Poco a poco todos los sistemas salen de
control. Los instrumentos de navegación no responden y el buque va ingresando en
una peligrosa zona de turbulencia. Sin radares, con pilotos improvisados, el
riesgo de naufragio va aumentando y los pasajeros comienzan a sentir el temor de
que lo peor está muy cerca. El pánico se apodera de la tripulación que busca un
mejor refugio en algún bote salvavidas. A los escasos conocimientos de los
pilotos, se suman su temeridad y su obstinación en no cambiar el rumbo. Todos se
preparan ante una eventual tragedia. La nave ya no está firme frente a la
marejada...
Ni una novela, ni un juego virtual. Apenas una paráfrasis de
nuestra realidad económica por más que algunos se empeñen en turbarla. En
especial, cuando no quieren ver la realidad y buscan refugio en ciertos
mecanismos de defensa psicológicos que, cuanto menos, le permiten negarla.
Pero lo cierto es que una y otra vez, el gobierno insiste en
negar la realidad. Se mueve y emite señales como si ella no existiera o en
todo caso dibujando un escenario imaginario, extraído de alguna utopía juvenil.
La Casa Rosada está dando muestras concretas de impericia
frente a la crisis. En el marco de un duro ajuste de tarifas, precios, tipo
cambio y presión fiscal, el poder de los salarios se va pulverizando. La falta
de confianza es un síntoma de la patología. Se derrumba la tasa de inversión y
la liquidación de tenencias en moneda local se acelera. La caída de las
exportaciones —precios más sequía—, y el reflujo de capitales hacen que ingresen
menos divisas, sumado a ello una baja en la productividad de la economía en su
conjunto. Este complicado escenario tiene como telón de fondo las paritarias que
se iniciarán el mes próximo. Mientras tanto, afuera aguarda agazapada, la
inflación...
Los primeras proyecciones dan cuenta que la crisis
internacional se proyecta hacia todo el 2009 y una parte del año próximo, al
menos en la opinión de los principales expertos internacionales.
El diagnóstico es, en la hipótesis de máxima, crecimiento
nulo, para las principales economías del planeta y una caída de casi el 4 por
ciento para los países subdesarrollados, lo que equivale en términos más llanos,
a una destrucción de riqueza para países ricos y más miseria para los pobres.
Un segundo tópico que manejará las variables de los meses por
venir, será la reversión de los flujos de capitales hacia economías más seguras
y estables y una fuerte aversión al riesgo. Esto equivale a decir que los países
que durante décadas vivieron del ahorro externo y en todo caso de los ciclos de
endeudamiento sin fin, producto de sus políticas de expulsión de inversiones,
quedarán a merced de sus propias limitaciones.
Un tercer renglón está ocupado por la próxima cumbre del G-20
en Londres, prevista para el inicio de abril. Allí las principales potencias
buscarán establecer nuevos parámetros para cimentar una nueva arquitectura
financiera internacional. No hay que esperar grandes cambios para los organismos
surgidos en Bretton Wgoods. Se trata sólo de dotarlos de mayor poder de
vigilancia, mayores recursos financieros y el cumplimiento a rajatabla de las
condicionalidades aprobadas en 2006. Sin embargo, el ambiente que rodea a esa
cumbre está rodeado por un complicado ajedrez geopolítico que muestra la lucha
de dos grandes pesos pesados: Los Estados Unidos y China están librando, en
sordinas, una batalla diplomática que definirá también los planos de esa
arquitectura financiera. En otros términos, lo que discuten Washington y Beijing
es cuál es el compromiso que asumen frente a la crisis.
Ya hubo algunas escaramuzas verbales entre el secretario del
Tesoro de los EE.UU., Timothy Geithner y el primer ministro chino, Wen Jiabao,
que sacó a la luz, al larvado conflicto diplomático. Geithner reclamó que China
debe ajustar la relación dólar-yuan, colaborar con la recuperación de la
economía mundial y ayudar a traccionar la demanda global. Beijing hizo caso
omiso al reclamo e intensificó su control monetario. El pedido de la Casa Blanca
se basa en que el mundo ayudó a China durante un cuarto de siglo a sacar de la
pobreza a millones de personas, con multimillonarias inversiones. Ahora, el
mundo necesita el compromiso de Beijing para ayudar a sacar a la economía
mundial del marasmo. Por ahora, la Unión Europea, el otro gran coloso mundial
observa, en sigilo, aunque se nota que Bruselas está más cerca de Washington.
Desde Londres, los principales dirigentes del mundo a pesar
de la oposición de algunos díscolos, lanzarán otra señal indeleble para las
próximas décadas: el fin del proteccionismo comercial. Las nuevas coordenadas
trazadas hace unos días en Roma y en Berlín por los líderes del G-7 muestran que
los países saldrán de la crisis con un fuerte compromiso global y una estrecha
colaboración entre todos los países, facilitando el comercio mundial y los
flujos de inversiones, con el objetivo de mitigar los efectos de la crisis sobre
las poblaciones más pobres. Cuanto menor sea el tiempo en la salida de la
crisis, menores serán también los costos. Otro aspecto que emerge de la crisis
será cualitativo. Los países que pretendan salir del atolladero financiero
deberán mostrar estándares de calidad y de respeto a las normas globales. El
cumplimiento de los compromisos con la comunidad internacional, el respeto por
las leyes y las normas contractuales serán una condición sine qua non para
insertarse en el nuevo mundo del siglo XXI.
De resultas, el nuevo paradigma financiero internacional
obligará a todos los países a asumir compromisos más firmes y serios y a cumplir
con las normas pactadas. De lo contrario, el mundo le soltará la mano a aquellos
que adopten el camino inverso.
Esta vez, no habrá excepciones para nadie, ni habrá lugar
para aventuras demagógicas. El incumplimiento acarreará severas consecuencias.
El daño fue muy grande y no hay lugar para improvisados, ni para mesiánicos y
mucho menos para revoltosos con sueños adolescentes.
Miguel Angel Rouco