Absorbido en una fantasmagórica globalización informativa, el homo sapiens
argentino se ha transformado en un voyeur sin ilusión. A cada instante,
cuando pretende tomar el control remoto, se ve invadido por un sinnúmero de
imágenes destellares. El ataque al que es sometido su cerebro, demasiado
fulminante como para poder cerciorarse de algo, lo pone en una esfera casi
fuera de cualquier análisis crítico. Es el preciso momento en que desde la
pantalla, irrumpe una mano símil garra portando un cucurucho con helado. Sin
atinar a efectuar un movimiento de defensa, el helado se le incrusta en la
frente y automáticamente sus neuronas son tomadas por los virus de la
informidad de criterio.
Cuando
la semana pasada se echó a rodar la noticia de la detención de Víctor Martínez,
padre de la malograda Marela, acusado
de ser partícipe de una banda de piratas del asfalto, pocos habrán recordado
el circo mediático montado alrededor del cruel asesinato de la nombrada. De
manera unánime, los personeros de dicha corporación propalaron que la niña
había sido otra víctima de la ola de
violaciones, otro recurso denigrante inventado con el solo objeto
de meter miedo. El puntapié inicial de esta campaña, tuvo lugar en abril del
año pasado luego del crimen aún en las sombras impunes de Lucila Yaconis.
Durante meses, las pantallas y las portadas estuvieron ocupadas por supuesta
seguidilla de hechos aberrantes que causaban estupor y desconcierto. Incluso,
se había montado todo un escenario donde supuestamente ocurría: el
denominado triángulo del horror porteño,
donde ocurría la violación nuestra de
cada día, según lo afirmado por la inefable Denise Pessana. Este
sector comprendía porciones de Belgrano, Colegiales, Núñez y Saavedra, pero
a pesar del cacareo no existió ninguna seguidilla de hechos que pudieran
aseverar que realmente existía semejante epidemia.
Otro
tanto ocurrió y sigue aconteciendo con los denominados piqueteros.
Si bien desde el principio de la gestión K el multimedios Clarín
prohijó la sintomática ecuación piqueteros
= caos de tránsito, últimamente la misma se transformó en piqueteros
= violencia social y anarquía.
Pero el citado
monopolio pretende ir más lejos aún, para superar con creces su propio análisis
interesado.
Bienvenidos a Kosovo
En la edición dominical del 4 de julio, la nota de Pablo
Abiad, la columna de Fernando González y el análisis político de Eduardo
van der Kooy resuman de palabras de neto corte bélico, como atacaron,
ataques, copamiento, estrategia, aprestos de batalla, sectores combativos,
ocupación, conflicto, alistarse, filas, embestida, toma, legión y
soldados. No, no estaban redactando ningún parte de guerra, como
tampoco describían la situación en Irak o se referían al pasado
enfrentamiento de Kosovo. Simplemente, se referían a la cotidiana realidad
argentina pero pensaron seguramente dotarla de algún dramatismo apelando al
engañoso recurso del paralelismo con el lenguaje militar.
Pues
el mensaje subyacente es claro. Los que
atacan provienen de sectores
combativos, que buscan el conflicto
y por ello dan una embestida.
Toman, copan una comisaría, Mc Donald’s y edificios públicos
porque están en guerra contra la sociedad.
Mejor dicho, alteran el orden público y
la paz ciudadana porque quieren anarquía,
y no la sana concordia que propugnan las instituciones K. Por
supuesto que el nuevo enemigo son los piqueteros,
los inadaptados que
aún no se han dado cuenta que Argentina se ha convertido en un
país en serio.
Gracias a la
disparatada labor del circo mediático, se ha transformado en la tierra del
buen pingüino Neki. El pájaro que no vuela, sino que camina de forma cómica
hacia no se sabe dónde.
Pero
que, gracias a abultados portafolios y chequeras, es visto como el cóndor que
vuela raudo sobre la cordillera. Sin embargo, la pregunta del millón es
cuando estos fuegos fatuos se extingan, ¿de qué se disfrazarán todos
aquellos que lucraron para manipular la realidad?.
Fernando Paolella