El 3 de abril de 2003 escribí algo que consideraba premonitorio. El tiempo, lamentablemente, me dio la razón. Y me conduelo por ello.
En su momento afirmé que “a medida que pasan los días el enfrentamiento Irak-USA tiene mayor semejanza a la confrontación Vietnam del Norte-USA. Ambos presidentes que promovieron a ultranza estas contiendas, que cada día se asemejan más, fueron un par de enloquecidos texanos: Lyndon B. Jonson y George W. Bush, cuyo coeficiente intelectual (091), el más bajo desde Roosvelt, es casi similar al de su padre, quien apenas alcanzó el 098)”.
“No me sorprendería —sostuve entonces— que a los Estados Unidos los echen de Irak como lo hicieron del sudeste asiático. En la península del sudeste asiático combatían con el Ejército Regular Vietnamita y con los paramilitares del Vietcong, los irregulares que los hicieron padecer como nadie lo hiciera nunca. A pesar de los violentos bombardeos de los B-52 y de la guerra química a que apelaron para someter al ‘enemigo’. Los yanquis bañaban las regiones con el temible ’Agente Naranja’, un desfoliador que aún sigue enfermando de cáncer a ex combatientes americanos... y a miles de vietnamitas”
La historia vuelve a repetirse...
Como consecuencia del grave escándalo que provocaron las fotografías que salieron a la luz, mediante las cuales se verificó el trato inhumano que los soldados americanos dieron (y seguramente siguen dando, porque están mentalizados) a prisioneros iraquíes, considero que es más que oportuno inmortalizar, por su cruel vigencia, lo que hace más de un año procuré hacerles recordar.
El acto de barbarie —por lo menos el más conspicuo, ya que debió haber muchas acciones similares— ocurrió hace 36 años. Si bien es cierto las situaciones son diferentes, los resultados no son menos deleznables. Son salvajismos que tienen marcada a fuego la mentalidad de los dirigentes americanos que generan acciones bélicas basados en mentiras. Y las culpas recaen desde el Presidente de los Estados Unidos, tan falaz como otros que lo precedieron, hasta el soldado que puso en práctica las acciones que le enseñaron ejecutar.
Y ahora Bush y su corte de inadaptados —hombres y mujeres— pretenden pedir disculpas por lo sucedido, haciéndose los sorprendidos y prometiendo escarmiento. Igual que en el pasado. “Yo no sabía nada”, mintió Bush cuando fue puesto en evidencia y la verdad no pudo ocultarse. Igual que John Kennedy cuando la fallida invasión a Cuba en “Bahía de Cochinos”; o Lyndon Johnson al aprobar que se fraguara un ataque vietnamita en el Golfo de Tonkin para justificar el incremento belicista en la península; o Richard Nixon cuando fue incriminado por el escándalo de “Watergate” que le costó la primera magistratura; o el vaquero Ronald Reagan con el asunto de la triangulación de las armas iraníes para los contra nicaragüeneses, que manejó el coronel Oliver North.
Lo terrible es que en esta diabólica acción de los americanos han arrastrado a todos los ejércitos de países que los acompañaron, llamados en conjunto “Fuerzas de la Coalición”. Por lo tanto, Inglaterra, España, Italia, etc., son corresponsables y no pueden mirar para otro lado. No existen dudas de que estaban debidamente enterados de todos lo que sucedía en la prisión militar, si no, ¿para que carajo fueron a Irak?
No se debe echar en el olvido las masacres de los “Boinas Verdes” en Vietnam, hombres-máquinas preparados para asesinar y que alegremente fueron reivindicados en películas como “Rambo” I, II y III. Tampoco debemos olvidar como se ametralló sin hesitar el poblado de MY LAI (Hijo Mío), ¡en Vietnam del Sur!, región a la que habían ido a “proteger” de los norteños, no dejando una sola persona con vida. Mujeres, niños y ancianos fueron fríamente ejecutados por la soldadesca a partir de la orden de “¡Fuego!”, que impartió William L. Calley (jr). Nunca se esclareció debidamente si fueron 37 o 347 los muertos, estimándose que esta última cifra es la correcta.
La fría masacre de My Lay aconteció el16 de marzo de 1968, aunque fue reportado recién en noviembre de 1969, a pesar de los esfuerzos del Pentágono por ocultarlo. Se dice que la verdad es una moneda escondida, pero siempre alguien tiene la fortuna de hallarla.
El "héroe" de este verdadero horror fue el teniente William L. Calley (jr), a quien por vergüenza se lo juzgó en una Corte Marcial, que con el tiempo se probó que había sido una farsa. El 29 de marzo de 1971 fue “condenado” a 20 años de prisión por crimen premeditado, pena que poco después fue reducida a 10 años (la opinión pública estaba ocupada en alguna huevada del presidente de turno), y en setiembre de 1974 una Corte (seguramente “corte manga” a la Justicia), lo favoreció con la absolución.
Ahora, Bush prometió un escarmiento a los torturadores y a sus jefes (estamos en plena campaña electoral y todo esto favorece al candidato demócrata John Kerry, quien no pretende favorecerse de manera directa con este sucio incidente). Pero si el escarmiento es como el que recibió el teniente Calley (jr)...
Jenofonte decía que las guerras largas terminan siempre con la destrucción e infelicidad de ambos bandos.
No estaba errado.
Juan Isidro González