Mucho se ha comentado ya sobre las causas
del boom global de los últimos años. Lo cierto es que la fiesta para los
consumidores norteamericanos se terminó. Téngase en cuenta que sumando los
consumos de Estados Unidos, la Unión Europea ampliada, China, India y Japón,
estos consumidores norteamericanos representan nada menos que 45% del total.
Sin dudas, el ajuste tendrá importantes consecuencias en el
crecimiento mundial. ¿Cómo se transmite el boom de consumo o el ajuste de
Estados Unidos hacia el resto del mundo? A través de su déficit de cuenta
corriente (exceso de gasto, sobre la producción interna). ¿Qué ha pasado con el
déficit de cuenta corriente de Estados Unidos, últimamente? Si lo neteamos
de las importaciones de petróleo —después vuelvo—, el déficit pasó de su
récord de principios de 2006, 4,3% del PBI, a 2,3% actual. Es decir, la
economía norteamericana ha estado ajustándose.
¿Cómo se hace un ajuste de cuenta corriente? Reduciendo el
poder de compra, medido en bienes extranjeros de los consumidores y abaratando,
para los extranjeros, el valor de la producción local. En otras palabras,
¡Devaluando! Obviamente, hemos asistido, en los últimos años, a la devaluación
del dólar, para ajustar una economía norteamericana recalentada, intentando un
«aterrizaje suave». Y, como siempre, el aterrizaje se convirtió en forzoso y
dramático.
Problema ajeno
Pero, como alguna vez dijo un secretario del Tesoro
estadounidense, dirigiéndose a sus colegas del resto del mundo, «el dólar es
nuestra moneda, pero es su problema». Y, efectivamente, la devaluación del dólar
fue el problema del resto del mundo. Algunos países la compensaron,
parcialmente, dejando revaluar sus propias monedas, moderando el efecto
inflacionario y limitando el crecimiento de sus economías, a tasas más
sustentables.
Otros prefirieron seguir atados al dólar, o revaluando muy
levemente, para aprovechar a pleno el ciclo mundial favorable, amplificando al
máximo el crecimiento, importando inflación y acumulando reservas en dólares.
Pero como ya sabemos los argentinos, por experiencia
propia, resulta difícil engañar mucho tiempo a todo el mundo. La devaluación
esperada del dólar generó varias consecuencias. La primera fue financiera. En
todos los países en que las monedas locales se revaluaron, se hacía « tentador»
financiar el crecimiento, endeudándose en dólares, y transformando esos dólares
en moneda local, para devolverlos, en su momento, con espectaculares ganancias
en dólares, después de pagar la bajísima tasa de interés.
Esta «bicicleta global», a su vez, inflaba todavía más la
actividad económica. La segunda consecuencia, ligada directamente a la «estafa»
de la devaluación, fue el fuerte incremento de los precios del petróleo y el
resto de los commodities, en dólares. Resultó una protección, en especial
de los productores de petróleo, de la pérdida de poder de compra de sus
exportaciones.
Dicho de otra manera, la aceleración de los precios del
petróleo y el resto de los commodities de los últimos meses parece estar
muy vinculada a la «protección» contra esta estafa, en especial de los
países árabes. (Recuérdese que los commodities cotizan en dólares).
Volviendo al déficit de cuenta corriente norteamericano, la
«factura» del petróleo pasó de 2% del PBI, a fines de 2006, a casi 4% del PBI
ahora -todo por efecto precio, obviamente-.
Entonces, cuando se incorporan las importaciones de petróleo,
los norteamericanos todavía no se han «ajustado», tienen el mismo déficit de
cuenta corriente que hace dos años. ¿Qué significa esto? Que estamos en
presencia de una fuerte «redistribución del ajuste».
Mientras los países exportadores netos de petróleo «no se han
enterado» del fin de fiesta, los importadores netos tienen el doble problema, de
la menor demanda estadounidense y la mayor factura de la energía. Esto tiene,
además, fuertes consecuencias geopolíticas. Más allá de China, las democracias
occidentales y asiáticas están transfiriendo enormes cantidades de recursos a
países con teocracias fundamentalistas, o poco democráticos, o con fuertes
sesgos antioccidentales, o con riquezas muy concentradas en unos pocos. Y éstos,
a su vez, con sus extraordinariamente ricos «fondos soberanos» reciclan, a su
antojo, esa riqueza. Aprovechan así la « anemia» de capital del sistema
financiero global. O financian aventuras militares peligrosas. O compran «en
liquidación» todo tipo de activos mundiales, etcétera.
Pero la respuesta no se hará esperar. De hecho ya empezó. Hay
que frenar la escalada de los precios del petróleo. En el corto plazo, esto
implica bajar la demanda de combustibles y parar la caída del dólar, aun a costa
de una mayor recesión global.
Respecto del freno a la demanda, la mayoría de los países que
«subsidiaban» la demanda de combustibles y energía, manteniendo sus precios
baratos (no sólo Cristina quiere tener «precios argentinos»), en especial China
e India, está reduciendo los subsidios y aumentando los precios internos del
petróleo y derivados. Esto implica efectos sobre la demanda de energía, pero
también «efecto sustitución» sobre la demanda de otros productos. Pero además
implica que la « exportación de deflación» —con costos mantenidos
artificialmente bajos— que realizaban estos países y el resto del Asia emergente
se está transformando en «exportación de inflación» o «blanqueo de inflación
reprimida». ¿Le suena?
A su vez, como se espera que el dólar deje de devaluarse,
toda la «bicicleta global» antes comentada se está desarmando, y las políticas
cambiarias luchan ante esta tendencia, revirtiendo la posición de los que
revaluaban y los que devaluaban, frente al dólar. Todo esto, en medio del
«desarme» del boom de crédito global y la crisis financiera.
Pero la «liberación de inflación reprimida» y la necesidad de
frenar la baja del dólar generan, más temprano que tarde, un incremento de las
tasas de interés en dólares y una acción coordinada del G-7 para intentar
moderar la escalada petrolera.
El mundo, entonces, parece encaminarse a un reajuste
global que termina con menos crecimiento y con una moderación de las «fuerzas
estructurales» que subyacen. Claramente, la fiesta terminó, y, dependiendo
de la habilidad y el grado de coordinación de los bancos centrales y de las
tesorerías, la resaca durará más o menos tiempo y los costos serán más o menos
graves. La habilidad estará en cómo «manejar» todas estas fuerzas que se han
puesto en reversa a gran intensidad.
¿Y la Argentina? Nuestro país vivió esta fiesta «muy lejos
del VIP». Nuestro casi exclusivo «canal de contacto» han sido los precios de los
commodities, el turismo receptivo, la exportación de servicios, el
componente de la industria más regionalizado (automóviles, por ejemplo), la
industria exportadora de commodities y algo de especulación financiera e
inmobiliaria. Si la demanda global se ajusta, todos estos sectores crecerán
mucho menos, o caerán.
Aunque pueda «abaratarse», en algo, la factura energética, no
habrá más remedio que ajustarse también aquí, a la nueva situación. Por lo
tanto, habrá que «blanquear inflación reprimida», protegiendo a los sectores más
vulnerables, y adaptarse fiscalmente a las nuevas condiciones globales. Y,
fundamentalmente, combatir la inflación que exageramos, con una política fiscal
totalmente descontrolada.
El tren de la «eterna juventud» parece que ya pasó. Eso no
quiere decir que estamos perdidos. Pasado el ajuste global, las fuerzas
estructurales volverán a predominar, aunque con una evolución más lenta y
racional —después de todo, así son los cambios estructurales—. Si aprovechamos
este momento de transición, para «hacer los deberes» y prepararnos
estratégicamente, para la recuperación del ciclo, la aparente oportunidad
perdida de los últimos años podría convertirse en una «oportunidad ganada». Si
ignoramos estos cambios, seguimos con «más de lo mismo», y creemos que «
relanzar» el gobierno es, únicamente, sumarle a LAFSA Aerolíneas Argentinas,
cambiar a algunos funcionarios y echar a otros, estaremos en más problemas
todavía.
Enrique Szewach
Ámbito Financiero