El entramado de alianzas implícitas entre Perón y la Iglesia Institucional se construía durante el año 1945 hasta el conflicto político-militar que destituyó y encarceló al coronel-político. Los hechos posteriores a esta detención mostraron una faceta social que lastimó el rostro temeroso y preocupado de los sectores tradicionales de la sociedad Argentina. La jerarquía católica componía este sector y compartió su temor, temor al descontrol social y al posible caos tan advertido por el obrerismo de Perón.
La irrupción de las masas obreras en el espacio público el 17b de Octubre de 1945 puso al descubierto la debilidad del orden establecido frente a la espontaneidad de los trabajadores. Como señaló Daniel James, el fenómeno clasista del 17 y 18 de Octubre representó el ataque de un sector social olvidado y excluido a los símbolos de la clase dominante.[1]
Luego del desafío expresado por los sectores populares en los hechos atrevidos del 17 de Octubre, quedó claro que este colectivo humano veía en la figura pública de Perón el medio por el cual se abrirían los canales de participación que harían factible su presencia en el campo político. A partir de estos hechos, que denotaron un potencial desequilibrio social con posibilidades de una rebelión violenta, el nuevo conductor de los trabajadores puso en marcha con gran astucia dos tácticas diferentes e función de su estrategia de convertirse en el hombre políticamente necesario. Por un lado la demostración de su control sobre las masas, y por el otro, la táctica de presentar su persona como una “bisagra” que había encontrado una alternativa política al comunismo y al capitalismo, fundada precisamente en la Doctrina Social de la Iglesia.[2]
Estas argucias de Perón complementadas con las prebendas obtenidas por la Iglesia durante el gobierno militar del cual él formó parte, contribuyeron a facilitar el apoyo de la jerarquía clerical en su carrera presidencial.[3]
Frente a la posibilidad de alteración del orden social o ante la opción del regreso del laicismo antirreligioso, Perón representaba para la mayoría del clero católico el mal menor. Después de todo, como fue expresado anteriormente, la idea de construir una nación católica no estaba alejada de las propuestas del nuevo líder. El temor de la Iglesia institucional radicaba en que su preocupación por el problema obrero lo acercara demasiado a las propuestas socialistas, pero el alivio llegaba cuando a través de sus discursos Perón explicaba el origen católico de sus ideas políticas.[4]Esta tensión entre progresismo político y actitudes conservadoras caracterizó permanentemente el desarrollo político de la primera etapa peronista.[5]
Una vez logrado el acceso al poder político, el nuevo presidente constitucional de los argentinos continuó profundizando la relación armoniosa con el poder clerical. El primer mandatario no cejaba en destacar a través de palabra que su política de reivindicación de la clase trabajadora estaba fundada en las encíclicas papales que generaron la doctrina social de la Iglesia. En realidad, sobre la marcha del ejercicio del poder, Perón fue conformando una ideología poco cuestionable desde la mirada interesada de los diversos sectores de la sociedad de la época. Todos escuchaban la música de su propio instrumento y la orquesta en conjunto expresaba la sinfonía que deleitaba los intereses de su director.
Durante los primeros años del gobierno peronista el clero fue inmovilizado por la implementación de una doble estrategia del Estado, sostenida primeramente en un considerable aumento del presupuesto al culto junto a la legalización de la enseñanza religiosa, y luego en una técnica discursiva análoga a la utilizada por la tradición clerical que fascinaba por sus ambigüedades y el ocultamiento de sus intenciones.
Esta forma solapada de mantener el apoyo de las principales corporaciones formó parte de un plan de fortalecimiento y consolidación del poder político de Perón. El camino recorrido en los primeros años de su gobierno estuvo signado por una ardua tarea de re-encauzamiento y organización de los sectores que habían sido los resortes que lo elevaron a la primera magistratura. La organización del movimiento obrero, el control sobre las Fuerzas Armadas, la planificación económica con mayor intervención estatal y el mantenimiento de una sana armonía con la Iglesia Institucional ocuparon al ejecutivo hasta casi 1949.
Evidentemente, como fue argumentado con anterioridad, si el carisma es una construcción cultural, esto no significa que concluir esa construcción sea un trabajo sencillo. Para ello, el gobierno elegido en 1946 puso en práctica un conjunto de acciones públicas que demostraron las virtudes de ilusionista y las capacidades persuasivas de Perón. Estas prácticas apuntaron a instalar en la sociedad la creencia de que la figura del nuevo presidente representaba la voluntad y el deseo de la totalidad del pueblo argentino. Así fue como se hizo necesaria la monopolización del espacio simbólico del cuerpo social. Desde el Estado se organizaron una serie de actos públicos y masivos que generaron un imaginario político sobre las virtudes magnánimas no solo de la personalidad presidencial sino de su esposa, que transitaba paulatinamente desde una silenciosa postura de acompañante a un rol político fundamental como mediadora entre Perón y su pueblo.[6] Siguiendo a Mariano Plotkin en este análisis, la creación del aparato simbólico peronista puede dividirse en tres etapas. En primer lugar la lucha por el espacio simbólico entre 1945-1948, una segunda etapa que el autor denominó como la de institucionalización del aparato simbólico de
Fue a partir del despliegue de estas acciones gubernamentales con una clara intencionalidad de construcción carismática desde donde comenzaron a bifurcarse los caminos del Estado peronista y la Iglesia clerical. Lo que había comenzado con una gratificante alianza para ambos actores comenzaba a deteriorarse en la competencia por el imaginario social y político.
Si bien se puede observar una primera etapa de entendimiento entre Iglesia y Estado, un período católico del peronismo y un período peronista de la Iglesia,[8] la dicotomía entre la “ortodoxia” del catolicismo clerical y la “ortopraxis” del gobierno peronista preanunciaba un inevitable conflicto. La diferencia entre el “decir” lo correcto y “hacer” lo correcto marcaron el proceso de distanciamiento entre Perón y el clero aún en los primeros tiempos de una aparente armonía. Ya en el acto político de 1948 en reconocimiento a Mons. De Carlo, Obispo de Resistencia, a quien Perón deseaba destacar por su labor diocesana volcada a la promoción social, el presidente comenzó a señalar el sendero del verdadero cristianismo puesto en práctica por De Carlo pero a la vez muy alejado de las acciones de la mayoría de los integrantes del Episcopado que utilizaban el dinero del Estado para engordar sus tesoros terrenales y no para promocionar a los humildes.[9]
Al margen de este hecho puntual, destacado por la relevancia que posee en el presente análisis, los primeros años del peronismo gozaron de un “entente cordiale” entre la Iglesia institucional y el gobierno. Lentamente se fueron entrelazando religión y política hasta confundir si el origen de los grandes actos públicos y masivos tenía su inspiración en el clero o en la política gubernamental. Los 17 de Octubre y los 1 de Mayo con misas de campaña y presencias de la jerarquía católica, la consagración de la Virgen de Luján como patrona de la policía federal y de los ferrocarriles, y la aparición de sacerdotes ligados a la praxis política tales como Filippo, Fray José Pratto y Hernán Benítez, parecía mostrar una clara asociación entre el peronismo y el mundo católico. Sin olvidar que además de los importantes “rituales”, éstos fueron acompañados de un suculento financiamiento económico del Estado a la institución eclesiástica.[10]
El juego de ajedrez estaba armado y los rivales, expertos en la materia, habían comenzado sus movimientos. ¿Quién se “comería” a quién?
Durante los primeros tiempos solo se observaron movidas tácticas para mantener los espacios. Con el transcurrir de los años comenzó a vislumbrarse una paulatina ventaja para quien conducía los destinos del país. Indudablemente la tentación del “becerro de oro” seducía la codicia del clero. Éste, acostumbrado a diferenciarse del sector popular y formado en una concepción de poder como dominación, entendía que los requisitos básicos para detentar ese “poder” eran la riqueza y el prestigio.
La fuerza con que el discurso peronista se internalizaba en la sociedad parecía llevarse todo consigo. Mayor empuje semejaba tener cuando esta fuerza estaba legitimada por un comportamiento eclesiástico desorientado por los beneficios económicos de un gobierno que lograba la docilidad de la Iglesia con un alto costo para la misma institución.[11]
La reforma de la Constitución en 1949 y la puesta en acción de la Fundación Eva Perón fueron dos movidas magistrales en el proceso de deglución de la Iglesia Católica que el Estado peronista había iniciado en 1946.
Todo hacía pensar en la posibilidad de construir una sociedad basada en los ideales católicos. La ley de educación religiosa, la Constitución de 1949 y los intentos de protección de la familia parecían ir conformando un sincretismo entre catolicismo y peronismo. Ahora bien, detrás de esta ingenua apariencia se escondía una cuña que comenzaba a dividir al cristianismo católico de la época que como siempre había sucedido en su evolución temporal, se debatía en su interpretación histórica confrontada a su hermenéutica transhistórica. Los que veían en las obras concretas del gobierno peronista una praxis cristiana y los que entendían que la religión católica era una creencia que iba más allá de la coyuntura social y política. ¿Cuál era el cristianismo auténtico, el de Perón y Evita o el de la jerarquía clerical?
Este interrogante comenzó a flotar en el aire de la sociedad. El gobierno, por su parte, se encargó de hacer notar fuertemente que la “verdad” transitaba por un “cristianismo de hombres concretos” ejemplificado por las acciones de la Fundación que presidía la señora del presidente.[12]
El clero empezó a sentirse como un simple espectador en el escenario donde se difundía su propia doctrina. Difusión doctrinal, que por otra parte, establecía una simbiosis cada vez más profunda con los rituales político-religiosos de la “doctrina” peronista.
La apropiación indebida del concepto de verdad
En las páginas precedentes se puede entrever que el monopolio de la palabra y del espacio simbólico del ámbito social fue el terreno de la competencia entre Perón y la Iglesia.
La importancia de la palabra y de cómo ésta se internalizaba en los colectivos humanos, obliga al análisis de los “rituales” políticos llevados a cabo por los gobiernos peronistas. Estas ceremonias, ligadas muchas veces a los ritos católicos que compartían estos actos, tendían a fortalecer la creencia y la confianza en las personalidades de Perón y Evita consolidando conjuntamente la identidad nacional mimetizada con el movimiento político gobernante. “Donde se procede ritualmente, el hablar se convierte en acción” sostenía Hans Gadamer en su estudio sobre la importancia y el peso de la palabra y los ritos en la conducta social.[13]
Luego de un proceso de identificación de lo católico y lo peronista, las pretensiones del Estado se convirtieron en una avanzada concreta sobre los espacios dominados por el clero. Organizar políticamente la participación de la mujer en la militancia social y en el mundo del trabajo, el fortalecimiento del culto a la personalidad del presidente y su esposa, y las acciones de la Fundación Eva Perón mostrando lo que se suponía era la verdadera ayuda social, fueron las piedras del escándalo que hería los sentimientos de los sectores tradicionales de la Iglesia. “...La ayuda social no es caridad...no es filantropía...es justicia”.[14]
El control de la ayuda social posibilitaba la presencia concreta de las personalidades gobernantes y la coherencia entre las promesas y los cumplimientos. A la vez, esto iba aumentando la credibilidad en la palabra del presidente por parte de amplios sectores de la sociedad. Este marco fue aprovechado para ir delineando el proceso de peronización del catolicismo. La reformulación de la enseñanza de la historia en las escuelas y las prédicas a través de la bibliografía utilizada en las mismas donde se resaltaba la asociación de los componentes de la simbología católica al imaginario político peronista,[15] fueron parte de una táctica de apropiación de la verdades reveladas de la religión para encarnarlas en el proceso político que Perón conducía. Fue éste un proceso constante, más solapado unas veces y más desenfadado otras, donde paulatinamente el peronismo fue copando todas las áreas de influencia en las que el clero hacía valer su palabra. El campo de la educación, cada vez más controlado por el Estado, se convertía en el terreno apto para sembrar la semilla de la doctrina peronista. Más allá de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, que por otra parte reflejó un escaso éxito de la misma, el adoctrinamiento político y el fomento del culto a Perón y Eva Perón construían una nueva creencia que garantizaba el triunfo de la “revolución peronista”.
La Fundación Eva Perón, como institución que sustituyó a la perimida Sociedad de Beneficencia, no solo se encargó de la ayuda social sino que mediante esta acción casi siempre personalizada contribuyó a la formación de un mito mesiánico respecto del peronismo y la figura de su conductor. La temprana muerte de Eva hizo que su persona fuera rápidamente reconocida como emblema venerable de los sectores populares y compitiera con las otras personalidades históricas que ya ocupaban los altares de los templos católicos.
Luego de la sanción de la Constitución de 1949 y ya consolidado en el poder, desde 1950 Perón dictaba la política a seguir en los aspectos socioculturales con el objetivo de identificar su gobierno con el inicio de un segundo proceso independentista de la Nación Argentina. El Estado tenía la palabra hegemónica en todos los ámbitos de la acción social. De hecho, no era para nada asombroso observar que la antigua alianza con la Iglesia institucional se había convertido en una relación desequilibrada en donde Perón, con las herramientas del Estado, intentó deslindar al clero de la verdadera doctrina cristiana practicada por el gobierno justicialista.[16] La utilización política de las identidades religiosas comenzaba a generar entredichos con algunos de los altos dignatarios eclesiásticos que cerraban filas en lo que paulatinamente daba origen al antiperonismo católico. Sector éste que se formó acorde a los factores coyunturales y que en realidad tuvo mucho de antecedentes antiperonistas y poco de trayectoria católica.[17]
Los sucesos en torno al Congreso Eucarístico Nacional de 1950 mostraron que los fines estratégicos del proyecto peronista poco tenían que ver con las pretensiones del clero argentino y con los intereses de la política internacional implementada desde la jerarquía Vaticana. Tales pretensiones quedaron demostradas cuando la Nunciatura envió instrucciones sobre los pasos protocolares que el gobierno argentino debía cumplimentar en la recepción del delegado papal al Congreso, el cardenal Ruffini. La respuesta del Ejecutivo local fue de una frialdad inusitada, el presidente ni se molestó en recibir al representante de Pío XII.[18]
La lucha por la monopolización del imaginario político y también religioso de la sociedad manifestó una ruptura sin retorno. Perón permaneció ajeno al desarrollo del Congreso hasta casi el final del mismo. Allí no solo se hizo presente sino que con palabras muy duras y con mucho peso performativo, fue definiendo al mejor estilo de una cuidadosa exégesis doctrinal la verdadera praxis cristiana:
...”Es muy fácil someterse a los dictados de una religión si en ellos hemos de cumplir satisfactoriamente sólo las formas; pero es difícil una religión cuando se trata de cumplimentar el fondo (...) Yo creo que ser un buen cristiano no es solo cumplir con las formas de los rituales religiosos. No es buen cristiano aquel que va todos los domingos a misa y hace cumplidamente todos los esfuerzos para satisfacer las disposiciones formales de la religión. Es mal cristiano cuando, haciendo todo eso, paga mal a quien le sirve y especula con el hambre de los obreros de sus fábricas para acumular unos pesos al final del ejercicio.
(...) Nosotros (los peronistas) no solamente hemos admirado y admiramos la liturgia y los ritos católicos sino que admiramos y tratamos de cumplir esta doctrina(...) Por eso compañeros, el peronismo, que quizás a veces no respeta las formas, pero que trata de asimilar y cumplir el fondo, es una manera efectiva, leal y honrada de hacer el cristianismo, por el que todos nosotros, los argentinos sentimos inmensa admiración.(...) Queremos ser cristianos en nuestras obras y no por la ropa que nos ponemos ni por los actos formales que realizamos, y también por ello, compañeros, nos hemos puesto a la obra de difundir nuestra doctrina.”[19]
El atrevimiento de Perón expresado en este discurso desfiguró el rostro de la jerarquía clerical. No solo desafió la autoridad moral de un purpurado sin compromiso social sino que además se animó a señalarle a los obispos la verdad sobre la palabra de Dios que el justicialismo estaba poniendo en práctica. La ofensa no podía ser mayor.
De allí en más, luego de los encuentros del cardenal Ruffini y el Mons. De Andrea, la formación de un frente opositor dentro del catolicismo fue un hecho. El presidente, creyendo que este sector representaba una minoría sin importancia y sintiéndose más fuerte aún después de la renovación de su cargo en las elecciones de 1952, reforzó los intentos de congregar voluntades detrás de su proyecto. El camino abierto hacia un “cristianismo peronista” que poco tenía que ver con los deseos de la Iglesia Institucional, comenzó a identificar al “otro” no peronista como el enemigo de la Patria. Estos “otros” no peronistas, más allá de decirse católicos, no lo eran en realidad y no debían tener lugar en la Argentina de Perón.[20]
La muerte de Eva Duarte de Perón sin duda fue una pérdida irreparable en el proceso de consolidación peronista, pero la utilización de su imagen como símbolo sagrado de la ortopraxis cristiana agudizó aún más las contradicciones entre el Estado y la Iglesia. Los católicos tradicionalistas, escandalizados por los intentos del gobierno de convertir la figura de Evita en una personalidad análoga a una santa, unieron esfuerzos con sectores nacionalistas y buscaron la legitimación de la jerarquía católica en su acción antiperonista. La penetración del gobierno en el clero mediante la cooptación de sacerdotes que predicaban a favor de un cristianismo peronista identificado con el pueblo y no con los príncipes de la Iglesia no arrojó los éxitos esperados. Como la figura mítica de Mar Rojo las aguas se dividían y con ellas también las lealtades.
El escenario del conflicto estuvo expresado en estas voluntades que se alinearon con el gobierno o con el clero. En ambas adhesiones reinaba un confuso convencimiento y una desorientación por las actitudes a tomar. La invasión del Estado en todos los espacios sociales expresada en las movilizaciones obreras, el control de la educación primaria y secundaria, la incorporación de la mujer al mundo del trabajo y la política, y la difusión de valores justicialistas para la familia, provocó una reacción violenta desde la institución clerical para frenar lo que consideraron una ocupación indebida de sus dominios tradicionales.
En el contexto del segundo Plan Quinquenal la “cultura peronista” y la “palabra” de Perón se concretaba en instituciones intermedias que tendían a no dejar sectores sociales sin adoctrinamiento de la nueva moral cristiano-justicialista.[21] El clero católico reavivó sus propias organizaciones, no ya por una reacción lógica de enfrentar a Perón sino en el marco del realineamiento de la política exterior del Vaticano con el liberalismo estadounidense. La A.C.A. (Acción Católica Argentina), como organización local de la acción católica mundial impulsada por Pío XII a tener presencia en todos los sectores sociales, fue reorganizada en la Argentina del segundo gobierno de Perón como una estructura de cuadros laicos que el clero utilizó para detener y luego conspirar contra el proyecto presidencial. Las palabras difundidas por religiosos otrora enfrentados como Julio Meinvielle y Mons. De Andrea o Mons. Franceschi, se unían en un discurso que acusaba de perversidad al régimen peronista. La apropiación de la “Verdad” como prédica incuestionable formó parte de las posturas en disputa. Tanto el clero como el gobierno abusaron de una ambigüedad discursiva que solo intentó una mayor concentración de poder sobre los colectivos humanos. El manejo de voluntades era el trofeo para el ganador de esta competencia. Perón supo ganar las primeras etapas, pero diez años de habilidad y astucia en la conducción política no podían competir con una corporación con respaldo internacional que acumulaba siglos de adaptación y supervivencia institucional. Si Perón no desconocía esta historia la pregunta era: ¿Por qué profundizo el enfrentamiento?
Conclusión: ¿El triunfo o la derrota de la Verdad?
Muchos hechos puntuales que fueron motivo de la pugna entre el Estado Peronista y la Iglesia Católica quedaron sin mencionar en este trabajo. El relato y la explicación de los mismos exceden los límites propuestos en este análisis. Solo se trató de realizar una nueva observación de las relaciones entre el fenómeno peronista y la evolución de la Iglesia Institucional en Argentina.
Sin lugar a dudas el conflicto se libró durante los diez años del peronismo en el poder, y pareciera ser que nunca quedó resuelto. La dialéctica entre el decir y el hacer fue el “nudo” en que demostraron la tirantés de las pretensiones de apropiación de uno y otro de los contrincantes, pero más allá de los resultados coyunturales de 1955, más allá del derrocamiento de Perón, la viabilidad de un sincretismo cultural entre el cristianismo católico y el peronismo quedó latente en la Argentina posperonista. Dicha síntesis quedó demostrada en los hechos sociales que pueden analizarse como antecedentes del retorno del peronismo al poder en 1973.
Existieron múltiples causas para ser observadas respecto del abierto enfrentamiento entre Estado e Iglesia durante 1954 y 1955. Muchas de ellas, casi todas, fueron analizadas en distintas deducciones historiográficas que no pudieron abarcar omnicomprensivamente la coyuntura en cuestión, pero que intentaron dar una respuesta a los hechos. Hasta la hipótesis del “error de cálculo de Perón” que desarrolló el sacerdote palotino Juan Santos Gaynor, en la que describió que el líder de los trabajadores subestimó el adoctrinamiento religioso de la clase obrera pensando en que atacando a la jerarquía clerical no lastimaría los sentimientos de la religiosidad popular.[22] Claro que este sacerdote se expresaba desde una visión parcializada de la realidad ya que tenía a su cargo la pastoral Jocista. Lo que se observa como imposible de negar son los hechos que acontecieron en los intentos cívicos-militares que terminaron en el derrocamiento de Perón. El odio de la jerarquía clerical católica hacia la persona de Perón y también al peronismo como fenómeno social y político que se mostraron en las acciones golpistas fue de una evidencia incuestionable. Ese sentimiento tan contrario a la esencia de la doctrina cristiana genera aún mayores preguntas sobre el pasado en cuestión.
La pregunta del porqué de la lucha frontal puede convertirse en una constante re-pregunta. Ahora bien, en el cierre de este trabajo se puede asumir el atrevimiento de varias intuiciones. Quizás pareciera ser que la búsqueda de un enfrentamiento directo de Perón con la Iglesia Institucional fue parte de un retiro táctico que el “coronel de los trabajadores” ya convertido en Presidente de los argentinos, evaluó ante un contexto externo e interno desfavorable para la continuidad de su segundo gobierno. Si se toma la política desde una lógica militar en permanente conflicto, una retirada a tiempo permite una mejor reorganización de las fuerzas y una posibilidad más clara de recuperar la iniciativa en la conquista de los objetivos. Quizás, y con mayores probabilidades, el alto clero, siempre ligado a los intereses de las clases dominantes del país temía que la prédica de revalorización social “cristiano-peronista” derivara en una suerte de “socialismo” peligroso, que tomara demasiado seriamente la “praxis” evangélica, y la propia feligresía se transformara en la enemiga del “paternalismo clerical”. Quizás la jerarquía eclesiástica también concebía como inaceptable el mayor grado de conciencia política de las masas que el peronismo generaba, esto atentaba contra sus tradicionales formas de control social. Como todas intuiciones, se pueden percibir pero no es fácil probarlas o demostrarlas. La posible demostración de las mismas será una tarea que quedará pendiente para investigaciones más exhaustivas del tema.
Claudio Esteban Ponce
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[1] James, Daniel. 17 y18 de Octubre de 1945: El peronismo, la protesta de masas y la clase obrera argentina. Publicado en... Desarrollo Económico, Nº 107, Octubre-Diciembre de 1987. Pág. 119.
[2] Caimari, Lila. (1995). Pág. 114.
[3] Ibíd. Pág. 100. Cfr. Codovilla, Victorio. Batir al nazi-peronismo. Informe de la conferencia del partido comunista el 22 de Diciembre de 1945. Buenos Aires, Anteo. 1946.
[4] No hay plena seguridad sobre el conocimiento que Perón tenía de la doctrina cristiana, pero queda claro que estaba bien asesorado por sacerdotes que estaban de acuerdo con su proyecto, por ejemplo el padre Benítez entre otros. Ver en... Caimari, Lila. (1995). Pág. 115.
[5] Ver en... Bianchi, Susana. Catolicismo y Peronismo. Religión y política en la Argentina 1943-1955. Pág. 89. Cfr. Plotkin, Mariano. Mañana es San Perón. Propaganda, rituales políticos y educación en el régimen peronista. (1946-1955). Buenos Aires. Ariel. 1994. Pág. 189.
[6] Plotkin, Mariano. (1994). Pág. 78. El autor hace referencia fundamentalmente a los rituales políticos que fueron peronizando el día del trabajador y la celebración del 17 de Octubre como recordatorio fundacional del peronismo.
[7] Ibíd. Pág. 80.
[8] Caimari, Lila. (1995). Pág. 121.
[9] Destacado por Lila Caimari en su trabajo El Peronismo y la Iglesia Católica, en... Torre, Juan Carlos. Comp. (2002). Pág. 458.
[10] Ver en... Caimari, Lila. (1995). Págs. 126-127. Aquí la autora muestra claramente en un gráfico como se eleva el presupuesto del culto católico hasta los años 1949 y 1950. No solamente en función del mantenimiento de la infraestructura, sino en importantes aumentos salariales con beneficio de aguinaldo para la jerarquía clerical y todas las categorías sacerdotales.
[11] Caimari, Lila. (1995). Pág. 133.[12] Ibíd. Pág. 179. Cfr. Bosca, Roberto. (1997). Pág. 162.
[13] Ver en... Gadamer, Hans Georg. Mito y Razón. Editorial Paidós. Buenos Aires. 1997. Pág. 91.
Muy buen ensayo, Ponce, se nota que tenes buen nivel académico, y además no haces partidismo con la nota; me quedo con la frase de Gadamer, que en el fondo es crítica, atento el disvalor de "lupa" (un prejuicio de los marxistas) para todo lo que es metafísico, que, a estas alturas del siglo XXI te diría es lo que predomina (la irracionalidad, las respuestas in péctore) Por último, no es de extrañarse la reflexion de clerigo Gaynor, pariente de ex gobernador bonaerense, gran hacendado; Es muy claro la relación inversamente proporcional entre peronismo y sometimiento, cuanto mas es el compromiso de alguien con algún sistema de sometimiento (ideológico, económico, académico) se es MAS ANTIPERONISTA Por eso, preferimos asumir nuestra IRRACIONALIDAD Y SENTIMENTALISMO (con sus contradicciones) Y SER PERONISTAS, a ser CATOLICO, que por de pronto es una religión bastante DECADENTE... SALUD, PERONISTAS!
"Es muy claro la relación inversamente proporcional entre peronismo y sometimiento, cuanto mas es el compromiso de alguien con algún sistema de sometimiento (ideológico, económico, académico) se es MAS ANTIPERONISTA". Te recomiendo que leas el discurso de Perón ante la Bolsa de Comercio en 1944 (sólo como un pequeño ejemplo) para que vuelvas a re pensar que el peronismo no significó el sometimiento del movimiento obrero. El control ejercido a través de los sindicatos, funcionales al sistema de explotación capitalista, le premitieron (y le permiten) al peronismo utilizar a los trabajadores para su propio beneficio. Hoy en día, todavía estamos pagando la imposición de este sistema perverso y antidemocrático que va en contra de la emancipación de la clase trabajadora y es funcional a los grandes capitales que lucran con el esfuerzo de los trabajadores. Pero te recomiendo que leas ese discurso, Perón lo explica de manera mucho más precisa y profunda de lo que yo pude llegar a hacerlo tan brevemente. Saludos.
Dice José al que se la pusieron y no se fué: "Por eso, preferimos asumir nuestra IRRACIONALIDAD Y SENTIMENTALISMO (con sus contradicciones) Y SER PERONISTAS, a ser CATOLICO, que por de pronto es una religión bastante DECADENTE... " Si el catolicismo es una religión decadente, como se definiría el paralelismo entre Perón y Evita¿¿ y sus posibles líderes de hoy Scioli Y Cristineta??? Puede haber algo mas decadente???