Diversas voces del mundo político y
empresario han adjudicado el cambio de actitud del BCRA durante las últimas
semanas —haciendo bajar el dólar, menos 5,6%— a un inescrupuloso afán de
venganza de los Kirchner contra los sectores productivos, tanto rurales como
industriales.
Buscando motivaciones algo más racionales y virtuosas, ese
accionar podría ser visto como un intento —aunque aislado y sin acompañamiento
de la política fiscal ni de la de ingresos— de desacelerar la inflación, a la
que el mismo BCRA le aportó rienda suelta en todos estos años. Años en que se
dedicó a hacer precisamente lo inverso: sostener alto el dólar y hundir el peso,
con una expansión monetaria que llegó a superar 35% interanual (por cierto
que el actual es en todo caso un intento desinflacionario tímido, pues la
emisión de base se mantiene aún por encima de 21% interanual).
En lo que no hay dudas es sobre el tenor de algunas voces
críticas que ya se alzan y se alzarán en las próximas semanas, advirtiendo que
«la apreciación nominal del peso amenaza nuestro superávit externo».
Si se examina el desempeño de la balanza comercial hasta mayo
—cinco meses en que la política cambiaria mantuvo el sesgo «competitivo»,
desvalorizando el peso con compras de divisas— se puede advertir que
efectivamente el sostenimiento futuro de aquel superávit está en riesgo, pero no
por obra de la mentada apreciación. El excedente cayó en abril y mayo; lo mismo
habría ocurrido en junio.
Lo facturado por exportaciones acumuladas en los primeros
cinco meses —es decir, no una muestra puntual sino casi medio año— ha crecido un
quinto por debajo de lo que lo hicieron las compras. La situación sería mucho
peor si el dólar no se hubiera desvalorizado frente a otras monedas y la rueda
de la fortuna de los precios internacionales no hubiera jugado a favor de la
Argentina. En los primeros cinco meses del año, los precios de los bienes que el
país vende aumentaron casi tres veces de lo que lo hicieron aquellos que
adquiere.
Entonces, si se toma las cantidades exportadas hasta mayo, se
ve que éstas vienen creciendo diez veces más lento que nuestras compras. La
tendencia a futuro es una caída lisa y llana de los volúmenes exportados, lo que
ocurrió en los últimos tres meses, mientras las unidades compradas crecen 30%
interanual.
La tentación intervencionista es percibir en esto una manía
consumista de los argentinos y no advertir que es el resultado natural del sesgo
pro demanda y antioferta de la política kirchnerista. Las limitaciones a la
expansión de la oferta —la saturación de la capacidad instalada de varios
sectores ante la falta de inversiones— y la crisis energética han venido
impulsando las importaciones, además de presionar sobre los precios internos.
Desequilibrio
La demanda interna creció en 2007 el doble de rápido que la
oferta doméstica; ese desequilibrio se cubre con importaciones.
Otra razón de deterioro de la balanza comercial es la elevada
inflación doméstica, que hace más competitivos los precios de los productos
extranjeros y encarece a los nacionales.
El modelo de tipo de cambio alto ha sido enarbolado como
prerrequisito de competitividad externa cuando en realidad ha sido sólo la
excusa para poder hacerse fácilmente de los fondos de los sectores exportadores
más productivos, que no dependen del subsidio cambiario. Nada más
ilustrativo para comprender su fracaso como motor exportador que examinar el
comercio bilateral con Brasil.
Brasil ha seguido durante todos estos años una política
inversa, de permanente apreciación de su moneda, tanto sobre el dólar como sobre
otras divisas principales. Tan sólo el año pasado, el real se revaluó 21% frente
al dólar. Y otro 8,5% en lo que va de 2008.
De acuerdo con el credo productivista, el comercio exterior
de Brasil debiera haber colapsado, y su mercado interno tendría que padecer una
auténtica inundación de productos argentinos, beneficiados por un tipo de cambio
bilateral súperalto. Pues bien, pese a esa brecha cambiaria creciente a favor de
la Argentina, la balanza bilateral muestra durante 61 meses consecutivos un no
menos creciente desequilibrio en contra.
En lo que va del año, el déficit bilateral es 43% mayor al
del mismo período de 2007 y ya es seguro que esa situación no se revertirá
durante 2008.
Es que no se compite sólo con costos (salariales) bajos. La
verdadera eficiencia reside en la productividad combinada del trabajo, del
capital y de la tierra. Pero también en reglas estables y justas, amparadas por
instituciones sólidas y gobiernos austeros.
La voracidad fiscal implica costos mayores sin mejora de la
productividad. Y en este punto las comparaciones son odiosas. Con el objeto de
asegurarse u$s 9.000 millones, el Ejecutivo argentino se arrogó facultades
legislativas y en un lapso de cuatro meses ordenó dos aumentos en los impuestos
a las exportaciones agropecuarias y los implantó para las mineras (quebrando,
por otra parte, la estabilidad tributaria que se les había garantizado a estas
inversiones). El gobierno brasileño, a cambio, dispuso un recorte de gastos de
u$s 5.157 millones sesenta días después de anunciar otra rebaja que, en ese
caso, fue por la friolera de u$s 11.400 millones mientras se anticipan
incentivos a la producción de materias primas. «No se equivoque —me dicen—. Lo
que sucede es que nosotros tenemos una política industrialista y por eso
premiamos con reintegros y protecciones arancelarias a algunos sectores mientras
que gravamosotros.» -Ah, bueno. Si ese es el objetivo, entonces estamos
realmente en aprietos: apenas 29% de nuestras ventas son industriales.
No todo son malas noticias. A pesar de la permanente diatriba
contra el agro y del ingrato desprecio por las condiciones naturales con que
Dios bendijo la tierra, el aumento de nuestras exportaciones obedece al salto
—nada menos que de 52%— en las ventas de productos primarios y al feroz
crecimiento de la industria agroalimentaria, con 49% más unidades vendidas que
en el mismo período de 2007. Estos sectores también son los principales
responsables de inversiones «en serio». Uno se refiere a tractores,
cosechadoras, procesadoras y empacadoras, y no a aparatos telefónicos y
celulares, también rotulados por el INDEC como bienes de capital. El
procesamiento de los bienes agropecuarios —puro valor agregado— representa ya
más de un tercio del valor de todas nuestras ventas al exterior.
En lo que hace a la energía y los combustibles —un área en la
que se supo ser competitivo gracias al notable ciclo inversor de los denostados
90— caen 27% interanual, desaprovechando el formidable salto de 59% en sus
precios internacionales.
Con verdadera impudicia sigue la queja contra los subsidios
agrícolas y las protecciones arancelarias de Europa cuando en el país, en pleno
reinado de la más amplia y sospechada maquinaria de subsidios y trabas
paraarancelarias que se haya conocido, el gobierno matrimonial decide llevar el
castigo a las exportaciones, colocándolas a apenas 5% de una completa exacción
colectivista. Tanta lamentación ha hecho perder de vista que las ventas a la
Unión Europea casi igualan a lo que compra el Mercosur. Mientras éste es la
contraparte con la que se padece el mayor desequilibrio, la UE junto a Chile
proveen los resultados más superavitarios al país.
La situación comercial todavía excedentaria nada tiene
que ver con la política cambiaria y comercial (si es que hay alguna) del
gobierno kirchnerista. Se debe por completo a la circunstancia históricamente
excepcional de los precios internacionales. Si no se computara la mejora que
experimentaron los términos de nuestro intercambio (aumento de los precios de lo
que se exporta y caída de lo que se compra) en los cinco últimos años, la
balanza de 2008 arrojaría un déficit comercial de más de u$s 15.500 millones.
El deterioro de la balanza comercial adquiere particular
relevancia en el presente clima de desconfianza y huida de capitales. Si el
excedente comercial se erosiona, el BCRA perderá un insustituible proveedor de
divisas para equilibrar la sedienta demanda por parte del público y evitar la
disparada del dólar.
Agustín Monteverde
Ámbito Financiero