Esta película ya la vimos varias veces.
Quien de turno nos maltrata desde arriba, piensa que somos boludos y pretende
pensar por nosotros. Atento a nuestra salud mental, nos vislumbra como niñitos
de jardín y bienintencionado ayuda a sus súbditos a cruzar la calle en los
recovecos del cerebro.
Además, nos quiere preservar inocentes ante las embestidas de
los monopolios plagados de gente tan mala como el hombre de la bolsa, el ratón
orejudo y otros siniestras entidades. Pues el hada madrina Cristina y el
nigromante bondadoso Néstor I, el pingüino omnisapiente y omnisciente le han
declarado la guerra eterna a esas y otras fuerzas del mal y por ello han tomado
por asalto la historia y nuestro presente. Y también, miran con codicia al
futuro que se yergue desafiante allí, más allá de los muros del castillo
encantado de Olivos.
Pobres de aquellos que osan intentar bajarse de este tren
fantasma, si son atropellados por el mismo, les esperan los muchachos de Moreno,
especialistas en el profano arte de convencer díscolos. O pueden toparse de
bruces con el ogro Luisito, el pulenta de Isidro Casanova, quien con su garrote
encausa a los tímidos y los vuelve conversos obedientes.
Es viernes 9 de octubre, y desgraciadamente lo que está
viviendo en el recinto del Parlamento no es desgraciadamente un cuento de hadas.
A todas luces, puede tratarse de uno de terror y no sacado de la noche de
brujas. Para llegar a que haya número puesto, el oficialismo recurrió a los
buenos oficios del alcalde Diamante, de Tony el Gordo y del jefe Gorgory,
quienes portando sendos maletines negros, salieron de shopping durante esta
semana comprando voluntades.
Fuera del mismo, la sociedad en su conjunto reza para que se
tuerza la voluntad de estos impresentables, aunque con gran temor evocando las
jornadas previas al fracaso de la 125. Se vive en la calle un clima
enrarecido, plagado de violencia contenida pero a veces desatada.
Son tiempos extraños, donde la desconfianza eriza la piel y
los ojos se vuelven a un lado a otro desconfiando de todo y de todos.
De acá a fin de año, parece una eternidad en la cual pocos
quieren pensar con certeza. Porque siempre, a pesar de nosotros mismos, lo
incierto es peor que lo real.
Y el 2011, para colmo, parece tan lejano.
Fernando Paolella