Está previsto que los próximos 17 y 18 de mayo tenga lugar en Madrid la VI Cumbre Unión Europea-América Latina. La relación entre los países latinoamericanos y la UE no ha alcanzado aún la profundidad que debiera, atendiendo al hecho que la Unión Europea es el mayor inversor en la región, el segundo socio comercial de América Latina y el mayor donante de ayuda al desarrollo.
Reivindicar una asociación regional más fuerte con Europa sería un modo de evitar la deriva actual hacia el bilateralismo y apostar por la consolidación de un vínculo estratégico que permita una relación de mayor equilibrio con los Estados Unidos.
Tres países de América Latina -Argentina, Brasil y Méjico- y cinco de la Unión Europea integran el G-21 (si incluimos a España). En el área UE-AL habitan mil millones de personas que conforma un conjunto cultural y políticamente homogéneo.
En toda la zona -salvo reducidas excepciones- impera un sistema democrático, existe una visión compartida sobre los valores culturales y se coincide en defender un modelo basado en la economía social de mercado.
Ninguna de ambas regiones por separado tiene actualmente envergadura suficiente para ser un jugador estratégico mundial. Al afianzar el vínculo entre ellas, se fortalecería la imagen de un triángulo trazado desde los tres vértices del espacio occidental: Estados Unidos, Unión Europea y América Latina.
Es indudable que asistimos a un cambio notorio en la geometría del poder mundial. Frente al declive de la hegemonía norteamericana, aparecen nuevos protagonistas como China, los llamados BRIC (Brasil, Rusia, India y China) o los países de América Latina y Caribe (ALC). La emergencia de las economías asiáticas ha supuesto cambios importantes en la geografía comercial y ha permitido dar mayor relevancia a los países del Sur.
Por otra parte, el acuerdo UE-AL permitiría avanzar en la consolidación de las dos grandes uniones aduaneras que hay en el mundo: Mercosur y UE. Por consiguiente, es un momento oportuno para fortalecer esta relación con la mirada puesta en el futuro estratégico.
Como señalan los expertos, diseñar una agenda para favorecer la mayor integración, que no haga concesiones a la retórica, supone combinar políticas regulatorias (el software) con políticas de infraestructura (el hardware).
Una mayor convergencia regulatoria con la Unión Europea permitiría reducir costos en las transacciones comerciales. Y en relación con las infraestructuras, cabe señalar que mientras antiguamente los costos más importantes eran los arancelarios, actualmente son los vinculados al transporte internacional de mercancías. Todos estos temas y algunos otros de singular importancia, como la búsqueda de una mayor cohesión social, deberían estar concentrando las energías de los líderes políticos regionales.
Sin embargo, un tema intrascendente ha venido a poner en riesgo el importante encuentro internacional. Un grupo de diez países latinoamericanos, que no han reconocido el resultado de las elecciones en Honduras, bajo el aparente liderazgo de Brasil, comunicaron que dejarían de ir a Madrid si se confirmaba la presencia del presidente hondureño Porfirio Lobo. Esto llevó a que el propio Lobo anunciara su intención de no participar en la reunión con los líderes latinoamericanos para evitar el fracaso del encuentro.
La actuación de Brasil a lo largo del caso Honduras -que comenzó cuando le abrió las puertas de su embajada en Tegucigalpa al depuesto presidente Zelaya- sólo puede entenderse como una concesión demagógica al grupo de países que orbitan alrededor del liderazgo de Hugo Chávez.
Brasil quiere convertirse en el líder regional de América Latina y parece dispuesto a pagar el precio que sea por consolidar su proyecto estratégico. La presencia no cuestionada de Cuba en la Cumbre de Madrid, revela que no es precisamente un prurito democrático el que mueve a la diplomacia de Lula.
El fortalecimiento de la democracia en América Latina, es una preocupación legítima y un deseo loable. La reducción de la enorme desigualdad que caracteriza a nuestro continente se conseguirá construyendo ciudadanía y fortaleciendo un Estado profesional, eficaz, que permita mejorar los niveles de cohesión social al brindar una mejor salud y educación. Pero también la democracia requiere valores y experiencias compartidas, lo que supone dejar atrás los proyectos personales de poder y las neurosis obsesivas que tradicionalmente los acompañan.
Aleardo F. Laría
DyN