Contrariamente a lo planteado por el
fundamentalismo kirchnerista durante más de cuatro meses de paro agropecuario,
las retenciones móviles quedaron semiderogadas y, sin embargo, su gobierno no se
cayó. No fue volteado por nadie y tampoco andan por las calles los comandos a
los cuales aludió Néstor Kirchner en sus fraternales apariciones públicas.
Al final, razonar por el absurdo en esta específica y
particular circunstancia terminó generando una hipótesis cierta (algo raro en el
país): no podía ser que los argentinos presenciaran otra vez el final abrupto de
un gobierno elegido por el pueblo, en esta ocasión debido a $ 6.000 millones de
recaudación (0,6% del PBI) después que el Estado despilfarrara los $ 270.000
millones adicionales que obtuvo desde 2003. No hay dudas de que se ha perdido
otra oportunidad histórica de generar las condiciones para lograr un crecimiento
sostenido a tasas altas y dejar atrás la decadencia. Los Kirchner han devaluado
el crédito externo tildando de delincuentes a los prestamistas, aniquilaron la
inversión extranjera directa para estatizar y argentinizar las empresas
privatizadas, han sembrado odio donde había tolerancia, llevaron la cultura del
clientelismo (degradando la del trabajo) hasta niveles que harían sonrojar al
propio general Perón; de su mano el país puede ser el hazmerreír en la Ronda de
Doha cuando la Cancillería defienda las retenciones, pida que Europa y USA bajen
los subsidios y al mismo tiempo sostenga el proteccionismo industrial. En
materia fiscal ya se dispone del mismo déficit que en el explosivo 2002 luego de
6 años de crecimiento, con una presión impositiva récord histórica y con
impuestos específicos de 35% a 45% sobre los precios brutos de producción de
alimentos y petróleo, respectivamente.
Sin embargo, ayer el ministro de Economía volvió, como
todos los meses desde hace seis años, a deleitar al público con edulcoradas y
etéreas conferencias de prensa mostrando una solidez a prueba de balas de las
cuentas públicas. Por si todavía queda algún desinformado, es importante
tener en cuenta que cuando el gobierno habla con infantil candidez del superávit
fiscal, en realidad y aunque siempre se haga el distraído, relata sobre la
diferencia entre ingresos y gastos sólo del Estado nacional (las provincias
brillan por su ausencia) y antes del pago de intereses (como para dejar en claro
que la deuda es defaulteable otra vez).
Tropelía
El esfuerzo de Fernández consiste en mostrar un superávit
(nunca aclarando que es el primario) de $ 25.000/ $ 30.000 millones por año
desde 2006. ¿Cómo? De cualquier forma. En 2007 se cometió la tropelía de
computar como ingresos de seguridad social $ 4.800 millones provenientes de los
stocks de bonos, acciones y depósitos de los hombres mayores de 55 años y
de las mujeres con más de 50 años que tuvieran menos de $ 20.000 en sus cuentas
de capitalización porque de prepo eran transferidos al Estado si no
optaban explícitamente a favor del sistema de AFJP. En lo que va de 2008 el BCRA
ya le ha transferido utilidades por $ 3.500 millones (su balance de 2007 decía
sólo $ 1.450 millones de los $ 7.800 millones que ganó). Y cuando hace falta,
se ejecuta pero no se paga la obra pública para mostrar alguna desaceleración
del gasto que permita mejorar la foto del resultado fiscal de algún mes en
particular.
Por su parte, la mayoría de las provincias grandes (Buenos
Aires y Córdoba ya lo tienen match point) analizan planes para aumentar y
generalizar el distorsivo impuesto sobre los Ingresos Brutos. En los municipios,
el alumbrado, barrido y limpieza (en la Capital, a Macri se le paga para que la
mantenga bien sucia y llena de baches) no para de subir y ya están a punto de
cobrar tasas de abasto hasta al aire que se respira.
Entonces, resulta esotérico que habiéndose decidido en su
momento las hoy fracasadas retenciones móviles por el drama fiscal que vive el
gobierno nacional, que se consume su superávit primario sin dibujos ni artimañas
en $ 20.000 millones de intereses de la deuda pública y casi $ 10.000 millones
de déficit en las provincias, los trascendidos indiquen que el relanzamiento del
gobierno se basaría en más gasto público y menor recaudación.
En efecto, el gobierno enviaría en breve al Congreso un
proyecto de ley de movilidad en los haberes jubilatorios y decidiría una baja
del Impuesto a las Ganancias personales. Luego lo complementaría con una suba de
tarifas de luz y gas dirigida a los segmentos más pudientes no sólo para alejar
el fantasma del colapso con el que siempre amenaza el sistema eléctrico sino
también para bajar la inflación con la ridícula hipótesis de que los ricos, si
tienen que pagar más por los servicios públicos, irán menos a los shopping a
presionar sobre la demanda de bienes.
Lo que el gobierno de los Kirchner parece no entender es
que si la Argentina creció por seis años fue a pesar de su modelo productivo, no
debido a él, y que se necesita un shock favorable de términos del
intercambio creciente (hasta ahora viene a 1,5% del PBI por año desde 2003) para
más que compensar el desastre de política económica que se disfruta.
No es que el modelo esté agotado. El modelo fue siempre un
lastre para crecer. Si se logró, fue porque Duhalde, en 2002, después de haber
fundido a la provincia de Buenos Aires y a su banco, evitó la hiperinflación
cuando congeló el gasto público y Aldo Pignanelli, el entonces presidente del
Banco Central, dejó de emitir moneda por redescuentos a los bancos. Luego vino
el regalo de los mejores términos del intercambio de nuestra historia durante
seis años.
Vigencia
Lo ideal sería un cambio copernicano y abandonar el fracasado
modelo que se aplica desde hace ya más de medio siglo de economía cerrada, gasto
público rampante, educación destruida y los peores elementos de la sociedad
manejando el país. Pero la Argentina no es así. Quiere más o menos esto que
tiene con los Kirchner. Aun así, el modelo necesita urgente un programa
antiinflacionario de congelamiento del gasto público y de salarios y de ser
necesario de endurecimiento de la política monetaria. Luego habría que
bancarse un semestre de recesión para recién después aspirar a una mediocre
tasa de crecimiento de largo plazo de 3% anual.
Seguir negando la necesidad de enfriar la economía para bajar
la inflación y pretender hacerlo con ajustes tarifarios a los ricos, sólo le
traerá problemas al gobierno, y lo más preocupante es la frustración de
expectativas que podría darse. No tiene sentido seguir prometiendo el paraíso
redistributivo con una inflación de casi 30% anual, porque ésta se
deglutirá el crecimiento y el gobierno quedará colgado del pincel. No hay
que olvidarse que la consecuencia de la estafa que sufrió el ahorrista luego de
que el Congreso sancionara la Ley de Intangibilidad de los Depósitos y Cavallo
se los confiscara cuatro meses, después terminó con el 20 de diciembre de 2001.
José Luis Espert
Ámbito Financiero