El Tío en 1973
Héctor Cámpora fue presidente de la Argentina por escasos 49 días entre el 25 de mayo y el 13 de julio de 1973.
A su asunción concurrieron dos altos dignatarios: el chileno Salvador Allende y el designado por Fidel Castro como presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós. Esto algo significaba, la Argentina iba antes hacia Cuba que hacia el progreso.
A partir de los lemas de la época (“Cámpora al Gobierno, Perón al poder”) podría decirse que fue un presidente “testimonial”; el control remoto del Gral. Perón para reinstalarse en el poder y monitorear la posible incorporación de la izquierda combativa en el reinaugurado esquema constitucional.
La tarea del Tío Cámpora era poner la cara como el primer presidente genuinamente peronista desde el derrocamiento de 1955, y tratar de integrar a las agrupaciones de la izquierda combativa con el sindicalismo. Una misión imposible.
Y es más imposible aún si consideramos que Cámpora, que oficiaba en Madrid como una suerte de mucamo de Juan Perón, no era un hombre con demasiadas luces políticas, ni un estadista, ni nada que se le pareciera. Era, simplemente el desafío chusco del general (“a éstos les gano con Camporita…”). Un personaje auténticamente menor que llegó a la presidencia de la Nación porque esto es la Argentina, un país inverosímil donde otros personajes sumamente menores como Carlos Menem, Fernando de la Rúa o María Estela Martínez también ocuparon el sillón de Rivadavia.
Cámpora abrió las cárceles y sacó a la calle a todos los terroristas que habían sido enjuiciados y encarcelados, les cambió el rótulo de guerrilleros por “luchadores sociales” y “presos políticos”, acercó a la izquierda combativa al poder real, simpatizó con los violentos y le dio un marco de legalidad a la “revolución socialista”. Los incorporó a un sistema al menos constitucional, ya que no taxativamente democrático.
Pero no sirvió de mucho. Volvieron a lo suyo y terminaron matándose con la propia derecha peronista todos al grito de ¡viva Perón carajo! Un aquelarre magníficamente pintado por Soriano en No habrá más penas ni olvido.
40 días le bastaron a Perón para advertir que esos sectores no eran democráticos ni estaban dispuestos a guardar las armas ni a desterrar sus métodos de violencia y coerción.
A su regreso experimentó el fracaso en su intento de detener a esta gente e imponer su mandato histórico. Dicho en buen criollo, le pasaron por arriba al propio Perón.
El camporismo bien puede ser visto como el caballo de Troya que usó la izquierda violenta (peronista y no peronista) para intentar tomar el poder por vías legales.
El Camporismo kirchnerista
De regreso al presente, hay que decir que los Kirchner ni son peronistas tradicionales, ni jamás pensaron en gobernar para todos los argentinos. Nunca les interesó construir en la unidad sino, apenas, ser tardíos continuadores de aquél gobierno de 49 días de Héctor Cámpora, con fines similares a los de entonces.
“Aggiornando” ideologías en función de las realidades políticas de la región, el socialismo del siglo XXI de Hugo Chávez cumple el rol de la revolución socialista de los setenta, y las metralletas afortunadamente -por ahora- han sido reemplazadas por blogs.
No es casualidad que habiendo tantas banderas de Juan y Eva Perón para levantar, el kirchnerismo forme una agrupación llamada “La Cámpora”, y que Esteban Righi sea procurador de la Nación, precisamente quien fuera Ministro del Interior durante aquél gobierno.
Ellos vinieron a hacer la “revolución socialista”, y una democracia genuina constituye un auténtico escollo para tal fin. Los Kirchner no gobiernan con la democracia, sino a pesar de ella.
El poder legislativo les resultó útil mientras tuvieron la mayoría para convertirlo en una escribanía de sus intenciones. Desde el mismo momento en que perdieron esas mayorías se dedicaron a obstaculizar su funcionamiento, a cooptar voluntades y, hoy día, les resultaría fantástico que ni siquiera existiese tal Congreso.
Con el poder judicial ocurre algo similar. La Corte Suprema de Justicia era la mejor de la historia, uno de los mayores méritos de este gobierno en palabras de sus propios referentes.
Hoy esa misma Corte se pronuncia favorablemente sobre la extradición de Apablaza Guerra a Chile, ordena la reposición del procurador Sosa en Santa Cruz y tiene seis votos firmes sobre siete para denegar la apelación del estado y ratificar el amparo que suspende el artículo 161 de la ley de medios; y entonces es merecedora de marchas de apriete y descalificaciones varias, incluyendo los insultos de Hebe de Bonafini.
Así como a Cámpora lo superó la izquierda, probablemente a Kirchner le ocurra algo parecido.
Se equivoca el que piensa que Hebe de Bonafini dice lo que dice porque no está del todo en sus cabales o porque no sabe de lo que habla. Lo sabe muy bien y habla, al menos por ahora, en total consonancia con el gobierno.
En el caso de la Corte, Hebe de Bonafini es vocera oficiosa de la Casa Rosada. Y la utilizan en esa función, ya que por su pasado y por la historia instalada en los últimos años, se la considera “inimputable”. Por decirlo de otra manera, Hebe goza de impunidad verbal y dice lo que los Kirchner no pueden decir.
Es una sociedad que funciona bien pero que no es eterna: Los Kirchner necesitan imperiosamente de Hebe, pero Hebe, logrados ciertos objetivos personales, dejará de necesitar de los Kirchner. Ella es marxista, no tiene nada que ver con el peronismo, sólo buscó a su Cámpora. Puede continuar adelante con cualquier otro.
El verdadero rostro político del “modelo” se verifica en momentos como el actual, donde se comienza a entrar en la recta final que plebiscitará ese sistema para determinar si se sostienen por al menos otros cuatro años más, o si deben entregar el poder a un gobierno de otro signo.
Kirchner instaló el modelo, pero si ese modelo se legitima en 2011 los sectores de la izquierda combativa ya no necesitarán de Néstor Kirchner para hacer su juego. Serán autónomos e incontrolables y usted probablemente estará conectado a Internet desde Montevideo o Lima.
El que no está con nosotros está en nuestra contra
A poco de asumir Héctor Cámpora en 1973 dedicó un discurso a la juventud, donde expresó, entre otras cosas, lo siguiente:
"...y en los momentos decisivos, una juventud maravillosa supo oponerse, con la decisión y el coraje de las más vibrantes epopeyas nacionales, a la pasión ciega y enfermiza de una oligarquía delirante”
“La juventud maravillosa contra la oligarquía delirante”. Cualquier semejanza con la actualidad no es casual en modo alguno.
37 años después vuelven a apelar a esa juventud maravillosa, esta vez encarnada en “La Cámpora”, las juventudes del sindicalismo que aún responde a los Kirchner y la joven izquierda combativa, todas ellas arengadas y adoctrinadas por los jóvenes maravillosos de los setenta, hoy convertidos en viejos millonarios gracias a la industria de juicios contra el estado, entre otras delicadeces. Y lo maquillan de “epopeya nacional”.
El gravísimo problema que tienen es que como ya no hay Fuerzas Armadas la ecuación no cierra si no se inventan permanentes enemigos. Un gobierno sectario y autoritario necesita un flujo constante de enemigos para bajar su mensaje. No les sirven los adversarios porque con esos hay que sentarse a dialogar; ellos necesitan enemigos para poder combatir.
Entonces todos los que no avalen su “modelo” son potenciales enemigos, aún quienes osen “darse vuelta” y opinar en disidencia.
Ver a la izquierda combativa, que aprendió a leer con Página/12, haciendo un “escrache” a Jorge Lanata no demuestra solamente intolerancia, sino una importante dosis de hipocresía.
Pero es una muestra de cómo el kirchnerismo sustenta el axioma repetido por tantos otros que invierte el sentido de las palabras del propio Jesús (“el que no está contra nosotros, está con nosotros”), y torna un mensaje de unión e integración en un paradigma del enfrentamiento: “El que no está con nosotros está contra nosotros.”
Si no te gusta cómo avanzamos sobre Clarín, sos gorila.
Si no apoyás a Hebe, extrañás a Videla. Si criticás a Cristina, sos vendepatria. Si pensás diferente, sos un facho.
Es una bipolar cerrazón política que impide el diálogo constructivo.
Son fascistas y hay que decirlo con claridad. Y el problema no es tanto que lo sean, sino que inoculan fascismo en la gente.
La corte era nuestra pero “la pusimos para otra cosa“tal las palabras de Carlos Zannini, es por eso que ahora los ministros de la Corte Suprema son unos turros y hay que ir a tomar el Palacio de Justicia.
Clarín era el aliado y amigo del presente gobierno, Magnetto era el referente hasta fines de 2007, incluso les autorizamos fusiones de dudosa legalidad, pero en cuanto saca “los pies del plato” pasa a ser el demonio. Escarnio público y cárcel.
¿Cómo termina tanto odio?
La espiral virulenta crece y hace recordar épocas muy lejanas, cuando familias completas se distanciaban por la antinomia peronismo – antiperonismo.
Amigos de toda la vida que se dejaban de hablar, hasta hermanos que pensaban diferente cortaban relaciones a causa de esa intolerancia cruel y contagiosa.
Hay una enorme crispación entre la gente que no apoya al modelo y quienes lo apoyan cada día están más alejados de los otros. Hay vecinos que se miran de reojo y eso es malo.
El que apoya no puede comprender que no se advierta que éste es el mejor gobierno de la historia del país, y el que no apoya no puede entender que no vean que éste es el gobierno más corrupto de la historia del país. Vuelan las acusaciones mutuas, fachos para unos, “choripaneros” para otros.
Es una sociedad profundamente dividida y eso no se soluciona ni fácil ni rápido.
Los seguidores del modelo piensan que se puede construir un país en serio prescindiendo de la otra mitad de la sociedad. Y se equivocan.
Los detractores del modelo piensan que si cambia el gobierno se puede hacer que la otra mitad de la sociedad archive sus causas. Y también se equivocan.
En primer lugar hay que agotar instancias para que la historia no termine como el Camporismo y la masacre de Ezeiza: que no nos matemos entre todos.
La única salida para conciliar posiciones extremas es el diálogo constructivo. La única manera de que estos jóvenes y no tan jóvenes que hoy avasallan todo a caballo del discurso oficial baje tres cambios y se integre a un pueblo entero, pasa por sentarse a dialogar y estar dispuestos a conceder. Consensuar, conversar, buscar el auténtico bien común, pero para eso hace falta despojarse de viejos odios, del autoritarismo de que unos pocos se arroguen el derecho de decidir por todos, de la subestimación y la obliteración del otro, y aprender a ser demócratas.
Pero los Kirchner no abrevan en aguas dialoguistas, sus seguidores tampoco. Y, justo es admitirlo, probablemente el resto de nosotros, tampoco.
Me permitiré cometer una transgresión incursionando en cierto grado de futurología.
Si los diputados, senadores, jueces y comunicadores no se ponen de pie y empiezan a defender a la democracia y a la libertad (que no es Clarín por cierto), esto termina muy mal.
Si el arco político no kirchnerista de la Argentina no se mueve rápidamente para intentar mostrar opciones políticas válidas y alternativas al modelo oficial esto también termina muy mal.
Esta gente no estará dispuesta a admitir ni al peronismo tradicional ni a ninguna otra expresión política que no sean ellos mismos. No tolerarán alejarse del poder luego de haberlo conseguido y disfrutado.
Lo advertimos ahora, que aún están en fase de agresión verbal y arenga.
Si la llamada oposición continúa especulando con los tiempos y pensando en “la campaña para marzo”, corremos el riesgo de que para marzo ya hayan pasado a una fase posterior, de la cual será muy difícil retornar.