Como todos saben, y es habitual entre los
argentinos, muchas familias concurren a Punta del Este —Republica Oriental del
Uruguay— como balneario favorito para pasar sus vacaciones.
El objetivo precisamente es encontrar descanso y relax, y
prepararse para otro año de desafíos en todo sentido y para todos: los niños
para la escolaridad, los adolescentes para la universidad o el desempeño de
actividades laborales, y los padres para sus respectivos objetivos
profesionales, comerciales o empresariales.
Es evidente que nadie concurre de vacaciones para pasar un
mal momento o para poner en riesgo la vida o la salud de su grupo familiar.
Ojos bien cerrados
Testimonios y evidencias recogidas durante las últimas
dos semanas en la Barra esteña tornan imperioso que los padres no sólo lean esta
nota, sino que se tomen el trabajo de comprobar lo que estas líneas pondrán a la
luz, y que tienen como testigos a reconocidos empresarios, artistas, periodistas
y profesionales que habitan el vecindario.
Nadie, salvo los que lo han percibido por varios de sus
sentidos, podría entender esta situación sin verla. Pero verla resulta
espeluznante.
Quien reporta está seguro de que sería de sumo interés que los
padres, tutores o personas a cargo de menores de edad, entre los 13 y los 16
años, que veranean en Punta del Este, sepan que los mismos en el horario
comprendido entre las 12.00 y las 06.00 AM, en las inmediaciones de la Barra —Ruta 10 hacia el mar por calle Duende Azul la de la inmobiliaria
Gancedo—,
portando bolsos con botellas y equipos de audio, causan estragos noche a noche
sin descanso en dicho vecindario estival. Se trata de chicos y chicas que están
de vacaciones y circulan y molestan en las calles sin control alguno, todos
ellos alcoholizados con botellas de cerveza en mano y petacas de bebidas
destiladas —que son vendidas a menores de edad sin restricción ni control alguno
por parte de los comercios—, las que rompen contra el asfalto y contra las
cabezas de sus congéneres, rompen bolsas de desperdicios y destrozan los tachos
de basura revoleándolas por la calle. Como dije precedentemente, casi todo esto
transcurre a partir de las 12 AM y a medida que pasan las horas por los efectos
del alcohol y otros... se va agudizando el nivel de agresión y violencia entre
ellos, chicos que no pasan los 15/16 años de edad. Por supuesto que no sólo es tristísima y degradante la imagen de los mismos tirados en el piso vomitando y
otros cayendo inconscientes —todo esto en los porches, jardines y veredas de las
moradas—, sino también los gritos que se profieren entre ellos por excitación y
júbilo en algunos casos y en otros lamentablemente por corridas para golpearse o
pelearse entre ellos. No resulta ocioso reportar casos de abuso sexual
consentido con motivo de la excesiva ingesta de bebidas y drogas.
Dada la ausencia policial en el lugar, pese a los reiterados
y angustiantes llamados de vecinos preocupados al 911 en horas de la madrugada y
en forma consecutiva, motivada por la interrupción del descanso de las familias,
tornan necesario que los padres no dejen a los menores deambular por las calles
con boliches y bares ambulantes, para terminar en la playa, sino que por el
contrario se hagan cargo de la situación y pongan limites a los mismos,
sorteando el escollo de la negación, que a nada conduce, y evitando que el curso
de una vida sana y familiar se desvanezca y se torne ingobernable.
La grave situación, que se encuentra registrada por cámaras
de fotografías y videos de varios vecinos, obligó a que muchos de ellos
recurran a custodias y vigilancia privada, ante la imposibilidad de la policía uruguaya de poner coto a esta situación, por falta de efectivos, de móviles y
por no contar con una debida instrucción por parte del Intendente de Maldonado
del cual depende dicha fuerza, señor De los Santos.
Conclusión
La increíble situación de descontrol de los menores se torna
insoportable y de imposible solución sin la intervención de los padres y de las
autoridades.
La sociedad debe bregar para mitigar los efectos de estas
situaciones evitables, por cierto, poniendo límites a sus hijos, y sabiendo a
ciencia cierta que realmente hacen lo que ellos dicen hacer. Evitemos crear
monstruos rebeldes, sin sentimientos, sin paz, sin amor… hay que querer y
trasmitir amor a los menores para que no recurran a falsos estímulos que no
hacen otra cosa que agravar la ya peligrosa y aberrante situación que encierran
sus conductas.
Además la estadística es alarmante. En efecto, un oficial de
la policía uruguaya confió a Tribuna de periodistas que existen cantidad de sucesos que tienen
que resolver por noche y que lamentablemente les resulta imposible poner un
patrullaje constante en la zona, y que se trata de un problema de la intendencia
de controlar a los locales que venden y expenden bebidas alcohólicas a los
menores que son la mayoría.
Este corresponsal está persuadido de que, si los padres de
estos chicos supieran cuál es la forma que estos eligen noche a noche para
divertirse —y los riegos espantosos que corren— se ocuparían de hablar con ellos,
tomarían alguna medida.
Si bien la situación descripta ameritaría un informe más
completo, sólo hemos querido invitar a los responsables a la reflexión para que
sus hijos estén mas protegidos y los vecinos también, ya que somos conscientes
de que muchas veces es la falta de información la que hace que estas cosas no cesen,
porque la política en Uruguay parece estar librada a facilitar la venta de
alcohol y drogas.
Todo un síntoma de los días que se viven.
Carlos Forte