La pelota de tenis iba y venía sobre la
red, durante horas de un extenuante partido, hasta que cayó del lado del
oficialismo, apenas por una pizca de brisa que se fue gestando en violentas
tormentas: el partido lo ganó el kirchnerismo, pero ¿lo ganó también el país?
República Argentina no es sinónimo de República Kirchner, aunque así lo
estén creyendo hoy los hombres y mujeres subidos a la cúspide de un poder cada
vez más difícil de sostener, y más escurridizo a medida que se suman los
desaciertos.
El champagne que descorcharon en la Casa Rosada los esposos
Kirchner y sus colaboradores probablemente termine provocándoles una mala
digestión: un triunfo con sólo siete votos (¿puntos?) de diferencia no es
para que nadie festeje, cuando se trata de casi 130 en juego.
El peronismo, queda claro ya, ha vuelto a exhibir con
claridad la división que casi siempre surcó su historia. Hubo tiempos en que
tuvo líderes contemporizadores que lograron aunarlo y hubo otros en que la
división fue la regla elegida. Al fin y al cabo, quienes se equivocaron lo
pagaron luego con resonantes derrotas en las urnas.
El Gobierno triunfó sobre el campo en la larguísima y
agotadora batalla en la que el tendal de víctimas tapiza al país. Un triunfo a
lo Pirro tal vez no tenga demasiado espacio futuro para la celebración, aunque
en las siguientes instancias para imponer las retenciones móviles altas, en el
Senado y eventualmente en la Corte, terminen volcándose a favor del hito que
instaló en la Argentina del Tercer Milenio un punto de inflexión.
Después de la terrible crisis del 2001, asumió Eduardo
Duhalde y le tocó la parte más difícil del inicio de la normalización de la
Nación. El ajustado triunfo electoral de su ahijado circunstancial, Néstor
Kirchner, impuso un sello curioso: por un lado, llevó hasta los mejores extremos
que pudo el mejoramiento de la economía nacional, y renovó el optimismo en los
ciudadanos, y por el otro instauró un estilo político con muy pocas
características respetuosas del sistema republicano, representativo y federal.
Pero como se sabe, en la Argentina, mientras los bolsillos
estén más o menos en buenas condiciones, la calidad de las instituciones no
quita el sueño a la mayoría de los ciudadanos.
Con la victoria electoral de Cristina Kirchner, una
continuidad, hoy una verdadera "sombra" del hombre que verdaderamente maneja los
hilos del país, la situación sufrió un cambio abrupto.
Hoy el escenario es bien distinto de aquel en que se navegaba
por aguas esperanzadoras en lo que a la economía se refiere.
"Desde lo del campo", la frase que hoy en forma casi
excluyente precede a cualquier negociación, desde la más simple a la más
compleja, nada volverá a ser igual. La mejor de las hipótesis es que en algún
momento el poder ingrese por la vía de la sensatez para hacer más tolerables
para el país y sus ciudadanos lo que resta del mandato democrático de Cristina
Fernández.
Las retenciones se impondrán, tal como lo anhelaba
desesperadamente el matrimonio presidencial, pero en el campo la situación no
ingresará al esperado camino de la recuperación económica. Los productores
sumergidos en el pesimismo, tal vez busquen otras vías más rentables de
actividad, probablemente abandonen el mundo productivo para sumergirse en el
insidioso de la especulación financiera, como siempre ha ocurrido en un país que
tiene por insólita tradición castigar al trabajo.
Castiga a los trabajadores con impuestos altísimos y
confiscatorios de sus sueldos, castiga a los industriales, castiga a los
productores, y sólo premia a los sectores de servicios, los más parasitarios de
la economía, con subsidios tan gigantescos que llegará el momento en que no
alcanzarán los recursos disponibles para saciarlos.
El ex presidente Néstor Kirchner finalmente se sinceró en su
último discurso en la sede de la UOM plagado de actos fallidos. "Si no
aumentamos las retenciones, ¿cómo vamos a pagar nuestras obligaciones externas?"
admitió en un pasaje mientras que acto seguido anunció: "Ahora Cristina va a
'empezar' ocuparse de los que están 'más abajo'". ¿Entonces reconoce que la
Presidenta todavía no había "empezado" por ocuparse de los más pobres, aunque
ese sea el excluyente caballito de batalla de sus discursos? Argentina navega
hoy en aguas tan inciertas en las que se van multiplicando episodios por demás
curiosos que son síntomas claros de que las cosas en la economía no andan nada
bien.
Como el caso de una ama de casa, que fue a reservar un pollo
a un comercio de granja para el día siguiente, y el dueño le pidió que "dejara
una seña" si quería mantener el precio, ya que al día siguiente sería remarcado.
Hoy, la mayoría de las transacciones comerciales deben
hacerse mediante pactos monetarios para que el consumidor no padezca la temida
"maquinita" que aumenta casi a diario los precios.
La excusa es "desde que empezó lo del campo", aunque la
verdad sea que desde mucho antes el proceso inflacionario se había tornado tan
incontrolable que el Gobierno no encontró mejor solución que la de ocultarlo
bajo la alfombra.
Lo mismo ocurre con la desocupación. Con la intervención al
INDEC, mediante cifras es imposible dar con el número real de desempleados; el
único parámetro es lo que conoce la gente de carne y hueso sobre los marginados
que los rodean.
Ni hablar de la inseguridad. Para el Gobierno, la Argentina
está ingresando al mejor de los mundos. De la inseguridad, según habituales
voceros del poder, sólo queda "una sensación", nada real.
Nada real, pero ahora los bancos han comenzado a vender
seguros para el robo de carteras y billeteras, tanto se ha extendido el fenómeno
de la delincuencia.
Son dos caras de un país. Quienes intentan verlo y
describirlo tal como es, no son golpistas, son demócratas que aspiran,
empecinadamente, en que de una vez por todos la dirigencia se ponga el traje de
representante real de la sociedad y sus ciudadanos y defienda de verdad sus
intereses, no que se dedique a autosatisfacerse cada vez más en una soledad que,
se sabe, jamás es buena consejera.
Carmen Coiro