"Este es el comienzo del fin", dijo Barack
Obama, al lanzar paquete de ayuda financiera, enviando una señal indeleble a
Wall Street y dejando en claro que esta sería la única y final tabla de
salvataje para muchos bancos y grandes corporaciones.
Si bien este paquete constituye una monumental asistencia al
sector privado de los EE.UU. se espera que el resto de las grandes economías
mundiales —UE, China, Japón, entre otros—, sigan los pasos de la Casa Blanca.
La caída en los niveles de actividad es sostenida y
pronunciada. La pendiente se agudiza y por el momento no se ve claramente el
final. La irracional burbuja especulativa hizo que la fiesta terminara
precipitadamente.
Es cierto que tanto los ciclos de inflación como los de
recesión tienen un alto componente de expectativas aunque no solamente estos
períodos se alimentan de las presunciones y conductas colectivas.
Con tamaña debacle financiera y con la pérdida de millones de
puestos de trabajo, está claro que los principales gobiernos del mundo
echaron mano a los ahorros producidos en épocas de bonanzas y sostienen al
sector privado en tiempos de crisis.
Ayuda financiera, refinanciaciones de pasivos, algunos
subsidios y fundamentalmente, rebajas y exenciones impositivas, componen los
diversos paquetes de estímulo a la demanda interna.
Por estas latitudes, bajo la égida de los Kirchner, lejos del
mensaje de Obama, la Argentina vuelve a constituirse en el mundo del revés.
Luego de años de bonanza y tras haber despilfarrado miles de millones de
dólares, el gobierno emprende un camino sinuoso. Mientras el mundo ayuda al
sector privado, el gobierno obliga al sector privado a ayudar al Estado, en
medio de una recesión que se retroalimenta a partir de los propios errores
oficiales.
Las primeras estadísticas privadas sobre la evolución de la
economía dan cuenta que se ingresa en el tercer mes consecutivo de caída del
nivel de actividad cuando todavía no se ingresó en la fase más aguda del ciclo.
Mientras otros países ayudan con rebajas de impuestos a los
agentes económicos, el gobierno mira hacia otro lado cuando los productores de
bienes y servicios locales reclaman un trato similar.
Todo el arco productivo está pidiendo una revisión de las
variables macro. Los industriales ponen el acento en una mejora en el tipo de
cambio para mejorar la competitividad y el campo insiste con una rebaja en las
retenciones, con el mismo objetivo. Desde el poder kirchnerista, la respuesta es
un no tajante que tiene como destino un agravamiento del ciclo. Una negativa que
tiene su raigambre en el fuerte deterioro de los términos de intercambio y,
fundamentalmente, de las cuentas fiscales en todos los niveles de gobierno.
El desfile de los gobernadores por Buenos Aires, en busca de
fondos, es incesante. La dependencia financiera de las provincias es cada vez
más ostensible. Cuesta creer que éste sea un país federal, con tamaña
demostración de mendicidad política. Salvo, algunas excepciones que no superan
1/8 del total de las jurisdicciones.
Mientras los empresarios hablan de la necesidad de mantener
los niveles de empleo, el gobierno avala y apoya una suba de salarios nominales,
con la creencia que se pueden paliar los efectos de una inflación larvada que se
va comiendo la riqueza pero que va a terminar retroalimentando la suba de
precios en medio de la recesión. El desafío para la administración consiste en
como reacomodar las variables para poder evitar el colapso. Si se toca la
variable cambiaria, el efecto será una disparada de la inflación cuyo detonador
resultó ser el salvaje aumento de tarifas de luz, gas, transportes y peajes.
Si se aumentan los salarios nominales, las consecuencias
serán similares o peor aun más dramáticas por el condimento recesivo Si se
rebajan impuestos, el rojo fiscal será aun más profundo derivando en un
incumplimiento de la deuda, ante el aislamiento financiero y en una corrida
cambiaria y por qué no bancaria.
Pero si se dejan las variables tal como están, el colapso
será inevitable. No solamente desaparecerá la inversión sino que irá
profundizándose aún más la caída en la producción, el deterioro en los términos
de intercambio y la salida de capitales.
El canje de la deuda que equivale a una nueva
imposibilidad de pago, es una muestra de la endeble situación por la que
atraviesan las cuentas fiscales.
Desde la Casa Rosada, lejos de entender conceptualmente
la crisis económica se ha perdido el rumbo y de a poco va ingresando al
ultrapeligroso escenario de la "estanflación".
Al parecer, la crisis no es solamente del neoliberalismo y
del "efecto Jazz que no llegará a la Argentina". Tampoco "estamos firmes frente
a la marejada" como se replica desde lo más alto del poder.
El gobierno enfrenta el inicio de un ciclo recesivo, sin
instrumentos, se ha quedado sin opciones y sólo le resta emprender el camino de
la disciplina fiscal para aliviar el peso de los sectores productivos. "Este no
va a ser el gobierno del ajuste", era el latiguillo preferido de los Kirchner y
sin embargo es la propia administración la que lleva al país hacia otro ajuste
inevitable. La nación está ante una nueva frustración de su clase dirigente.
Ayer, los culpables del fracaso eran los neomonetaristas, hoy, son los
neokeynesianos aunque Keynes ni Von Mises fueran argentinos. El único culpable
de tanta tragedia es un régimen fascista que de la mano de tristes y oscuros
personajes vernáculos destruye la Argentina desde hace ocho décadas.
No. No está mal el almanaque. El carnaval no empieza, la
noche de los excesos terminó...
Miguel Angel Rouco