“Kirchner no es peronista, no tiene nada
que ver con el peronismo que me enseñó mi papá. No quiero que esta gente se
aproveche de la canción de mi viejo. Si lo hacen, les voy a hacer juicio”,
disparó con énfasis Hugo del Carril junior el miércoles 3 de junio. Pero al día
siguiente, lejos de acatar la orden judicial, el binomio Kirchner-Scioli la
utilizó en un acto de campaña en Avellaneda. Y la polémica sigue abierta, no
sólo por el hecho en sí sino además por el tremendo trasfondo ideológico que se
yergue de la misma.
La misma no es nueva, como el escándalo, ya que se inició al tiempo en que el
virtual mandatario asumía la primera magistratura en 2003. Pues él mismo se
encargó de no dejar duda su absoluta prescindencia del ideario del primer
justicialismo, cuando para escarnio de muchos, los más absolutos y entrañables
íconos partidarios brillaban por su ausencia en los actos y en todos sus actos
de gobierno. Hasta marcó territorio mostrándose opuesto y antagonista no sólo de
dichos postulados, sino que parecía renegar de los mismos. Hastiado de que lo
catalogaran con muy mala espina de ser el “chirolita de Eduardo Duhalde”, arremetió
instaurando un frente transversal que según su criterio trascendería y vaciaría
de contenidos al movimiento ideado por Juan Domingo Perón. Walter Curia, autor
del libro El último peronista, la cara oculta de Kirchner, corrobora estos
dichos.
El 11 de marzo de 2004, con motivo del congreso de la transversalidad en
Parque Norte, sus integrantes que estaban conformados por los piketeros de Luis
D’Elía, el Grupo Michelángelo y la Confluencia Argentina, se desgañitaron
puteando al peronismo, y quienes recibían esos insultos retrucaban con la misma
munición gruesa y cantando la marcha. Pero fueron más lejos en esa
diferenciación tajante, cuando el 7 de julio de 2005, la entonces candidata a
diputada Cristina Fernández de Kirchner puntualizó: “Cuando a alguien se le
ponen escollos para gobernar, eso no es libreto peronista, es más bien un guión
de Francis Ford Coppola. Y no es doctrina peronista, es El Padrino”, en obvia
referencia a su eterno rival y anterior mentor Eduardo Duhalde.
En realidad, junto a su mujer y actual presidenta formal, Kirchner pergeñó un
híbrido pasteurizado en el cual convivió una reinvención de la década del 70,
dentro de la cual ambos posaban como heraldos de los derechos humanos desde su
exilio en Río Gallegos en 1976. Sin exagerar, es lícito afirmar que ambos se
inventaron un pasado para poder posteriormente, abjurar de la realidad del
presente mediante continuos fuegos de artificio. Por esa razón, reflotaron la
dichosa marcha porque la necesitan imperiosamente en el conurbano bonaerense, la
madre de todas las batallas en la cercana contienda electoral del 28 de junio.
“La política para mí es cash y expectativas”, dejó sentado Kirchner apenas
asumió en 2003. Y luego de su aparente salida del poder, fue consecuente hasta
la obsesión por cumplir con ese férreo postulado. A tal punto, que puso al país
al borde del marasmo con la decisión de aplicar retenciones al agro; y luego al
fracasar Cobos mediante la iniciativa, no tuvo empacho de alzarse con los
dineros depositados por millones de argentinos en las ex AFJP.
Esto también le sirvió para opacar el fracaso de aquel engendro mencionado
arriba, y para escándalo de muchos se alzó con la presidencia del anteriormente
denostado PJ y alargó sus brazos para estrechar a la gloriosa CGT.
Cuentan por ahí que llegó a oídos de Perón, aún exiliado en la madrileña Puerta
de Hierro, le mostraron la foto de un dirigente de su movimiento que tenía la
pinta del mítico Carlos Gardel. El viejo general, ladino y rápido como pocos, se
tomó unos segundos en otear el retrato, para luego añadir con una pícara
sonrisa: “Sí, tiene la pinta de Gardel, se peina como Gardel, ¡pero no canta!”.
Para muchos, por más que se desgañiten ahora cantándola a pesar de la
prohibición, el matrimonio Kirchner se viste de justicialista pero en realidad
es un dúo morganático oportunista y obsesionado por el poder, gobernando en
soledad la Argentina, cerrados sobre sí mismos en el bunker de Olivos.
Fernando Paolella