Sin ninguna duda, la declaración de la
independencia de los EEUU y, por consiguiente, la sanción de su Constitución,
fueron el puntapié inicial del sistema democrático, republicano y federal que
hoy conocemos como Democracia.
Incluso, fueron los disparadores de la revolución francesa y
fuente inspiradora para la independencia de colonias, ya sean inglesas,
francesas, portuguesas, holandesas y, fundamentalmente, las hispanas de
Latinoamérica.
También es indudable que, desde su creación, fue el mejor
sistema de gobierno, o por lo menos, como dijo Winston Churchil, “el menos
malo”.
Prueba de ello es que desde su aplicación —en 1776 en los
EEUU, donde se aplica la constitución del Estado de Virginia, base de la actual,
sancionada en 1787— jamás fue alterada, salvo algunas enmiendas
constitucionales, y los países que hoy son considerados desarrollados lograron
ese status mediante este sistema, democrático, republicano y federal, basado y
sostenido por una constitución.
Este sistema revolucionario e innovador para la época, no fue
producto de la improvisación ni mucho menos, sino todo lo contrario, ya que en
su origen se produjo un fuerte debate en el cual las trece colonias que eran en
ese momento se unieron para formar un gobierno federal.
En ese debate surgieron nuevas ideas y conceptos
institucionales que hoy son comunes y todos aceptamos bajo el nombre de
democracia, basado en un sistema de pesos y contrapesos institucionales, que es
—debemos aclararlo— diferente al concepto de separación de poderes. Es un
tema más profundo, debido a que no es sólo que los poderes estén separados, sino
que además se controlan uno a otro.
Incluso, se contempló equitativamente la participación de las
minorías, mediante la creación de la Cámara de Senadores, donde cada Estado —o
Colonia, en ese momento— aseguraba su participación y tenían todos los
representantes el mismo “poder” o peso político, por más pequeño o menor
incidencia económica que este tenga. De hecho, hoy, esto sigue siendo de la
misma manera.
Otro punto sobresaliente es que la Constitución no se toca,
no se cambia, y esto le da valor, previsibilidad, y fortaleza al sistema
Tal es así que en EEUU, las reformas constitucionales son
puntuales, quizá la más importante, fue la que prohibió la reelección mas de una
vez. En cambio, en América latina, las constituciones se reforman y cambian en
su totalidad. La posibilidad de cambiar fácilmente la constitución, le quita
poder y por lo tanto la torna más débil y permeable.
Esto se debe, fundamentalmente, a las diferencias culturales
entre la tradición sajona y la tradición hispana, producto de ello son las
dificultades de extrapolar el sistema político y jurídico sajón a América.
Tanto la democracia, como la constitución, comenzaron a
implementarse a fines del S XVIII, es decir que son un invento relativamente
reciente respecto a la historia de la civilización, pero lo suficientemente
poderoso como para que hoy sean un valor universal.
Tal es así, que los países que lograron inclusión social y
desarrollo económico lo hicieron sobre bases constitucionales fuertes, control
entre poderes y democracia. Con leyes flexibles, pero de aplicación rígida, y no
al revés, con leyes rígidas de aplicación flexible.
En definitiva, el poder se legitima por el consenso de los
gobernados y, fundamentalmente, con el rol vital de la Corte Suprema en el
control institucional.
Cuando esto ocurra en Latinoamérica, puede ser que dejemos de
ser un “pueblo oprimido” para pasar a ser libres, soberanos y, fundamentalmente,
ordenados y desarrollados.
Pablo Dócimo