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Acariciando lo áspero

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ALFONSÍN, LA INTOLERANCIA Y UN DEBATE NECESARIO
ALFONSÍN, LA INTOLERANCIA Y UN DEBATE NECESARIO

    En pocas ocasiones se ha evidenciado como una nota levantara tanta polvareda como la referida a los nexos entre Raúl Alfonsín y el señor de la vida y de la muerte de la Zona Uno general Albano Harguindeguy. Pero como nobleza obliga, y más en esta tarea periodística, se agradece enormemente las muestras de apoyo como las de denuesto, pues ambas forman parte del ejercicio de esta apasionante profesión. Pero sin duda, se deben tomar en cuenta algunas consideraciones al respecto para que el debate sea coherente y amplio.
    Una fundamental es tener en claro que todas las asonadas y golpes militares del siglo XX en la Argentina contaron necesariamente de un amplio consenso civil. Tanto el del 30, como el del 55, el del 66 y el de 1976. El 16 de septiembre de 1955 miles de personas voluntariamente llenaron la Plaza de Mayo para vivar al trinomio Lonardi-Aramburu-Rojas, pero el 24 de marzo de 1976 no llegaban al centenar los que fueron por su cuenta a defender a la presidenta María Estela Martínez de Perón. Rememora Martín Caparrós que estando en Londres ese infausto día, observó con sorpresa en un kiosco de una estación de subte el siguiente titular en un diario sensacionalista: "Los militares echaron a la p....." Y bajo el mismo exabrupto, en estas playas muchos brindaron celebrando que otro nefasto trinomio había otra vez obturado el orden constitucional. Tampoco hubo miles manifestando en contra del terrorismo de Estado, prefiriendo hacer la vista gorda y mirar para otro lado. Por supuesto, entre ellos estaban conspicuos dirigentes del partido radical, que solícitos concurrieron a prestarle colaboración ofreciendo algunos intendentes a los mandamases de turno verde oliva.
    Durante el gobierno del reciente muerto ilustre es cierto que se respetaron las libertades fundamentales, pero inexplicablemente se mantuvieron intactas algunas miserias del anterior Proceso. Una es referida a los presos políticos, quienes en ocasiones siguieron tras las rejas bajo acusaciones armadas y procesos de fantasía. Caso emblemático fue el del dirigente chaqueño Osvaldo Lovey. Una noche de enero de 1985, una patota de policías de civil armados, que se trasladaban en autos sin patente, lo arrancó de su casa para luego enviarlo al penal porteño de Villa Devoto. Y todo esto por una falsa delación que lo sindicaba como integrante de la conducción montonera en el exilio, que le valió una condena a manos del juez Miguel Pons, vinculado con un sector del oficialismo.
    También el mismo año, una extraña serie de atentados con bombas que mataban ni herían a nadie sacudieron el país, siendo la excusa ideal para que el gobierno alfonsinista implantara el estado de sitio, librara orden de captura contra Arturo Frondizi, Alvaro Alsogaray y Jorge Altamira, sindicándolos como integrantes de un fantasmal intento desestabilizador del orden constitucional.
    Según Jorge Boimvaser, en su libro Las manos de Perón, esto fue una genial idea del publicista preferido del gobierno, David Ratto, en un intento de polarizar al electorado en una falsa dicotomía alfonsinismo o el caos del golpismo.
    Esta maniobra se volvió a repetir el 8 de septiembre de 1988, cuando con motivo de un acto de la CGT de Ubaldini, sujetos serviciales provocaron disturbios en la misma llegando al extremo de saquear y destruir la emblemática sastrería Modart.


Recordar es liberar

    Muchos de los mails recibidos por este cronista mostraban su indignación, apelando a palabras duras como cloaca y periodismo basura, aludiendo a que el recientemente fallecido ex presidente no estaba en el mundo de los vivos para defenderse. Respetando tales apreciaciones, se debe tener debida cuenta de que en este sitio en varias ocasiones se aludió a los mismos conceptos vertidos en la polémica nota de marras, no percibiendo en los lectores reacción alguna.
    Por eso, desde estas líneas lo que se intenta es tratar de ofrecer un cuadro distinto al panegirismo de muchos medios, paradójicamente los mismos que en los oscuros días de la dictadura militar saludaron con alborozo tal hecatombe.
    No se le restan aciertos y virtudes al extinto gran hombre, pero sería injusto pretender embretarlo en bronce para tranquilidad de muchos que durante esos aciagos tiempos no tenían tan limpia su conciencia.
    Desgraciadamente, se ha llevado muchos secretos a la tumba de Recoleta. Los cuales, evidentemente, siguen siendo motivo de disputa, discordia y desencuentro para una gran porción de la civilidad argentina.

 

Fernando Paolella

 

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