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¡Qué mundo maravilloso!

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LAS VERGONZOSAS FALACIAS DEL DISCURSO KIRCHNERISTA
LAS VERGONZOSAS FALACIAS DEL DISCURSO KIRCHNERISTA

QUE MUNDO MARAVILLOSO Por Carmen

 

    No hay crisis, no hay desempleo, no hay epidemia de dengue, no hay inflación, no hay caída en la actividad económica, no hay descensos en picada de las exportaciones, ni en la recaudación: el país de la víspera de las elecciones legislativas es un mundo maravilloso.

    Que nadie ose decir lo contrario. El kirchnerismo dibuja la realidad a su gusto y placer, a la medida de sus ambiciones. No hay dolor social que lo conmueva; lo único que persigue es permanecer en el poder.

    Así está planteada la estrategia del oficialismo en la campaña sin candidatos todavía, pero campaña al fin. Todo es virtual aquí, hasta los propios postulantes que hablan sin antes haber confirmado su presentación, como el propio Néstor Kirchner o su supuesto compañero de lista, Daniel Scioli.

    La táctica de la oposición, sin embargo, tampoco está a la altura de las circunstancias.

    Apurada por Néstor Kirchner, que adelantó los comicios en tres meses, para ganarle de mano a los posibles rivales, intenta desesperadas alianzas que quedarán como un sello interesante en las boletas, pero que ocultan también mezquindades, ambiciones, egoísmo.

    Lo cierto es que hoy, a dos meses de las elecciones, los ciudadanos, nuevamente codiciados por sus dirigentes, no tienen la menor idea de lo que los futuros candidatos proponen para llevar al Congreso en caso de ganar las bancas que anhelan.

    Como si se tratara de una elección más, en un país funcionando, sin sobresaltos, con gente que vive feliz, en el país sin sobresaltos que el kirchnerismo quiere pintar.

    El kirchnerismo, se sabe ya, cree que el dengue no es una enfermedad de la pobreza, y que quienes proclaman esa afirmación son conspiradores, quieren socavar su poder. Por eso Néstor Kirchner ordenó la semana pasada al senador Miguel Angel Pichetto que abortara el acuerdo al que habían alcanzado oficialismo y oposición para declarar la emergencia nacional por esa enfermedad.

    ¿Qué logró con ello Néstor Kirchner? Restarle a los enfermos y a quienes tienen riesgo de contraer el mal la ayuda económica que podría salvarles la vida. Pero eso no importa en tiempo electoral, lo que importa, según la visión del oficialismo, es que nadie crea que hay epidemia de dengue. Como si la mera voluntad pudiera transformar la realidad.

    La realidad sanitaria del país es desastrosa, según coinciden expertos sanitaristas. No hay plan de salud para proteger a una población cada vez más vulnerable, en un país donde crecen as desigualdades sociales, un país cuya dirigencia política se ha empeñado en borrar del mapa social a la clase media y en anular la esperanza de los que habitan las clases más bajas de ascender, como ocurría en otros tiempos.

    Según los expertos, cada día mueren más niños por desnutrición, la tuberculosis cobra números alarmantes de enfermos, hasta la tos convulsa ataca a los menos pudientes. Pero no aparecen esos datos en las estadísticas oficiales.

    Tampoco se ven estadísticas que revelen los cientos de trabajadores que día a día están perdiendo sus empleos y se encolumnan tras el seguro de desempleo, porque aparentemente el sindicalismo ató acuerdos demasiado tentadores con el poder gubernamental como para poner en riesgo sus privilegios defendiendo a los asalariados. Si el propio Hugo Moyano, capitoste de la CGT, suele repetir sin pudor alguno que aquí el desempleo por la crisis es un invento, que no hay nada ni habrá nada de eso. Al menos hasta después de las elecciones de junio.

    No se difunden las cifras de las caídas de producción que ponen al borde del cierre a pequeñas y medianas empresas, como lo advirtió Héctor Méndez, el nuevo titular de la Unión Industrial, menos proclive que su antecesor, Juan Carlos Lascurain, a elogiar a los habitantes de la Casa Rosada.

    Tampoco se habla de la vertiginosa caída de la producción gracias a la guerra sin cuartel declarada por los Kirchner al campo. Una victoria a lo Pirro: ganaron pero perdieron, y siguen perdiendo, unos y otros. Esa es la lógica que parece habitar hoy en la cúspide oficial.

    Las supuestas candidaturas "testimoniales" fueron negadas una y mil veces en público por los escasos portavoces que tiene el kirchnerismo, pero lo cierto es que ya rodó una cabeza, la de Santiago Montoya, el exitoso recaudador de la provincia de Buenos Aires, que se atrevió a decir que no.

    Sobre el nivel de inseguridad creciente no se dice nada: se repite la frase tristemente célebre acuñada por el ingenioso ministro de Seguridad Aníbal Fernández: es una sensación.

    Efectivamente, es una sensación: la sensación de terror e impotencia que cada día ataca a más personas, indefensas, que sólo tienen como arma el reclamo espontáneo y masivo.

    Pero para el oficialismo, no es la pobreza, no es el enorme negocio de la droga y sus ramificaciones con el mundo político, no es la injusticia, ni la falta de cobertura de las necesidades primarias más urgentes como la salud y la educación, la causa de esta hemorragia de muertes violentas.

    Falta poco tiempo para saber si los electores también prefieren comprar la ilusión de un mundo maravilloso, a ver la verdad que es cruda, pero que a la larga o a la corta se impondrá con una contundencia inevitable.

 

Carmen Coiro

 

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