Uno de los “milagros” de corte netamente
judeocristiano es la recepción de los estigmas. Se entiende por
estigmatizar: el imprimir milagrosamente a una persona las llagas de Cristo.
Por supuesto que, carece de todo sentido que los estigmas
sean recibidos por un monje budista o un sacerdote taoísta.
Sólo para un cristiano pueden tener significado las marcas en
el cuerpo correspondientes a las heridas que recibió Cristo durante la pasión,
según los redactores de los Evangelios.
A. Imbert-Gourbeyre, quien investigó el tema, recogió datos
sobre 321 casos.
Parece ser que la moda de la estigmatización nació con san
Francisco de Asís (1182-1226) a quién siguió la religiosa italiana de la Orden
de Santo Domingo, Catalina de Siena (l347-1380). Pero se puede decir que el
siglo de los estigmatizados fue el XIX.
Célebres fueron: Catherine Emmerich, de Agnetemberg, que en
1811 presentaba las llagas de Cristo en sus manos, pies y costado, y Luis Lateau,
en Bélgica en 1868 junto con la Monja de las llagas Sor Patrocinio, de Madrid.
El caso más resonante fue el de Teréese Neumann (1898-1962)
de un pueblito de la frontera alemana con Bohemia (República Checa). Se dice
que esta mujer, evidentemente enferma mental, vivió desde 1926 a 1939 con unos
crisantemos rojos en su piel y las llagas de Cristo en las manos, pies y
costado, y sin tomar otro alimento que la hostia diaria y unas gotas de agua.
El mismo padre Pío (mencionado también entre los casos del
“fenómeno” de bilocación) aparece como estigmatizado.
Pero veamos el relato testimonial de la estigmatización de san Francisco de Asís
escrito por un amigo suyo por orden del papa Gregorio IX:
“Sus manos y pies parecían estar atravesados por clavos. En
la palma de las manos y en el empeine de los pies aparecían las cabezas de los
clavos al mismo tiempo que en el dorso de manos y planta de los pies asomaban
unas protuberancias de carne que semejaban puntas de clavos aplastadas. Una
herida abierta que veces sangraba, se podía ver en el costado derecho como marca
de un lanzazo y sus ropas aparecían manchadas de sangre en esa zona”. Según el
relato de Tomás Celano, religioso franciscano italiano de la Edad Media, quien
manifestó: “Quienes narramos estos prodigios, no sólo fuimos testigos de ellos
sino que los comprobamos con nuestras mismas manos. Esas salientes insertas en
su propia carne se elevaban si se apretaba el otro extremo y viceversa”. (Véase:
el libro del profesor de parapsicología de la Universidad John F. Kennedy de
Orinda, California, D. Scott Rogo, en su traducción al castellano titulado:
El enigma de los milagros, pág. 64. Martínez Roca, Barcelona, 1988).
Se dice que san Francisco recibió los estigmas dos años antes
de su muerte, esto es en 1224, en circunstancias en que se hallaba realizando un
retiro de cuarenta días en el monte Alvernia de los Apeninos, donde tuvo una
visión de Jesús crucificado. En ese entonces, se dice, (y sólo se dice) se le
produjeron los estigmas. Este último detalle es sugestivo, como lo es también el
relato de su amigo Tomás de Celano quien toco los “clavos” de carne en la carne
del santo una vez muerto éste.
Es sugerente porque de ello puede deducirse la verdad del
caso, muy alejada por cierto de la idea de milagro.
Sabemos que muchos místicos se autoflagelan. Esto hace
recordar, sobre la marcha, los casos de “los flagelantes” y las monjas llamadas
“convulsionarias”.
Cuando el misticismo “se les sube a la cabeza” son capaces de
realizar las pruebas más descabelladas a la par de dolorosas.
Puedo dar una explicación alejada de todo milagro del caso
del apóstol de los pobres, soñador y místico san Francisco de Asís. Este
religioso, ubicado en los montes Apeninos, durante su retiro en soledad, sin
duda pudo haber “inventado” sus estigmas, esto es, haberse infligido adrede
él mismo las heridas quizás con guijarros partidos u objetos punzantes como
astillas, precisamente en los lugares que señalan los evangelistas cuando
narran la crucifixión de Jesús el Nazareno.
Es de suponer que san Francisco ha sido una persona muy
resistente a las infecciones, pues todo nos indica que esas heridas fueron
mantenidas sangrantes por sucesivas laceraciones, y lo más probable es que en
las manos y pies se hallaran realmente alojados fragmentos de hueso astillado de
algún animal, espinas y otro material, que podían ofrecer el aspecto de clavos
carnosos. Esto explicaría las pruebas de Celano cuando apretaba los supuestos
clavos en un extremo para sobresalir por el otro.
Lo mismo pudo haber sucedido en el caso de la monja
Elizabeth, quien vivía en Herkenrode, lugar próximo a Lieja, que sangraba por la
frente imitando las lesiones provocadas por la corona de espinas de Jesús.
(Véase el libro de Scott Rogo citado, pág. 48, dónde se menciona este caso).
Esas heridas, sin duda se las causaba ella misma, ya sea con
una verdadera corona de espinas de su propia factura o con cualquier objeto
punzante, para aparentar “el milagro”.
También de esta clase debe ser el “milagro” de la apasionada
asceta santa Verónica (Verónica Guiliani (1660-1727) quién “recibió” los
estigmas en el año 1697 (según se dice). Marcas que de las de manos y pies
desaparecieron a los tres años, para quedar sólo la herida del costado. Pero
además mostraba una herida en el hombro como una profunda concavidad que
remedaba a la que seguramente se produjo en el hombro de Jesucristo cuando
cargaba la cruz.
Incluso se dice que después de su muerte, los médicos que le
hicieron la autopsia, creyeron ver en su corazón ciertas imágenes estampadas que
ella había dibujado. (Véase: obra citada, pág. 48).
¿Persistiría este “milagro” ante una autopsia ejecutada en
nuestros días? Lo dudo sobremanera.
Otro caso de “autoestigmatización” ha sido sin duda el de
la ya citada monja agustina alemana Anne Catherine Emmerich que presentó las
señales en el año 1811.
Ella trató siempre de mantener las heridas en secreto y… ¡por
algo debía ser! No obstante, los eclesiásticos y médicos pudieron examinarla. En
este caso, sus heridas se cerraron definitivamente en 1818. También presentaba
una serie de pequeñas heridas formando cruces que a veces se imprimían en su
cuerpo. Una de ellas que se hallaba localizada en el pecho, sangraba los días
miércoles. Pero no presentaba una herida abierta sino que la sangre rezumaba por
la piel. ¡Claro! Las heridas que se infligía eran
producidas seguramente por finísimas agujas todos los días miércoles.
Explicación lógica, pero nunca milagrosa.
Por su parte, la también citada Teréese Neumann, que nunca
había estado enferma somáticamente como se creyó (parálisis, ceguera,
convulsiones) sino que era rica, dijo que recibió las cinco heridas clásicas de
la Pasión del Cristo, una noche estando sola acostada en la cama.
“Tuvo como es de rigor, una visión de Cristo, y mientras
contemplaba la figura sintió un intenso dolor en el costado y un líquido
caliente que le recorría el cuerpo. Al salir del éxtasis descubrió que le
brotaba sangre de una herida que se le había abierto en el costado.
“Al principio quiso guardar el secreto y pidió a su hermana
que le ayudara a lavar las ropas y la cama manchadas de sangre”. (Ob. cit. pág.
53).
A fines de 1926 aparecieron en la frente de Therese ocho
pequeñas heridas que representaban la corona de espinas (como en el caso de la
monja Elizabeth de Horkenrode). También tuvo estigmas en las manos y pies y
hacia 1927; las de las manos se habían transformado en verdaderos agujeros que
las atravesaban de lado a lado.
¿Qué mayor evidencia que esta? Sin duda era ella misma
quien se infligía las heridas de modo permanente hasta lograr la falta de su
cierre en las manos.
Pienso que lo único que hay que admirar en estas personas
psíquicamente anormales, es la excelente respuesta de su sistema inmunológico a
las infecciones.
La imitación también se nota. El ejemplo cunde, pues hacia
1930 los estigmas de Therése comenzaron imitar a los de san Francisco de Asís
cuando unas protuberancias en forma de cabeza de clavos surgieron lentamente en
el interior de las heridas de las manos. La locura puede llegar al clímax y todo
por causa de la fe. Una fe rayana en lo morboso en cuyas garras el individuo no
escatima esfuerzos para tratar de convencer a los demás con toda clase de
artimañas, y todo por hallarse autoconvencido de realizar algo bueno para el
prójimo, a saber: reforzar la fe de sus semejantes, frenar una guerra, etc.
Juan Martín Charcot (1825-1893), quien fue célebre por sus
estudios clínicos de la neurosis, encuadró bajo la denominación de histéricos
a ciertos pacientes dentro de los cuales a su vez se hallan comprendidos los
estigmatizados.
Como en los casos de los endemoniados, también los
estigmatizados, naturales enfermos mentales son pasto de la superstición y se
dicen de ellos las más grandes extravagancias y así es como se rodean de la
aureola de santidad. Incluso se les atribuye la facultad de la levitación,
inedia (abstención de comida), y otros “milagros” que jamás produjeron.
Del célebre estigmatizado, padre Pío (Francisco Forgione) ya
conocido por sus “bilocaciones”, se dice que sus heridas sangrantes exhalaban un
maravilloso perfume. ¡Y aquí puede estar el secreto para evitar las infecciones!
El padre Pío seguramente utilizaba perfumes elaborados con alcohol para
desinfectar sus heridas.
También se dice que la sangre que manaba de un pie de Therese
Neumann contravenía la ley de gravedad puesto que corría directamente hacia
arriba, tal como sucedido hace más de 2000 años en Jesús crucificado, en aquella
ocasión hacia abajo. ¿Se efectuó correctamente la observación? ¿Dónde están las
pruebas?
Vayamos al ejemplo de otras religiones: a los sacerdotes
aztecas, mayas, del imperio incaico o a los bonzos chinos…, jamás se les hubiese
ocurrido estigmatizarse ¡para demostrar iluminados que sus respectivas
religiones eran las verdaderas!
Ladislao Vadas
opino que este es un echo increible y deberian poner mas informacion sobre este tema