Una de las razones por las cuales no
logramos despegar como nación es porque, contrario a la creencia popular, el
argentino es un pueblo poco talentoso. Para comprobarlo, basta con un análisis
más científico y menos mitológico. Para empezar, hay que tener en claro que el
alto o bajo nivel de la política y la economía de una nación es consecuencia de
algo previo y más fundamental: el nivel mental y cultural de su gente. Porque
política y economía son productos de la mente, de una cultura e idiosincrasia
que es diferente según la sociedad que se trate. En otras palabras: no es lo
mismo la política y la economía en manos noruegas y canadienses que en manos
argentinas. Latinoamérica y Africa son los dos continentes que albergan las
naciones más atrasadas de la humanidad.
Y los argentinos estamos mal rankeados
incluso con respecto a varias de ellas, lo que fue corroborado por la última
evaluación de la Unesco, donde quedamos superados por uruguayos, costaricenses,
cubanos, chilenos y mexicanos. En lectura, los chicos de tercer grado quedaron
en séptimo lugar y los de sexto grado, en el octavo en Latinoamérica. Es que
jamás se ha dicho a nivel internacional que el argentino sea ‘uno de los pueblos
talentosos del mundo’. A lo largo de la era moderna este título le ha
correspondido, justificadamente, al pueblo francés, al alemán, al judío, al
inglés, al estadounidense y, a partir de los años setenta del siglo XX, al
japonés.
El talento se mide científicamente, hay índices para ello, por ejemplo,
la cantidad de patentes registradas, adelantos producidos por las empresas de un
país, el puesto de sus universidades en los rankings del London Times y la Univ.
Jiao Tong, los índices de poder adquisitivo y pobreza de las Naciones Unidas, el
ranking Anholt-GFK Roper de Marca País, el grado de facilidad para abrir
empresas según el Doing Business del Banco Mundial y la Heritage Foundation, el
riesgo país según Standard & Poor`s, los índices de competitividad del Foro
Económico Mundial, el de libertad de prensa y derechos políticos de Freedom
House, el grado de valores según la World Values Survey Association y el de
corrupción de Transparency International. El lugar que ocupa la Argentina en
estos rankings es mediocre cuando no lastimoso (no sabemos quienes somos hasta
que nos comparamos con otros). A estos índices cabe comparar la cantidad de
Premios Nobel. Alemania cuenta con, aproximadamente, 91 Nobel, Inglaterra con
66, Francia 44 y los Estados Unidos con 160. Los judíos, a pesar de no exceder
del 0,5% de la población mundial, han ganado 29 premios de 1901 a 1950 y 96
premios de 1950 a 2002. Hungría cuenta con dieciséis premios y Polonia con
catorce mientras que la Argentina tiene solamente cinco de los cuales dos son de
Paz (políticos); sin embargo, nótese que no hay húngaros ni polacos exclamando
por ahí que son un ‘pueblo con recursos humanos maravillosos’.
Tampoco es verdad
que los ‘profesionales argentinos sean excelentes’; la ‘fuga de cerebros’ es un
mito. Como dijo una científica argentina ‘para hacer ciencia o trabajar en
laboratorios de los Estados Unidos y de Europa, el camino más corto es estudiar
en sus claustros. En ellos, los extranjeros que dominan son los de origen
asiático, que son súper exigentes y competitivos y llegan en números masivos’3.
Los mejores en el exterior no son, pues, ni argentinos ni latinoamericanos sino
asiáticos. Borges tenía en claro que el hombre medio argentino no era talentoso;
por el contrario, en su Nota sobre los argentinos le critica su ‘penuria
imaginativa’. Y esto no es una novedad, ni algo reciente producto de ‘la
decadencia’. Ya Einstein que visitó nuestro país en 1925 se decepcionó de las
preguntas que algunos físicos y astrónomos argentinos le hicieron. En su diario
de viaje escribió: ‘Me hicieron preguntas científicas muy tontas, de forma que
era difícil permanecer serio’4. En opinión similar, el dramaturgo español
Jacinto Benavente dijo en 1922 que la única palabra que se forma con argentinos
es ‘ignorantes’. La creencia de los ‘recursos humanos maravillosos’ ha generado
otra muy soberbia: que es un ‘misterio inexplicable’ porque no prosperamos. En
efecto, muchos creen que aquí sucede algo especial, mágico, secreto o
conspirativo, que hace que las soluciones que aplicaron otras sociedades no
sirvan aquí por el grado de complejidad de los problemas argentinos, que lo que
sucede aquí sería diferente a lo que ocurre en los demás países
subdesarrollados.
El Premio Nobel F.A. Hayek habría dicho que las economías más
difíciles de entender son la japonesa y la argentina pero a decir verdad, el
sistema perverso de las reglas de juego de nuestra economía se comprende en
menos de cinco minutos. Si los argentinos no saben controlar la inflación o la
delincuencia es porque simplemente les falta talento y no porque les sobra.
Ya
lo dijo Guy Sorman ‘Si eres un economista, la Argentina no es un enigma’. ¿Cómo
puede ser entonces que un pueblo con estos mediocres indicadores internacionales
–sexto en educación en Latinoamérica– se haya forjado una visión tan equivocada
y magna de sí mismo?, ¿en que la fundamenta? Me parece que tres son las razones.
La primera es que descendemos, mayoritariamente, de italianos y heredamos de
ellos su narcisismo y pasión por las apariencias. En Los italianos, Luigi
Barzini dice que ‘Los italianos aman su propia actuación, su propia
exhibición... prefieren vivir... en su ambiguo mundo de apariencias, entre
reproducciones de papier maché de la realidad (...) En determinado momento, la
búsqueda de una segunda realidad en todo lo italiano se convierte en un juego
(...) ¿Hasta qué punto el señor A, el célebre político...es un verdadero
estadista? ¿En qué medida es el señor B un gran novelista, el señor C un gran
actor, el señor D un gran director cinematográfico, el señor E un gran poeta?
(...) Unos pocos, quizá no sean más que impostores inteligentes (...) Un
italiano considera un deber cultivar tales ilusiones en los demás seres humanos,
pero, sobre todo, lo considera un deber con respecto a sí mismo’.
Nótese la
descripción ególatra de Barzini sobre sus compatriotas: ‘Los italianos les
descubrieron América a los americanos; les enseñaron la poesía, la política y
las artimañas del comercio a los ingleses; la ciencia militar a los alemanes; la
cocina a los franceses; la representación y la danza del ballet a los rusos; y
música a todo el mundo’. Al igual que los argentinos, los italianos también se
creen únicos y originales; sin embargo, Italia es uno de los países más
problemáticos de Europa Occidental (en especial el Sur). Es que el argentino
interpreta su lugar en el mundo a partir de su fisonomía europea –su tez blanca,
a veces rubio y de ojos claros– y Buenos Aires, con su arquitectura europea, no
se parece en nada al resto de las ciudades latinoamericanas. Pero no advierte
que el europeísmo de su capital se debe a que no fue construida por argentinos
sino por inmigrantes europeos (en 1914, la población era de unos 7.900.000 de
los cuales, aproximadamente, la mitad eran extranjeros).Vivimos, pues, en una
ciudad pensada y construida por una cultura superior, la europea, pero el
argentino no es un pueblo de cultura superior, solo cree que lo es. La segunda
razón es la falacia de la generalización indebida, un tema de la Lógica: se
toman de ejemplo veinte profesionales que se destacaron en el extranjero y se
generaliza diciendo ‘a todos los profesionales argentinos les va bien en el
exterior’, una expresión que más que describir la realidad, la redondea. Una
cosa es que haya algunos individuos talentosos, que los hay aquí, pero también
en Rusia, la India, Perú, México, Polonia y Turquía y otra muy distinta que
seamos un ‘pueblo talentoso’. Además, ¿de qué sirven el talento de unos pocos si
no hay capacidad de comprensión en el resto de la sociedad para cosas
elementales?
La India y Rusia han producido excelentes matemáticos, científicos,
analistas de sistemas, bailarines, atletas olímpicos, escritores y músicos; no
obstante, no dejan de ser sociedades subdesarrolladas con todo lo que esto
implica. La tercera es que el talento es un concepto sistémico y no una carrera
de obstáculos. La nación y sus problemas requieren soluciones sistémicas, no
individualistas, carismáticas, ni personalistas. Empero, el argentino promedio
cree que talento es ingeniárselas para esquivar los obstáculos que a diario le
imponen las perversas reglas de juego de la economía y la política argentina,
cuando en verdad es a la inversa: talento es crear un sistema de reglas
eficaces, claras, justas y previsibles de manera tal que no haga falta hacer
constantes piruetas para sobrevivir. Se sorprende entonces cuando los nórdicos,
alemanes o japoneses que trabajan aquí no entienden nuestras necedades y
concluye que ‘ellos no son tan rápidos como nosotros’. Estas creencias revelan
que una parte de nuestro pueblo aún está detenido en el pensamiento mágico, es
decir, aún no ha desarrollado una mirada científica sobre su realidad: el
argentino promedio tiene pues, grave dificultad para distinguir las creencias de
la realidad.
Las creencias, dice Julián Marías, son interpretaciones de la
realidad, son su apariencia, pero no son la realidad. Las creencias que
albergamos no las hemos pensado nosotros sino la sociedad, nos fueron
transmitidas en el hogar, en la escuela, la universidad, el trabajo, mediante la
televisión, los diarios y la opinión pública local. Los hombres no captamos
pues, la realidad tal como ella es sino que la vemos a través de un sistema de
creencias heredado, de ahí que podemos decir que, en rigor, somos ‘pensados por
otros’. Es evidente entonces, a pesar de lo que nos espetaron Einstein y
Benavente, que de generación en generación, los argentinos nos hemos estado
repitiendo unos a otros, estas creencias delirantes que terminamos por tomarlas
como nuestra realidad. Cuando Ortega visitó la Argentina (1929) se dio cuenta de
este contagio sociológico y pronunció su famoso consejo: ‘¡Argentinos, a las
cosas, a las cosas!’ que se fundamenta en el lema de la filosofía de Husserl, Zu
den Sachen selbst! ‘¡a las cosas mismas!’ y significa: argentinos, miren la
realidad tal cual ella es y se les presenta en vez de negarla, encubrirla o
interpretarla a través de sus creencias; descríbanla objetivamente en vez de
explicarla subjetivamente (la descripción es el método de Husserl).
Por eso, el
Libro Negro del Psicoanálisis, publicado hace poco en París, sostiene que la
Argentina y Francia son los dos países ‘más freudianos del mundo, están ciegos’;
o sea, ciegos para ver la realidad en su desnudez. Ahora bien, ¿es tan negativo
que no seamos uno de los pueblos talentosos del mundo? En verdad no, pues los
talentosos, en cualquier área de la vida, son siempre una minoría. De un total
de, aproximadamente, más de 200 naciones, solo alrededor de 25 se pueden
considerar talentosas, las que son desarrolladas, (el resto son
subdesarrolladas). El problema con el argentino no es pues, que no sea un pueblo
creativo y hacedor: no, para nada; el problema serio ‘es que no lo sabe’ (Hernán
Fernández Romero). Cualquier argentino promedio acordará que su sociedad es
corrupta pero difícilmente admita que a su pueblo le falte talento. Y esta es
una de las razones por las cuales el cambio va a ser mucho más difícil aquí que
en otros pueblos latinoamericanos de carácter más humilde. ¿Porqué prospera el
pueblo chileno, sea con las derechas o las izquierdas? Porque al partir de un
‘complejo de inferioridad’ –con respeto–, tuvo que mirar hacia arriba; seguir el
ejemplo de los que triunfaron, en suma, imitar los sistemas de ideas políticas,
económicas y valores de sociedades verdaderamente talentosas, como la noruega o
la neozelandesa. Ortega con sus dotes de ‘psicólogo’, se da cuenta que este es
nuestro ‘talón de Aquiles’, el defecto que nos impedirá convertirnos en una
nación próspera y desarrollada. De ahí sus palabras de El hombre a la defensiva
(1929), genial ensayo sobre el narcisismo del argentino: ‘...Si de puro mirar el
proyecto de nosotros mismos olvidamos que aún no lo hemos cumplido, acabaremos
por creernos ya en perfección. Y lo peor de esto no es el error que significa,
sino que impide nuestro efectivo progreso, ya que no hay manera más cierta de no
mejorar que creerse óptimo...’.
La sobre valoración a que ha conducido nuestra
soberbia va hacer, pues, que el afán por volvernos una sociedad mejor, sea una
instalación mucho más difícil de alcanzar a los argentinos que al resto de los
latinoamericanos. Psicológicamente quien se cree superior, quien carece de
autocrítica y suponga que nada tiene que aprender de otro es, precisamente por
esta actitud, una clase de sociedad sin porvenir; por el contrario, quien
reconoce su mediocridad ya ha dado el primer paso para superarse. En última
instancia, el problema radical de los argentinos no es lo que nos pasa, ni lo
que otros nos hicieron sino el no reconocer lo que somos.
Diego Wartjes
Extractado del libro "Sálvese Quien Pueda" (patología de sociedad
argentina)
Quisiera saber donde da Ud.conferencias o clases,para poder asi intercambiar ideas. Vi en otros columnas de su"muro",su idologia(Economia Social de Mercado),que en los "papeles"resulta perfecta y a la cual adheri.en el 83,recuperada la democracia,explicada por el Ing.Alsogaray y el Dr.Chavit(candidato a gobernador x Bs.As.).Me convencieron,luego Menem,lo aplico(palabras de Alsogaray).Me encontre,con el tiempo con un 30%entre desocupados y subocupados la deuda paso de 65000 a U$S 165000 MILLONES ¿QUE PASO?POR FAVOR CONTESTEME...
Hola! Qué tal? Quisiera saber si usted podría ayudarme con el tema " mi bandera". ¿Qué representa para usted su bandera? Gracias.