Entre el miércoles 6 y el jueves 7 de mayo (el día exacto aún es impreciso), Mario Roberto Segovia —el multimillonario importador de efedrina que se la vendía a los narcos mexicanos— fue sacado inesperadamente de su celda en el Penal de Ezeiza, trasladado en un auto particular supuestamente del Servicio Penitenciario pero sin identificación que lo acreditara como tal hasta el Juzgado de Zarate-Campana.
Ni Segovia ni su abogado Mariano Cúneo Libarona estaban al tanto de ese repentino traslado, pues no se le había notificado que habría declaración alguna ni trámite judicial en ciernes.
A Segovia lo escoltaron dos custodios hasta el despacho del juez Federico Faggionato Márquez, donde se encontraba un personal de seguridad no perteneciente ni al juzgado ni al Servicio Penitenciario. El Rey de la Efedrina intuyó que algo raro estaba pasando. El despacho —salvo ese extraño culata que estaba de pié junto a la puerta— estaba vacío. Ni el magistrado, ni sus secretarios ni el fiscal ni nadie en las inmediaciones. Sólo Segovia y “el mulo” parado como estatua.
Entonces ingresó a la sala un personaje que no se identificó, salvo por alguna expresión que aludía a su pertenencia al gobierno.
El enigmático agente K tenía en su mano un escrito judicial, una declaración redactada e impresa previamente que se convertiría en el testimonio de Mario Segovia si se avenía a firmarlo. No se lo permitieron leer. Sólo le dijo el hombre que la traía: “Esta es tu confesión que involucra a Francisco de Narváez con el narcotráfico y los carteles mexicanos. Firmala y te garantizamos que te hacemos despegar de la causa, como lo hicimos con Ricardo (Ricky) Martínez”.
Segovia pidió leerla pero el agente oficial no se lo permitió. “Vos firmá y no preguntes tanto”, le dijo el enviado oficial con el tono imperativo y la autoridad prepotente de todo criminal impune.
El Rey de la Efedrina estaba inquieto y pidió ver al juez. Al fin y al cabo estaba en el despacho de Faggionato Márquez, no en la Quinta de Olivos.
El agente gubernamental comenzó a ponerse nervioso. Lo habían enviado con una misión pero estaba fallando.
Le respondió amenazante que si no firmaba el escrito, no habría juez que lo salvara. Quienes han tratado a Segovia lo describen como un hombre histriónico, de múltiples personalidades, un verdadero actor que se acomoda a la circunstancia que le toca vivir. Insistió en ver a Faggionato Márquez y eso enardeció a su interlocutor. Después pidió que llamaran a su abogado —Cúneo Libarona—, al fiscal, a los secretarios.... salvo por Riquelme y Maradona pidió hasta la presencia de Dios.
Se negó una y otra vez a firmar el testimonial contra Francisco de Narváez involucrándolo en el tráfico de efedrina o en una sociedad con los narcos mexicanos —repetimos que no le permitieron leer lo que le presionaban para que firme— y finalmente vino lo que esperaba: El agente oficial le intimó por última vez amenazándolo que lo haría matar en el Penal de Ezeiza.
El Rey de la Efedrina le respondió con sorna, pues quien estaba nervioso no era él sino el agente del gobierno.
En pocos minutos lo volvieron a sacar del despacho despoblado de funcionarios, lo subieron al auto sin identificar y lo volvieron a llevar a su lugar de detención. Obvio que lo primero en hacer fue comunicarle lo que había ocurrido a su abogado y lo conversó con cuanto preso y guardiacárcel estuviera a su alcance. La fortuna que acumuló Segovia le permite ser un preso VIP, es muy generoso con los otros detenidos y los propios carceleros saben que no pueden dejar que le maten a un preso que siempre tiene billetes para repartir.
Que la administración K pretenda hacerlo asesinar por negarse a firmar una acusación contra Francisco de Narváez no puede asombrar a nadie. Si el kirchnerismo aún no había asumido y se cargó en el 2003 al empresario pesquero “Cacho” Espinoza, que en su debacle total quiera matar a Segovia por negarse a participar en la campaña sucia contra la oposición, no asombra a nadie.
La única diferencia es que hoy día nadie quiere aparecer pegado a un gobierno en caída libre, ni a sus oscuras maniobras. Sólo el irresponsable de Faggionato Márquez, cuyo destino se parece cada día mas al de aquel ridículo juez del Caso Cóppola, Hernán Bernasconi, que pagó con la cárcel las atrocidades jurídicas de aquella causa que al lado de esta que se lleva en Campana es minúscula.
Y algo para el final: cuando el agente oficial quiso amedrentar a Segovia y le prometió la misma absolución que a Ricardo “Ricky” Martínez, no estaba diciendo todo lo correcto. No fue el gobierno quien hizo liberar al padre del actor —según confesó en una mesa de policía bonaerenses amigos el propio Martínez—, sino que hubo doscientas cincuenta mil razones verdes que Martínez puso en el bolsillo del juez de la causa para quedar fuera, y ahora puede que aparte del dinero pueda volver a perder la libertad.
La suciedad oficial para involucrar a la oposición en cualquier maniobra no tiene límites, el gobierno perdió todo tumbo y su Titanic que ya chocó contra el iceberg de la realidad, se hunde irremediablemente.
Y ya que esta vez la víctima intentó ser Francisco de Narváez, una duda: ¿Por qué el multimillonario candidato no blanquea de una vez sus zonas oscuras —o en todo caso las que pueda hacer públicas—, así no da lugar a estas zancadillas horripilantes que hacen recordar al film La Caída.”
Para un periodista es más gratificante salvar de las jugadas sucias a personajes que lo merecen mucho más que este ricachón soberbio y desmesurado.
Jorge D. Boimvaser
Pero todo esto quien lo contó. El narco?. MMMMM, es poco serio. Además el tema de DeNarváez pasa por la investigación de cruces telefónicos y fué solo el comienzo de una investigación.-