La sociedad está expectante, más que por la jornada de los comicios legislativos, por el día después de una elección que se ha mostrado como crucial.
Esta circunstancia institucional ha generado un particular estado de incertidumbre, toda vez que después del 28 de junio se definirá el mapa político de los próximos dos años y medio, ya que si bien los nuevos legisladores asumirán recién en diciembre las repercusiones serán inmediatas.
En este marco, la dirigencia también está atravesando una etapa de especial expectativa. La CGT —y sobre todo su jefe, Hugo Moyano— es uno de los sectores que está esperando ansiosamente el 29 de junio para seguir con su estrategia, en este caso innegablemente expansionista.
En la confección de listas de candidatos Moyano ha tenido una performance más que aceptable. En la nómina kirchnerista de diputados por la provincia de Buenos Aires el camionero colocó al abogado Héctor Recalde, que por su ubicación tiene la renovación de la banca asegurada, y al dirigente de los vendedores de diarios Omar Plaini, unos peldaños más abajo, quien tiene gran chance de entrar a la Cámara Baja si se traduce en sufragios la actual intención de voto del oficialismo y si los candidatos testimoniales siguen con sus actuales funciones.
En la Capital Federal puso en el tercer lugar al judicial Julio Piumato, aunque no la tendrá fácil en un distrito históricamente esquivo al peronismo y ahora con la preeminencia del partido de Mauricio Macri y opciones de centro-izquierda que cosecharán importante cantidad de votos.
Pero sería ingenuo pensar que Moyano se conformará en lo inmediato sólo con algunos escaños sindicales en el Parlamento. Las pruebas están a la vista.
Asociado políticamente al Gobierno kirchnerista desde sus albores, el dirigente camionero ha ido sumando poder en todos los terrenos donde le fue posible y diariamente, con gestos y con palabras, ratifica su decisión de ir por más. En términos de toma y daca tradicional en el esquema político vernáculo, es lógico entonces que pase la factura constantemente.
Durante los años que lleva la administración —primero con Néstor Kirchner, después con Cristina Fernández— el sindicalista ha hecho todo para no entorpecer el tránsito del Gobierno, desde controlar los conflictos y marcar la cancha en materia salarial, hasta organizar un acto oficialista con millares de activistas y militantes como hace largo tiempo no se veía.
Ahora está enfrascado en una inocultable pulseada por el Ministerio de Salud, ya que considera que en esa cartera, conducida por Graciela Ocaña, están “sentados” sobre millonarios fondos que pertenecen al sistema de obras sociales, desde siempre una pata fundamental del poder gremial.
Encima, Moyano ha cortado las amarras con el Superintendente de Servicios de Salud, Juan Rinaldi, otrora hombre de su riñón y a quien justamente por esa razón había logrado colocar en ese lugar estratégico. La relación se quebró después de una serie de acciones del funcionario —encargado del control de las obras sociales— que los dirigentes gremiales consideraron perjudiciales para sus intereses.
En consecuencia, sin su alfil de entonces, Moyano lidia desde afuera y confía en su poder y en su relación sin intermediarios con la Casa Rosada para lograr su cometido, que no es otro que lograr el cambio de timón en la cartera sanitaria.
También los sindicalistas pretenderían que haya cambios en el régimen de monotributo para que sean mayores los aportes a las obras sociales de los trabajadores enrolados en ese sistema. Argumentan que por aportes inferiores, esos entes de salud deben brindar a los monotributistas el mismo servicio que a sus afiliados propios.
Pero estas son sólo un puñado de cuestiones, y hay muchas otras, tanto o más trascendentes. Sobre todo aquellas que atañen a los intereses más urgentes de la sociedad, y especialmente de los que más necesidades tienen. De todas maneras, por las razones que sean, la mira está puesta, en realidad, en el 29 de junio.
Luis Tarullo
DyN