Moyano lo hizo. Silenciosa, pero firmemente "Don Hugo" sigue acomodando a sus hombres en los lugares más importantes del entramado de la caja de las obras sociales. En el día de la fecha, ha hecho pie sobre la Superintendencia de Servicios de Salud —donde supo hacer negociados de todo tipo el kirchnerista Héctor Cappacioli— a través del desembarco de Ricardo Bellagio, un hombre de su propio riñón. Antes, logró que removieran a Juan Rinaldi de ese cargo, de quien el sindicalista estaba fuertemente distanciado.
Sin embargo, no se entiende cómo el kirchnerismo permitió que Bellagio ocupara ese cargo, toda vez que en el año 2007, la ex ministra Graciela Ocaña lo separó de su cargo cuando era Gerente de Control Económico Financiero de la misma superintendencia por la incompatibilidad que representaba el hecho que su mujer fuera una de las titulares de un estudio de abogados que realizaba trámites frente al organismo nacional a favor de las obras sociales. Como se dice en la jerga, Bellagio atendía "los dos lados del mostrador".
Lo cierto es que, sin prisa pero sin pausa, Moyano va ocupando los mejores lugares del poder de la "caja" del sindicalismo y la salud, al tiempo que incrementa su propio patrimonio personal.
Don Hugo
A pesar de sus jeans y de sus camisas “alla camionero”, a pesar de sus choriceadas y sus actos sindicales, Hugo Moyano es cada día más, un verdadero “bon vivant”. Es que al sindicalista le gusta la buena vida y, misteriosamente, con los 5.000 pesos que asegura ganar por mes le alcanza para darse más de un gusto. Viajes costosos, mesas con los mejores vinos y una casa importante resumían hasta ahora su modo de vida. Pero desde hace un tiempo el estrés lo está matando a Moyano. Por eso un amigo le aconsejó una terapia imbatible: comprarse un campo. Y Moyano le habría hecho caso. Y desde hace unos años es el feliz propietario de un campo —está a su nombre— de 2.000 héctareas en Tres Sargentos, Partido de Carmen de Areco.
El campo, ubicado sobre la ruta 31 —a la altura del kilómetro 155 de la ruta 7— es propicio para el cultivo. Moyano compró esta tierra de proporciones más que considerables en el más absoluto de los silencios. De hecho, pidió a la inmobiliaria que realizó la transacción que la compra no trascendiera. Así y todo no pudo con su genio y lo puso a su nombre. Moyano pidió “Que sea libre de inundaciones y bueno para plantar soja”. Lo que no hizo el sindicalista en esta oportunidad —raro, teniendo en cuenta su espíritu combativo— fue pelear demasiado el precio.
Luego, Moyano visitó una agencia de venta de máquinas agropecuarias y luego mandó a “un compañero” a comprar un tractor. Por lo visto, desde hace unos años, Don Hugo —como le dicen sus seguidores— quiere cambiar de juego y dedicarse a El Estanciero.
Pero, en verdad, Moyano no empezó a darse los gustos comprando este campo. Primero, recicló por completo su casa de dos plantas del barrio de Boedo, tasada actualmente en más de 100.000 dólares. Y siempre puso su norte en conocer el mundo. Por eso, las idas y vueltas de Moyano por el planeta son muchas y él no tiene empacho en ocultarlas. De hecho, en su oficina del sindicato, muestra con orgullo algunas de las fotos que se sacó recorriendo el mundo.
Durante los veranos, Moyano, suele hacerse una o dos escapadas al Caribe. En la playa elige para alojarse exclusivos resorts donde exige la mayor privacidad. La única condición del sindicalista es que tengan casino para jugar en las maquinitas, su gran vicio.
En el año 1999, conoció las islas Turk and Caicos, en las Antillas. Y regresó asegurando que había conocido el paraíso. Es que en este nuevo siglo, la clase obrera cuando elige un paraíso, opta por las Turk and Caicos.
En 2000, realizó junto a su hijo Pablo —uno de sus colaboradores más cercanos— y un par de compañeros del gremio un lujoso viaje por los Estados Unidos. En esa oportunidad, cuando llegó a Nueva York se alojó en el Grand Hyatt Hotel, en Manhattan, y aprovechó sus días para comprar en los negocios de la Quinta Avenida y para cenar en los mejores restaurantes del Village. Para moverse, el sindicalista y su séquito alquilaron una limousina. “Gastó más de 2.500 dólares diarios”, comentó en ese entonces un colaborador que, por supuesto, no fue invitado al tour.
Es que a Moyano le gusta mucho la ropa. Aunque eso no lo demuestre en sus actos combativos. Don Hugo gusta vestirse con marcas como Ralph Laurent y Armani. Pero ese atuendo lo deja para cuando traspasa la frontera. En Buenos Aires, para ir a su oficina elige camisas Newman.
En las cenas, prefiere los buenos vinos y elige Anita Syrah o Catena Zapata. A la hora del champagne se inclina por el Dom Perignon. Hace dos años, fiel a su vocación viajera, le regaló a su hijo Pablo un viaje a la India para festejar su cumpleaños. Posaron juntos al frente del Taj Majal. La foto de padre e hijo sonriendo con una escenografía tan exótica descansa en su despacho, junto al retrato de Juan Manuel de Rosas y de Eva Perón.
Pero a Moyano no sólo le tiran los lugares exclusivos. Es que él también es pueblo: por eso cuando visitó Disney no tuvo reparos en comprar docenas de muñecos —a 120 dólares el peluche— en los drugstore del lugar para después repartirlos entre sus amigos cercanos. Del mismo modo en que reparte plata –entre 10 y 30 pesos- a los que concurren a sus actos por la plata, el choripan y la cajita de tetrabrick. “Moyano jamás escatima la plata. Sobre todo cuando proviene de su sindicato”, aseguran sus ex colaboradores.
Nacido en La Plata, con 59 años y con 4 hijos, Moyano afirma que gana unos 2000 pesos por mes. Pero el sindicato de camioneros tiene más de 90.000 afiliados y recauda aproximadamente 23 millones al año. Don Hugo jamás usa trajes en público, aunque tiene más de 10 colgados en el placard de su vestidor. Todos Armani. Lo que jamás usa son anillos de oro y pulseras. Y cada fin de semana va al templo evangelista.
Ahora, para combatir el stréss decidió no seguir concurriendo a los resorts del Caribe. Ni a Nueva York ni a la India. Ahora su lugar en el mundo está mucho más cerca, en Carmen de Areco. Allí, Moyano descansa y come uno de sus platos favoritos: jabalí asado, un plato que enriquece las pocas atracciones turísticas del lugar. Cuando va a su campo permanece casi oculto. Es que quiere pasar desapercibido. Aunque su espíritu lo traiciona y cada mañana suele andar a caballo recorriendo sus muchas hectáreas.
A pesar de sus gustos un tanto excéntricos, Moyano es muy cuidadoso del dinero que entra en su casa. De otra manera, no se podría entender cómo le alcanza su exiguo salario mensual para semejantes gustos. Por eso, su mujer debe rendirle hasta el mínimo gasto y a pesar de que su hermana Zulema es muy pobre, jamás la ayudó económicamente. Ni a ella ni a sus sobrinos, Gabriel y Juan. A lo sumo, los invitó con una mesa suculenta donde no faltaba el vino tinto ni la pizza a la calabresa, la favorita de la familia.
Con la compra del “campito” Hugo Moyano parece haber cumplido la mayor parte de sus sueños. Ahora tiene casa reciclada, viajes por el mundo y campo en la provincia de Buenos Aires. Sólo le resta un pequeño detalle: una nota de muchísimas y coloridas páginas en la revista Caras.
Carlos Forte