de 100 vidas. Mientras Kirchner
juega a quedar bien con todos, la diplomacia argentina le da la espalda a la
crisis que vive Bolivia.
A pesar de que el país andino se sitúa al borde de la guerra
civil, Buenos Aires desaprovecha la histórica influencia que tiene sobre La Paz
y no hace nada para aliviar una situación que amenaza con desestabilizar toda la
región. La política exterior argentina hacia Bolivia siempre se ha esforzado por
sacar a La Paz de la órbita de Brasilia y atraerla hacia Buenos Aires. Basta
recordar que el presidente Juan Perón accedió a comprar gas boliviano a
principios de los setenta no por razones económicas sino estratégicas, para
ayudar a Bolivia. Estos acuerdos se mantuvieron tanto durante las dictaduras de
Jorge Videla y Hugo Bánzer como ya en las democracias de Raúl Alfonsín y Hernán
Siles Suazo. Recientemente, la diplomacia argentina ha decidido ocuparse de la
crisis boliviana. Pero ya no sola: Brasil y Colombia también participan en la
mediación entre el Gobierno de Evo Morales y las provincias del Oriente, ricas
en gas y petróleo.
Incapaz de hacer algo por Bolivia, el Gobierno argentino
se enfrasca a tiempo completo en un sorprendente conflicto: la pugna con Uruguay
por la construcción de papeleras en la margen uruguaya del río fronterizo.
La evolución de este conflicto es probablemente el mejor ejemplo de la
inexistencia de una estrategia de política exterior y de la propia crisis de
representación interna que vive Argentina, en la que no hay ningún partido que
cuestione la marcha de la diplomacia. Entre finales de los ochenta, cuando
Uruguay hace pública su intención de crear una zona de reforestación para
producir pasta de celulosa, y febrero de 2005, cuando el ex presidente Jorge
Battle autoriza a la empresa finlandesa Botnia a construir la segunda planta de
pasta de celulosa (con una inversión de 1.200 millones de dólares, la mayor
recibida jamás por el país, y la perspectiva de crear cientos de miles de
empleos), apenas se mentó el asunto de las papeleras. Durante todo ese tiempo,
más de 15 años, ésta fue una cuestión que ambos países supieron gestionar sin
mayores inconvenientes.
A partir de abril de 2005, cuando el Gobierno del socialista
Tabaré Vázquez ratifica el compromiso uruguayo con las papeleras, la situación
desbarra hasta convertirse en el agrio conflicto que ha llegado hasta la Corte
de La Haya. Las organizaciones de ambientalistas y los gobiernos municipales y
provinciales llenaron el vacío dejado por el Gobierno central en política
exterior. Kirchner, por puro populismo, respaldó a estos grupos y Argentina
acabó por convertir en papel mojado el tratado del río Uruguay de 1975 y el
tratado de Asunción de 1991 que garantiza la libre circulación de bienes y
personas en el área del Mercosur, permitiendo el bloqueo sistemático de la
frontera fluvial. Era desconcertante ver al ex presidente Kirchner hacer una
férrea defensa del medio ambiente cuando de las más de 200 leyes presentadas por
su Ejecutivo al Congreso durante su mandato sólo un par fueron de protección
ambiental. Mientras Buenos Aires buscaba la condena internacional de los planes
uruguayos, Montevideo no paraba de cosechar respaldos a su proyecto.
Cristina Fernández hereda de su marido el conflicto con
Uruguay y lo aviva. En su discurso de toma de posesión de diciembre de 2007
la presidenta trata a los uruguayos como hermanos y al mismo tiempo les acusa de
violar los tratados internacionales. El presidente Vázquez estaba en la
ceremonia, así que las declaraciones como poco pueden calificarse de
inoportunas. No es de extrañar que tras este conflicto Uruguay se plantee dejar
de ser miembro del Mercosur para convertirse en "asociado" y tener vía libre
para negociar un acuerdo de libre comercio con Washington. Poco después de este
desplante, otra crisis demostró el poco talante diplomático argentino. La
presidenta ordena al Parlamento "repudiar la ofensa" de EE UU porque durante una
investigación de las autoridades estadounidenses salta la sospecha de que
Fernández ha recibido financiación para su campaña de parte del presidente
venezolano Hugo Chávez.
En Europa poco se recuerda la existencia argentina excepto
por sus excelentes futbolistas y porque visitar hoy Buenos Aires es barato
gracias a la fortaleza del euro. Cristina Fernández pasó recientemente por París
sin pena ni gloria. Al volver prefirió reunirse con la modelo Naomi Campbell que
contarle a la prensa qué acuerdos clave para Argentina había cerrado con
Francia. A España como presidenta aún no ha viajado y, aunque mantiene una
relación cordial con el Gobierno de Zapatero, ni el mundo político ni el
empresarial español le echan de menos. Tras su paso como candidata en julio del
año pasado, a nadie le quedó claro cuál era el proyecto político, económico y
social de Fernández. Casi un año después lo que entonces fueron dudas ha dado
paso a la indiferencia.
Fernando Gualdoni
Diario El País
http://www.elpais.com/articulo/opinion/Argentina/aislada/elpepiopi/20080513elpepiopi_11/Tes