Haber mantenido stand by la
situación con el Club de París desde tanto tiempo atrás y salir recién ahora a
liquidar la deuda con los países del G-7 de una sola vez, en efectivo y
apartándose de toda negociación marca en términos políticos y financieros que el
desfiladero se le había estrechado peligrosamente a Cristina Fernández de
Kirchner.
De algún modo, la presión conjunta del establishment,
los consejos externos, la caída de la imagen y la acción disciplinadora del
mercado le han terminado de doblar el brazo al matrimonio presidencial en esta
materia y no deja de ser una buena noticia que ante el precipicio, los Kirchner
hayan puesto el automóvil en reversa.
Pero lo que primera instancia suena como que ambos se han
guardado por una vez la ideología y el orgullo en el bolsillo para pensar en
términos estratégicos y para mostrar que hay capacidad y voluntad de pagar la
deuda, debido a la necesidad de obtener crédito externo, especialmente para
el sector privado, al tiempo que la acción sirve para retomar la iniciativa
política, no ha sido digerido del todo por esos actores.
Es más, la mayoría de ellos cree que el Gobierno necesitaba
abrir rápidamente el grifo del financiamiento con menor dependencia de Hugo
Chávez para encarar 2009, un año electoral, sin tener el frente externo tan
debilitado, y que ésa ha sido su mayor motivación. Pero tampoco les ha gustado
el modo en que se encaró el pago, ya que el camino alternativo de abonar todo
en efectivo, sin darle explicaciones a nadie, se reflejó en el aumento del
riesgo-país a casi 700 puntos, porque se interpreta que hay un aumento de la
vulnerabilidad de la Argentina. Los cálculos para verificar este punto no deben
partir del nivel de reservas brutas (U$S 47.000 millones), sino que hay que
descontar primero los pasivos del Banco Central que se generan por la emisión y
absorción posterior de los pesos necesarios para comprarlas. Esa deducción
permite consignar el verdadero nivel de divisas de libre disponibilidad (U$S
23.000 millones), por lo que un pago de U$S 6.700 millones sobre este monto las
afecta en casi 30%. Además, los operadores sienten que la Argentina ha vuelto a
las andadas, al patear el tablero de las relaciones económicas internacionales,
sólo por no someterse a la auditoría del FMI, un examen imposible de pasar,
entre otras cosas, por la anómala situación que se vive en el INDEC.
La fantasía de que el Fondo no iba a intervenir quedó
sepultada después de que se comprobó que era imposible vulnerar las tres reglas
de oro que tiene el Club de países acreedores: a) todos los deudores tienen que
tener igualdad de trato; b) el FMI es el auditor porque los 19 miembros son
también socios del organismo y c) todas las decisiones se toman allí de modo
unánime y por consenso pleno. De ahora en más, tampoco nadie sabe cómo van a
reaccionar los miembros del Club ante nuevas facilidades que pida la Argentina,
por ejemplo para encarar la construcción del tren-bala, si la francesa Alstom
precisa un crédito "país-país".
Ya se sabe que los mercados siempre van a ir por más y en
esta ocasión interpretaron que el retroceso de los Kirchner no ha sido por
convicción, sino por necesidad, fruto de la debilidad política. Por lo tanto, el
olfato ahora los llevará a atacar otros flancos, como la necesidad de que el
Gobierno encare un verdadero plan antiinflacionario, que modere el gasto
público, reformule el INDEC, empiece a negociar con los bonistas que aún
reclaman y que reduzca al máximo lo que consideran un excesivo intervencionismo
del Estado.
Hugo Grimaldi