Ante la pregunta formulada por los cosmólogos, acerca de si en otro big-bang del futuro, quizás ya no en el tiempo humano sino muy distante en el accionar del universo ¿podremos pensar en un retorno tal como somos, según razonó Nietzsche (Véase El eterno retorno, capítulo I, l “Exposición y fundamento de la doctrina”), y según la teoría del big bang? ¿Quién puede creer en un eterno retorno? Menos lo podemos colegir si desconocemos aún a fondo la naturaleza íntima de la materia.
Esto significa que no sólo en el ámbito cosmológico existen dudas acerca de un eterno retorno, sino que también las arrojan las experiencias con la materia-energía.
No en vano los físicos idearon y llevaron a la práctica los colosales aceleradores de partículas para conocer de qué estamos hechos en realidad. Mediante las experiencias de las colisiones de partículas subatómicas, se ha dejado muy atrás el clásico átomo como supuesta última partícula. Hoy se habla de hadrones, mesones, antimateria, quarks y de infinidad de otras subpartículas atómicas cuyos trazos quedan registrados en los colisionadores.
Entonces, no sabíamos de qué estamos hechos, y hoy continuamos sin saberlo a ciencia cierta a pesar de los adelantos en la técnica del desmenuzamiento de la materia-energía.
Si sumamos esto al campo astronómico, no podemos conocer si con el cierre del big bang, es decir con el big crunch, todo termina para siempre o nace otro universo. Puede que este continúe expandiéndose para siempre, de modo que no podemos aventurarnos a aceptar un comportamiento siempre igual para nuestro universo en una serie infinita de big bangs dentro de la cual sería posible, siempre alguna vez, el retorno de todas las cosas en la eternidad, porque el Todo podría derivar hacia un callejón sin salida con nulas posibilidades de producir nuevas expansiones y contracciones como un cósmico corazón.
No obstante todo ello, pensemos que los que niegan esto, se hallan equivocados. Aceptemos un universo cíclico al modo brahmánico. En este caso, una vida dolorosa que retorna siempre, se hallaría prisionera de un fatalismo maldito por toda la eternidad, con o sin mérito alguno. Esta idea es realmente terrible. ¡Desdichados por toda la eternidad! ¡Dichosos entonces los creyentes en un más allá de bienaventuranza como recompensa del mérito!
Pero es que yo, según mi cosmología, no creo en el eterno retorno, por cuanto debería sentirme también dichoso como ellos por el hecho de no tener posibilidad alguna de retornar jamás si mi vida se transforma en un calvario. Tengo tanto derecho a negarlo, como los creyentes a aceptarlo.
Pero, retrocedamos una vez más e imaginémonos nuevamente encerrados sin salida en un ciclo de repeticiones infinitas y pronto reconoceremos que, a pesar de todo, no nos hallaríamos condenados al sufrimiento eterno si nuestra vida es un mar de desdichas.
Yo estaré atado a la fatalidad sólo visto esto desde el exterior (visión que sólo pueden poseer supuestos dioses que escudriñan el mundo). Pero desde mi interioridad, desde mi lapso consciente en que consiste mi existencia dentro del proceso del mundo, no puedo apenarme por hallarme atado al fatalismo del eterno retorno de todas las cosas, porque carezco de conciencia de ello. En esta ficción, no se que fui igual que ahora infinitas veces en el pasado, con mis fortunas o desdichas, ni puedo saber que seré igual infinitas veces en el futuro. No poseo conciencia de ello ni hacia el pasado ni hacia el futuro infinitos, por lo tanto es como si existiera por única vez. De modo que esa supuesta realidad cíclica no quitaría el hecho de mi muerte como tránsito hacia la inconsciencia total, es decir, a la nada, porque al despertar en un big bang venidero cualquiera, no poseeré conciencia de que ya he sido, y aquello que fui y dejó de ser, equivale a una muerte para todo. ¡Problemas de los reencarnacionistas y otras layas al no existir conciencia de lo que uno ha sido!
En todo caso, el problema lo tendrá en esta vida, precisamente aquel creyente acérrimo en un eterno retorno, que padece terribles penurias en su existencia. Podrá estar seguro de su “regreso y verá el futuro infinito plagado infinitamente de los mismos infortunios de su presente vida y sufrirá injustamente por ello, pero es necesario estar absolutamente convencido para añadir más aflicciones por esta razón, a las que ya se tienen. Además son realmente pocos los individuos de todas las generaciones que han tenido y tienen estas ideas.
En un aproximado o quizás inadecuado ejemplo, alejado del sentido de lo consciente, podríamos comparar el fatalismo del eterno retorno con la corrupción y nacimiento de nuevos cuerpos del humus de la tierra.
En las primeras páginas del texto bíblico podemos leer: “… hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado, pues polvo eres y al polvo volverás”. (Génesis 3:19).
Entonces para los judeocristianos toda la vida terrena se acaba ahí, en cambio algunos no judeocristianos, si hubo y habrá infinito número de planetas Tierra, uno en cada serie de retornos, puede ser cierta alguna vez nuestra repetición. Vemos que los cuerpos corruptos de los muertos se disuelven el la tierra y sabemos que de las sustancias químicas que componen esos cuerpos se forman nuevos seres vivientes. Cada uno de nosotros podemos albergar átomos y moléculas que pertenecieron a otros seres, animales y plantas, y también a personas como los faraones egipcios, los reyes antiguos, artistas y pensadores famosos, y también a pordioseros y criminales. Podemos tener algo de una flor, de un fruto del manzano, de un gato, de una paloma, de Alejandro Magno, del inca Manco Capac, de Gengis Kan o del bufón de Felipe IV.
Pero ya es otra cosa, no somos ellos ni remotamente, los átomos no poseen conciencia, no obstante si resucitaran todos los personajes de la historia en el retorno número ene, más que eso, si se repitiera toda la historia infinitas veces en la eternidad, serían, aunque idénticas, distintas historias, no la nuestra como seres conscientes actuales que la vivimos, y es entonces como si no existieran para nosotros.
En conclusión, después de toda esta disquisición, sólo nos resta comprender que todo ese mundo de pseudociencias disfrazado de auténticas ciencias, cae en el vacío de la nada ante la razón fundamentada en el conocimiento científico obtenido por las experiencias en los diversos campos. Todo lo demás, son meras conjeturas infundadas que marean a los lectores creando un mundo fantástico alejado años luz de la realidad.
Ladislao Vadas