“La crisis energética nunca reconocida por
el gobierno, los escándalos de corrupción, el conflicto con el campo por las
retenciones móviles y el aislamiento internacional son sólo algunas de las
causas que podrían explicar la actual situación argentina, que poco a poco se va
vislumbrando con más fuerza. Aparentemente es algo que muchos medios
(alternativos y sobre todo en Internet) están repitiendo hasta el hartazgo y que
termina por cansar a los lectores: la soberbia es de tal magnitud que nunca se
reconoció que la bonanza económica en el país se debía a la extraordinaria
situación de crecimiento mundial por la suba de los precios de los alimentos y
las materias primas. Por el contrario, cuando las cosas se ponen difíciles, el
gobierno señala a los factores externos como responsables de la crisis sin
siquiera reconocer los beneficios que de ellos obtuvo. Obviamente, la situación
siempre requerirá un análisis mucho más profundo y extenso que esta simple
conclusión, aunque no está de más aclararlo, dado que pareciera ser que la
crisis financiera mundial estuviera expiando la culpa de todos los gobiernos
regionales cuando la responsabilidad, evidentemente, está en manos de todos”,
según un acertado análisis vertido en el sitio colega Urgente 24.
Absolutamente veraz, pues también los que escriben sienten que un vapor caliente
le sube desde muy hondo hasta llegar al corazón y luego pasa al cerebro. Ese
sentimiento es ampliamente compartido por todos los analistas independientes,
sumidos en un hartazgo de proporciones bíblicas (¡aguante el reportero
amarillista de los Simpson!) cada vez que uno de los dos Kirchner toma la
palabra.
Sí, y no la largan, no dejan hablar a los demás, o lo que es
peor, los denigran y desvalorizan cualquier atisbo de opinión aunque sea
levemente disidente. Ella convoca, y su discurso desemboca en una consabida
muestra de alambiques retóricos pseudo progres que alejan a la mayoría
que ya ni siquiera quiere oírla. Él hace lo mismo, y con su verba azota al
periodismo, a los supuestos noventistas, a Washington (pero cuando viaja allá,
arruga como el mejor), a la oposición, al vicepresidente Cobos y a cualquiera
que se anime a disentir con él.
Como muestra, en el día de ayer, en su ponencia del Teatro
Argentino de La Plata, denostó una vez más al díscolo mendocino: "Señor
vicepresidente, si usted conocía un ánimo destituyente debió decir la verdad. Le
debe una respuesta al pueblo argentino. Diga por qué nos tendríamos que haber
ido". Esta nueva carga fue la respuesta a un planteo de Cobos muy acertado,
aunque en apariencia inverosímil para el kirchnerismo, peleado con la realidad.
Y por consiguiente, en dicha contienda va perdiendo por goleada.
Feroz contrapunto
“¿Impedir? Sí, impedí un estallido social el 17 de julio. Fue
lo único que impedí, que quizás el Gobierno tuviera que irse”, refutó el vice al
brulote lanzado por Néstor Kirchner el lunes pasado, cuando le endilgó el
sayo poco feliz de “máquina de impedir”. Y para rigor de verdad, la razón
asiste a este último puesto que precisamente en esa noche eterna de invierno era
harto probable que sucediera precisamente eso que alega con certeza. Pues
este cronista recuerda, y lo hará mientras viva, que escuchando la emisora
radial Cadena 3 eran centenares los llamados y mensajes de gente común
pendiente de la votación de los senadores por la resolución 125. En ellos era
más que evidente el estado máximo de crispación imperante, proveniente de
ciudadanos dispuestos a todo si la disposición era aprobada con la mayoría de
votos del oficialismo. Hacia la medianoche, cuando el panorama era aún incierto,
aumentaba progresivamente el descontento y se temía lo que el mencionado alto
funcionario vaticinó más arriba. Sin dudas, como se dice por ahí, se iba a
pudrir todo.
Mal que les pese, su acto de hidalguía le ahorró a la Nación
toda de un marasmo que superaría in crescendo a la crisis de diciembre de
2001. Por eso, no sirve de nada continuar disputas sin fin, bizantinas e
innecesarias en estos tiempos de crisis donde la incertidumbre hasta es patente
en las pocas ganas de festejar las inminentes fiestas navideñas.
Y como siempre, Cicerón sigue teniendo la razón ante tantos
Catilinas que abusan de la paciencia ajena.
Fernando Paolella