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Los soliloquios presidenciales pierden ante la riqueza de los debates parlamentarios

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SOBRE APERTURAS DE SESIONES Y PROTOCOLO
SOBRE APERTURAS DE SESIONES Y PROTOCOLO

Cuando el titular de una gran compañía dirige su mensaje anual a los accionistas, reunidos en la Asamblea estatutaria, aborda de un modo equilibrado el análisis de los logros obtenidos, señala los problemas que se han presentado en el curso del año y anuncia el programa de empresa para el año siguiente.

 

Sería insólito y decepcionante para los accionistas escuchar un mensaje que se limitara a reseñar los aciertos en la gestión empresarial, pero que guardara silencio sobre la lista de los fracasos y omitiera los pasos a seguir en el futuro.

Sin embargo, la gran mayoría de los discursos de los presidentes de nuestras repúblicas aéreas -como lo prueba la intervención de la presidenta Cristina Fernández ante la Asamblea Legislativa- recogen pulcramente el inventario de aparentes éxitos y sobrevuelan distraídamente sobre el resto de los temas.

La estructura institucional del acto de apertura anual de la labor legislativa en las Cámaras está concebida para el lucimiento personal del presidente de turno.

Dado que tiene que dirigirse a un público que lo escucha en respetuoso silencio y como no existe espacio para la réplica ni el debate, el primer/a mandatario/a puede dedicarse a dorar tranquilamente la píldora, dado que sabe que al final sólo caben los aplausos entusiastas de los partidarios o los más recatados y respetuosos de la oposición. A la oposición sólo le queda luego el recurso de hacer una breve y urgente valoración ante los medios de prensa.

En los sistemas parlamentarios europeos se ha abandonado la práctica semi monárquica del discurso ex-cátedra dictado desde el trono presidencial. El primer ministro, en el debate sobre el estado de la Nación, está obligado a abordar todas las cuestiones vinculadas con la gestión pasada pero, sobre todo, a señalar cuál es el programa para el curso de la nueva legislatura.

Los debates parlamentarios sobre el estado de la Nación suelen durar varios días. Durante el primero el primer ministro fija la posición del gobierno y luego de un cuarto intermedio, el líder de la oposición, y a continuación los dirigentes de los demás partidos, fijan las suyas.

Al día siguiente, se inician los debates mucho más animados, que mediante la réplica y la dúplica, permiten el agotamiento de todas las cuestiones que han surgido en el curso de la primera sesión. Finalmente, bajo la forma de propuestas programáticas, se votan las iniciativas más importantes presentadas por el gobierno.

Como surge de este breve resumen, la diferencia entre los debates que tienen lugar en el inicio del período parlamentario en el sistema presidencialista difiere sustancialmente de los que se celebran en el sistema parlamentario.

La diferencia es sideral y representativa de un sistema, el parlamentario, donde el primer ministro actúa como un auténtico delegado del Parlamento y por lo tanto, enfrenta la obligación ineludible de rendir cuentas a su mandante.

En el sistema presidencialista, por el contrario, el desparpajo con que el/la jefe/a del Estado puede dirigirse a las Cámaras, es la muestra elocuente de un sistema en el que el Ejecutivo tiene la deferencia protocolar de dirigirse a un poder formalmente equivalente, pero en la práctica, completamente subordinado.

Como señala Murray Edelman (“La construcción del espectáculo político”, Editorial Manantial), los líderes construyen puntos de referencia para enfocar la atención donde ellos quieren crear impresiones en los espectadores.

Así, por ejemplo, una actuación de política exterior dramática puede ser especialmente eficaz para brindar una impresión de éxito. De modo que el potente simbolismo que alcanza la figura presidencial en los sistemas de ese tipo, permite distraer el interés público, apartándolo de la consideración sobre lo verdaderamente importante.

Evaluar un desempeño presidencial, añade Edelman, no es en absoluto lo mismo que evaluar a un plomero controlando si la canilla todavía gotea. Pero la intervención magistral del presidente frente a unas cámaras desprovistas de toda capacidad de réplica, convierten al acto de apertura de las sesiones parlamentarias en un enorme simulacro.

La oposición puede percibir que la canilla reparada por el plomero presidencial todavía gotea, pero frente a esa anomalía, sólo puede guardar silencio. 

 

Aleardo F. Laría
DyN

 

3 comentarios Dejá tu comentario

  1. llamatios soliloquios de la presidente, especialmente la turbia reivindicacion de los golpes militares como iniciadores de carreras politicas de liberacion nacional gruesa mentira de la presidente diciendo q tiene simpatia por las fuerzas armadas a las q desarma y humilla peor falsedad la de adjudicar al peronismo su inicio con el golpe militar de 1943 una peronista como la presidente q ademas se jacta de culta (aunq no sea abogada) olvida q el peronismo festeja su dia de la lealtad por un 17 de octubre de 1945 la presidente deberia leer mas y hablar menos, ver la realidad virtual q es la unica realidad para ella porq a la calle la ve por tv

  2. Desgraciadamente somos tan inmensamente ciegos como para NO darnos cuenta de que somos ADMINISTRADOS especialmente en las finanzas por una persona que es una compradora compulsiva, lo cual equivale a una condicion psicotica....No puede dominarse, ni controlarse a nivel domestico, mucho menos podra saber llevar el timon en momentos de crisis de millones de seres que deben aguantarse en ella..... Valganos algun angel guardian que nos la saque de escenario, porque asi como vamos, vamos al abismo....

  3. En Argentina nos guste o no , existe un regimen presidencialista y tengo la sensación que parte de oposicion no esta dispuesta seguir aceptandolo, por lo tanto primero hay que cambiar este articulo de la Constitución. De no ser asi me parece que entran en un terreno que no es nada democratico.

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