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EL GÉNESIS

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Y LA TEORÍA DEL BIG BANG
Y LA TEORÍA DEL BIG BANG

    Algunos cosmólogos dicen que hace unos 15 o 20 mil millones de años, a causa de un cataclismo conocido como big bang (gran explosión), se originó el universo. Este moderno génesis se relata así:
     Al principio del tiempo, el universo encerraba una mezcla de partículas subatómicas. La temperatura era del orden de los 100.000 millones de grados centígrados, mientras que la densidad era 4.000 millones de veces la del agua. Al segundo, la temperatura bajó a 10.000 millones de grados mientras la masa se expandía y la densidad bajaba 400.000 veces la del agua. En ese momento comenzaron a aparecer partículas pesadas: protones y neutrones. Transcurridos 14 segundos la temperatura se redujo a 3.000 millones de grados. La antimateria en forma de positrones (electrones positivos) se eliminaba generando energía. En este punto comenzaron a aparecer núcleos de helio. A sólo 3 minutos de la creación del universo, la temperatura descendió a 900 millones de grados y nacieron núcleos de deuterio.
     Media hora más tarde quedan pocas partículas primigenias, pues la mayor parte de los electrones preexistentes y protones fueron aniquilados por la antimateria: antiprotones y positrones. La temperatura en esos momentos era de 300 millones de grados y muchos de los protones y neutrones restantes se combinaron para constituir núcleos de hidrógeno y helio. La densidad del universo llega a cerca de una décima de la del agua, y mientras se expande comienzan a formarse estrellas y galaxias a partir de hidrógeno y helio.
     Esta es en resumen la nueva versión de la primera parte del “Génesis bíblico” relatada paso a paso por los físicos cósmicos, como si alguien lo hubiese presenciado todo. Esta “fidedigna” historia de creación, ya figura hace un tiempo en las enciclopedias del mundo. (Véase por ejemplo, Enciclopedia Temática Guinness, Folio, Barcelona, 1994). Lo que viene después relacionado con nuestro planeta, las plantas, los animales y Adán y Eva, es capítulo aparte que ya conocemos los que estamos enclavados en la cultura occidental cristiana.
     A toda esta cosmogonía modelo finales de siglo XX y principios del siglo XXI, se añade la fantasía de un tamaño primigenio del universo de 10 elevado a -33 centímetros, es decir miles de millones de miles de millones  de miles de millones... de veces menor que un núcleo atómico que es sólo de 10 elevado a -13 centímetros.
     Esto significa que todo lo que hoy conocemos: animales, plantas, continentes, cordilleras, océanos, ¡el planeta entero!, nuestro Sol, todos los planetas restantes y sus lunas, nuestra galaxia Vía Láctea poblada de cientos de miles de millones de estrellas y todas las demás galaxias que se cuentan por millones, ¡surgieron de un punto inimaginablemente más pequeño que un átomo, prácticamente: ¡de la nada!
     ¡Aquí vemos cómo, incluso para los cosmólogos creyentes, se hace necesario un Dios creador, quien de la nada lanza un universo de galaxias que evoluciona hasta llegar al hombre, su meta final!
     Jean Guitton, distinguido filósofo, miembro de la Academia Francesa, nos explica por qué fue creado el universo. Qué fue lo que  impulsó al “Creador” a engendrarlo tal como lo vemos, y nos habla de una nada al principio, del reino de la Totalidad intemporal, de la integridad perfecta, de la simetría absoluta, donde se encuentra “el principio original, la fuerza infinita, ilimitada, sin comienzo ni final”.
     “En ese mismo momento primordial, esa fuerza alucinante de poder y soledad, de armonía y perfección, quizá no tenga la intención de crear algo Se basta a sí misma.
     “Y luego algo va a producirse. ¿Qué? No lo sé. Un suspiro de Nada. Quizás una suerte de accidente de la nada, una fluctuación del vacío: en un instante fantástico, el Creador consciente de ser el que Es en la Totalidad de la nada, va a decidir crear un espejo para su propia existencia. La materia el universo: reflejos de su conciencia, ruptura definitiva con la bella armonía de la nada original: Dios acaba de crear de alguna manera, una imagen de si mismo” (Según: Jean Guitton- Grichka e Igor Bogdanov, en su libro: Dios y la ciencia, Emecé, Buenos Aires, 1992, pág. 116).
     Evidentemente, esto es poesía pura henchida de misticismo y optimismo. El lado tétrico de la existencia queda ocultado.
     Palabras y solo palabras de los creyentes de alma que crean su propia novela del mundo para intentar insustancial e infructuosamente arrimar a su dios a la ciencia.
     El big bang, señores, concebido en estos términos (según ideas de Alan Guth, científico del instituto Tecnológico de Massachusetts) es una teoría más entre otras. ¡Es una creación de las matemáticas! Nadie lo ha visto, sólo nace de la hipótesis del escape radial de todas las galaxias que componen el universo, fenómeno detectado por la astronomía basado en el efecto Doppler-Fizeau. El corrimiento hacia el rojo de las bandas de Fraunhofer en el espectroscopio enfocado hacia las galaxias nos está indicando que éstas huyen unas de otras, y  si el universo se expande es señal de que toda su materia componente estuvo junta alguna vez y que luego estalló. Esta es lógica aplicada, y yo concuerdo con ello, según he explicado en uno de mis libros titulado La esencia del universo, pero de ahí a considerar un big bang especial, matemático, como creación cuasi de la nada de todo lo existente, esto ya pertenece al reino de la fantasía y no difiere mucho de las cosmologías antiguas concebidas por mentes ignorantes. En mi obra mencionada, capítulo V, me adhiero a la teoría del universo pulsátil, hecho de la esencia eterna, increada, cuyas manifestaciones son para nosotros, y hoy por hoy, la materia-energía, de modo que aquí  jamás existió creación alguna, sino continuidad. En cuanto al susodicho big bang, este evento puede ser considerado como un episodio repetido si hablamos de un universo pulsátil comparable a un corazón palpitante. Cuando todas las galaxias se vean frenadas en su expansión actual, cuando sus direcciones se inviertan, cuando todas se concentren nuevamente en una masa única de materia-energía, nuestro universo entrará en el big crunch (gran crujido) o gran contracción, para recomenzar luego un nuevo ciclo de expansión o sea otro big bang, y así sucesivamente.
     De estos universos pulsátiles u oscilantes se puebla todo el Macrouniverso (según mi hipótesis cosmológica vertida en mi obra La esencia del universo, Editorial Reflexión, Buenos Aires, 1991), de modo que no tiene por qué haber un principio en la esencia, sino solo en la forma. No habitamos entonces en un solo universo sino que estamos rodeados de varios que yo denomino microuniversos. Lo eterno no es entonces un dios creador que no tiene por qué existir, pues sería un dios holgazán, sino la esencia del universo increada; y la actual expansión galáctica que detectamos, es tan sólo un accidente más dentro de un Macrouniverso contenedor de microuniversos como el nuestro.
     Esto significa que pueden existir y existen diversas versiones de big bangs. Es muy probable que haya existido la explosión, pero no como única, sino como una más de la serie con sus correspondientes contracciones o big crunch. Luego, el principio a partir de la nada es un mito inventado por los cosmólogos creyentes para conciliar “el origen del universo” con otro mito: el génesis bíblico, inventado por un nesciente que trató de explicar a su manera la existencia de las cosas.
     Pienso que el universo no tuvo por qué haber comenzado en la “gran explosión”, puede existir desde siempre aunque esto último no quepa en nuestra mente acostumbrada a los principios y finales de todas las cosas. Efectivamente, si a la “gran explosión” añadimos una “gran contracción” y nueva explosión, obtenemos un universo oscilante eterno (como lo concibió el astrónomo Tolman hace años atrás). En cuanto a esa interpretación hoy por hoy aceptada y que ya figura en las enciclopedias, de un big bang acaecido a partir de un universo concentrado en una esfera de miles de millones de miles de millones... de veces más pequeña que el núcleo atómico, es sólo un disparate matemático.
     Vayamos hacia atrás, para ver nuevamente aquel mundo armónico, perfecto, matemático, geocéntrico, de Ptolomeo y otros. Recordemos aquel monumental tratado ptolemaico, el “Almagesto”, donde se explicaba matemáticamente y con bastante acierto para muchos, esa  maravilla, aquel mundo de las esferas transparentes que contenían a los astros girando alrededor de la Tierra. ¡Durante cuántos siglos se creyó en esas matemáticas! ¡Y sin embargo todo era falso!
     Hoy es posible que ocurra lo mismo con el moderno y ya popular big bang matemático. Según mi óptica,  esta teoría “de creación de la nada” es sólo una ilusión que será reemplazada luego por otra teoría que se aproxime más a la realidad.
     Las matemáticas pueden ser traicioneras. ¡Cuidado con ellas! ¡Tengamos presente lo que ocurrió con el famoso Almagesto (en griego Sintaxis matemática) y aprendamos de la experiencia y la historia!
    En cuanto a la insistencia por parte de los creyentes en pretender ver un orden en el universo en expansión a partir del big bang, esto queda desacreditado por el verdadero panorama catastrófico del anticosmos en que nos hallamos comprendidos con nuestro planeta.  Mientras tanto, vivamos lo mejor posible ética de por medio, evitemos los desmanes, los descalabros, las guerras, erradiquemos la ignorancia, seamos solidarios a nivel universal, basta de racismos, patrioterismos, olvidemos las fobias que se arrastran desde el pasado, unámonos en un cosmopolitismo,  en una patria única: el planeta tierra.

 

Ladislao Vadas

 

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