Los replanteos que se habían dado en el peronismo durante la década posterior al derrocamiento de Perón fueron el fruto de dos realidades sociopolíticas que interactuaron durante esos años, la resistencia a la represión de la dictadura posperonista, y el revisionismo de la izquierda local. Ambas realidades nutrieron el desarrollo de un peronismo revolucionario. De la mano de John W. Cooke el peronismo comenzó a ser presentado como el movimiento político de mayor grado de conciencia de clase al que había llegado el proletariado argentino.[1] Cuando estalló el “cordobazo” se aceleró el proceso que derivó en la lucha armada. Las fuerzas político-militares que combatían contra la dictadura de Onganía respondían en su mayoría a una concepción del peronismo que tenía como meta la liberación del imperialismo y la construcción del socialismo. Las viejas visiones de Rodolfo Puiggros y Eduardo Astesano, o las ideas de Abelardo Ramos y las particulares interpretaciones de Hernández Arregui, se sumaron a la idea de peronismo de Cooke y se convirtieron en el soporte ideológico de la revolución nacional. Estos argumentos teóricos contenían y sintetizaban la identidad del proletariado, la metodología revolucionaria y la finalidad de la lucha política.
En este marco de conjunción de metodologías y objetivos fue que se integraron los grupos que sostenían que la única opción posible para enfrentar el proyecto de la clase dominante era la confrontación directa. La misma fue tomando cuerpo en diversas agrupaciones con fundamentos teóricos distintos. Más allá de la diversidad en la concepción ideológica, la metodología y las metas estratégicas de estas agrupaciones fue la misma, o sea que sin lograr unidad de concepción existía unidad en la acción. Esta realidad muestra que más allá de tener la capacidad de actuar en conjunto, aún perduraban discrepancias en las vanguardias de la lucha armada.
La disputa entre los integrantes de las FAR y los grupos del ERP mostró una vez más la diversidad en la manera de comprender el proceso histórico de parte de los sectores de la izquierda local. Para los primeros, el peronismo representaba la experiencia fundamental del pueblo trabajador por medio de la cual éste toma conciencia de la necesidad de la lucha para concretar el proceso de liberación como fin del devenir histórico.[2] Es a través del movimiento peronista que los integrantes de las FAR conciben la posibilidad de poner en práctica su visión “foquista”, dado que el axioma de la teoría del “foco” nunca perdió valor para ellos; “no hay que esperar que las condiciones objetivas para una revolución se den en la historia, sino que es posible contribuir a crearlas mediante el ejercicio de la acción”.[3] Estos planteos, contrarios al marxismo tradicional, fueron acercando las posturas de esta agrupación con elementos más identificados históricamente con el peronismo. Además, la concepción foquista demandaba de la capacidad de generar y promover un movimiento de masas, cuestión que en la Argentina estaba solucionada por la existencia previa del peronismo. Solo había que descubrir los contenidos revolucionarios en el justicialismo para poder llevarlo a la acción. Los acontecimientos posteriores a 1955 sumados a la fusión de algunos peronistas con el socialismo cubano contribuyeron a que esto sea posible. Para los integrantes del ERP en cambio, si bien compartían métodos y objetivos, no había posibilidad de construir un movimiento revolucionario fuera de un partido marxista-leninista, y además, no podía jamás concebirse al peronismo como revolucionario porque éste era una expresión política de la ideología burguesa.[4] Mientras que para las FAR el peronismo era una experiencia popular que podía adaptarse como tránsito al socialismo,[5] el ERP lo entendía como una expresión conservadora alejada de la lucha de clases. Cuestiones dogmáticas del viejo marxismo todavía presente en los miembros del PRT-ERP, ponían en tela de juicio los argumentos de FAR relacionados a la idea de que el marxismo era tomado como un instrumento teórico y no como una bandera política universal. Argumentos éstos, más cercanos a Guevara y Mao que a la tradicional interpretación del dogma del propio Marx.
En el caso de las FAR, sus militantes se consideraban los herederos del “Che” y de su proyecto revolucionario.[6] A partir de allí y observando la evolución histórica nacional, entendieron que había que acompañar el proceso de liberación compartiendo la experiencia del proletariado. Ahora bien, siguiendo los postulados de Marx respecto de transformar la realidad partiendo de ella misma, los integrantes de las FAR comprendieron que si el proletariado argentino era peronista y que si su experiencia de lucha había sido a través del peronismo, para hacer factible una revolución había que asumir la identidad peronista. Esto no significaba que el peronismo quedaba en un lugar irrelevante para ellos, muy por el contrario, según entendían los militantes de FAR cada pueblo tenía su particular forma de vivir la experiencia que los llevara a la liberación. Desde esta visión, el marxismo era considerado una herramienta que había que adaptar, no una bandera política universal que había que aplicar sin tener en cuenta cada cultura, ya que era lógico que cada proceso revolucionario tuviera sus propias particularidades.[7]
Por supuesto que las críticas de la izquierda radicalizada apuntaron contra esta concepción fundados en los escritos de Marx y Lenin. Con una postura dogmática atacaron la idea, imposible para ellos, de una revolución desde el peronismo. Para los miembros del ERP el peronismo era un movimiento policlasista y una expresión lisa y llana de la burguesía nacional. Por ende, si no había tenido un compuesto proletario homogéneo no podía convertirse nunca en un partido revolucionario. Por lo tanto, y siguiendo la teoría de Marx y Engels, la respuesta del ERP comenzó por una definición clara del socialismo por el cual luchaban, y continuó con una descalificación de las nociones elaboradas por las FAR referidas a que el marxismo no se podía concebir como “bandera política universal”. Siguiendo la línea de lo que ellos consideraban la única doctrina o ideología revolucionaria, los activistas del ERP se expresaron en términos absolutistas análogos a la vieja ortodoxia del partido comunista argentino. Con un fundamentalismo digno de un fanatismo religioso, estos militantes sostuvieron la imposibilidad de cualquier revolución fuera de un partido marxista-leninista. Solo esta estructura podría dirigir a la clase obrera hacia una auténtica lucha revolucionaria.[8] Esta visión, un tanto acotada del marxismo, tampoco consideraba al peronismo como una etapa en el proceso de la lucha de clases, por lo que no podía convertirse nunca en el movimiento que conduciría un proceso revolucionario.[9] El marco teórico del análisis de los erpianos tiene visos de coherencia si solo se lo reduce a las categorías marxistas en sentido estricto, análogas a las categorías de la concepción mecanicista del pensamiento de Marx. Pero si tomamos otras interpretaciones posteriores, un tanto más amplias respecto de los postulados del comunismo tradicional, no es tan rígida la fórmula de cómo hacer una revolución.
Frente a estas críticas tan contundentes y con el hipotético grado de coherencia respecto de la ideología marxista, las FAR respondieron a través de uno de sus más destacados “comandantes”, el militante Carlos Olmedo. La devolución que hizo éste a los cuestionamientos erpianos en 1971, no solo tira por tierra sus argumentos, sino que deja muy mal parados a los integrantes de esta fuerza demostrando su ignorancia respecto de la filosofía que dicen defender, resaltando sus contradicciones y remarcando la distancia entre ellos y el movimiento obrero. ¿Qué cuestionaba Olmedo del ERP?
En primer lugar, no concibe que los que afirman defender la revolución proletaria no tengan en cuenta la experiencia histórica de la clase obrera en el país en donde sea posible la gestación de la misma. Esta desvalorización los ubica en un plano de superioridad respecto de las masas.[10] Desde los mismos postulados de Marx y Lenin, pero con mayor fineza y conocimiento filosófico, Olmedo contradice cada uno de los puntos sostenidos por los militantes del ERP. La concepción materialista de la historia no nace de los integrantes del proletariado. Marx y Engels no pertenecían a esa clase, por el contrario, formaban parte de la burguesía del siglo XIX, lo que convierte en falacia lo sostenido por el ERP respecto de que el peronismo como fenómeno de la burguesía no podía mutar en revolucionario.[11] Para Olmedo, el revolucionario se hace en la praxis, es una mística que se adquiere en un proceso de construcción cuyo fundamento es el voluntarismo. Desde esta perspectiva no se afirma que el peronismo era esencialmente revolucionario, se trasmite que este movimiento popular tenía la posibilidad de convertirse en un movimiento revolucionario siempre y cuando sus integrantes lo hagan factible mediante la lucha junto al proletariado.
El olvido de la izquierda radicalizada de una explicación sólida que responda porqué el obrero argentino era peronista redunda en el acto fallido de no querer reconocer la distancia entre una vanguardia iluminada y los colectivos de la clase trabajadora. En esto se basa Olmedo cuando afirma que los compañeros del ERP no comprenden al obrero que es peronista, no diferencian la base proletaria del peronismo de su reducida burocracia, ni establecen diferencias entre las distintas corrientes del movimiento peronista.[12] Como sigue sosteniendo el portavoz de las FAR, el marxismo no puede ser considerado una bandera universal, solo es una teoría científica, una herramienta de análisis de la sociedad que basó su importancia justamente en una explicación coherente del proceso histórico.[13] No se puede dejar de lado el devenir histórico de la clase obrera. En Argentina, como en cualquier otro país, no se puede hacer la excepción de dejar de lado a los colectivos “produciendo”, haciendo la historia desde sus luchas y experiencias concretas.[14] El peronismo, según Carlos Olmedo, no es un partido político, es un movimiento, lo que lo convierte en un fenómeno social mucho más integrador capaz de arrastrar múltiples sectores hacia una revolución social. Siguiendo sus argumentos se deduce que la revolución nacional va más allá de la lógica de etapas, va más allá de las reglas de hierro de la historia que los marxistas ortodoxos aprendieron de memoria como un catecismo. La revolución nacional se relaciona con la experiencia de la clase proletaria, con las tradiciones culturales y con las particularidades de cada nación. De las vivencias de la clase trabajadora argentina hace su aparición el peronismo revolucionario que Olmedo defiende en sus explicaciones. Ahora bien, lo que no puede explicar Carlos Olmedo es la conciliación entre el peronismo y su propia organización armada. Sus fundamentos teóricos para rebatir el razonamiento mecánico del marxismo erpiano y su elitismo respecto del pueblo resultan muy claros en el contexto en que los analiza, pero no aclaran los fundamentos en los cuales se apoya las FAR para constituirse en la vanguardia del pueblo peronista. Las críticas muy bien argumentadas de Olmedo al ERP se presentan como si las organizaciones armadas identificadas con el peronismo fueran las únicas que habían interpretado el sentir de todo un pueblo. De esto se deduce que los fundamentos de Olmedo también pueden ser aplicados para cuestionar a su organización. El mesianismo de estas autodenominadas vanguardias estuvo presente en todas ellas.
El 17 de octubre de 1945, los gobiernos peronistas y las luchas posteriores al golpe militar de 1955 fueron las mundologías que hicieron crecer estas variables interpretativas de las ideas de izquierda. Estos hechos históricos también actuaron como demiurgos que dieron forma a la izquierda peronista, un sector muy particular con fines similares a la izquierda crítica, pero con una metodología y una praxis cimentada a lo largo de la experiencia vivida en el proceso histórico argentino.
Conclusión
Las divisiones del comunismo argentino se profundizaron con el advenimiento del peronismo. Una izquierda crítica surgió como consecuencia del fenómeno que cargó en sus espaldas las aspiraciones de la clase obrera. Luego, el contexto posperonista ayudó a que estos lineamientos cruzaran sus destinos y unificaran su voluntad de lucha en un escenario que presentaba un común enemigo. Esto concluye en la aparición de organizaciones armadas con iguales metodologías, análogos fines tácticos y metas estratégicas, pero con enfoques teóricos disímiles respecto a los fundamentos ideológicos. El debate entre las FAR y el ERP nos muestra un contexto histórico muy rico en el aspecto político-cultural, pero a la vez muy radicalizado y con una carga de violencia típica de la inmadurez de la joven generación que creyó estar destinada a transformar el mundo. Ambas organizaciones son radicales en sus juicios y en su accionar, ambas estaban convencidas que el cambio brusco era la única forma de garantizarse el éxito de su lucha, y más allá de su retórica respecto a la mimetización con el sujeto colectivo “pueblo”, ambos grupos padecían del mismo elitismo y mesianismo. Si a esto le sumamos la militarización que estos grupos fueron adoptando, nos encontramos que como nos ilustra Pilar Calveiro, a mayor militarización, mayor fue la distancia que los separó de la gente que pretendían defender.[15]
La evolución del pensamiento socialista se caracterizó siempre por la discusión y la confrontación ideológica. El socialismo utópico en diversidad con el socialismo científico, el anarquismo de Proudhón, o el cooperativismo de Owen, todos fueron especulaciones del pensamiento humano con el objeto de encontrar una forma de evitar la explotación del hombre por el hombre que caracterizó siempre al sistema capitalista. Las alternativas buscadas para la consolidación de un sistema político y económico más justo, siempre lidiaron entre sí porque la mayoría de ellas cayeron en el error del dogmatismo. El grave problema de todas las interpretaciones signadas con la orientación izquierdista, radicó en la disyuntiva de las aplicaciones al pie de la letra de una hermenéutica unívoca y dominante, o en libres interpretaciones de una doctrina política con posibilidades de un perfeccionamiento constante para que pueda adaptarse a la realidad de los hechos históricos.
El debate de las organizaciones armadas de los años setenta fue una de las tantas disputas entre la rigidez del dogma, y la amplitud de criterio que llevaba por un camino abierto a las potencialidades para la realización de una transformación política. Las mismas condiciones de la discrepancia entre la izquierda crítica y el comunismo ortodoxo en la década del cuarenta, estuvieron dadas en la confrontación de los militantes de las FAR y los grupos del ERP. La diferencia estuvo expresada en que las discusiones anteriores a las que hemos analizado con mayor precisión se desarrollaron en el campo intelectual, mientras que los debates protagonizados por los militantes de los años setenta se dieron en medio del campo de batalla, en medio de la lucha revolucionaria. Aún en la necesidad de la alianza para la lucha, la izquierda no dejó de discutir.
El marxismo fue una corriente de pensamiento, una más entre tantas otras, que indagó en la posibilidad de hacer factible un mundo humano igualitario y perfecto. No completa toda la verdad de la existencia del hombre, tan solo es un aporte más sobre el cual se pueden apoyar nuevas interpretaciones y adaptaciones que mejoren el tránsito de la teoría a la práctica, del pensamiento a los hechos. El socialismo en cambio es todavía una asignatura pendiente en la historia de la humanidad.
Claudio Esteban Ponce
[1] John W. Cooke. Apuntes para la Militancia. Peronismo crítico. Buenos Aires, Schapire Editor, 1973. pp. 28-30.
[2] Reportaje a las Fuerzas Armadas Revolucionarias: “Los de Garín”. Diciembre, 1970. En Roberto Baschetti, (1995), 146.
[3] Ibid, 149.
[4] Responde el Ejército Revolucionario del Pueblo. Trabajo realizado por un grupo de militantes del ERP desde la cárcel de encauzados de Córdoba, abril-mayo, 1971. En Roberto Baschetti, comp. (1995), 179.
[5] Baschetti, (1995), 161.
[6] Reportaje a las FAR, op. cit. pp. 146-150.
[7] Ibíd. p. 168.
[8] Responde el Ejército Revolucionario del Pueblo, op. cit. p. 182.
[9] Ibíd. p. 185.
[10] Una Respuesta al Documento del Ejército Revolucionario del Pueblo. Carlos Olmedo, militante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, 1971. En Roberto Baschetti, comp. (1995), p.187.
[11] Ibid. p. 191.
[12] Ibid. P.192.
[13] Ibídem. p. 193.
[14] Referencia de Carlos Olmedo a la obra filosófica de Marx, La Ideología Alemana. En, Una Respuesta al Documento del Ejército Revolucionario del Pueblo, op. cit. p. 195.
[15] Pilar Calveiro, Política y/o Violencia. Una aproximación a la guerrilla de los años 70. Buenos Aires, Norma, 2005.
LA SOLUCIÓN ES ARGENTINA Y LIBERAL Este estado de degradación cívica que estamos viviendo es consecuencia directa del incumplimiento y quebrantamiento por parte del Estado y sus tres poderes del contrato social que rige en, la letra y en el espíritu de nuestra Constitución Nacional, especificado en su primer parte : Declaraciones, Derechos y Garantías. Esas “libertades individuales” que eran la garantía de los ciudadanos ante las “libertades delegadas” al Estado para constituir el gobierno vienen siendo sistemática e impunemente conculcadas desde hace 60 o 70 años. Y no solo por los gobiernos de fuerza sino por los de origen democrático, que en nombre de buenas intenciones o con fines demagógicos los han violado en beneficio de los partidos políticos y sus dirigentes. Empresas del estado, controles de precios, colegiaciones o afiliaciones obligatorias, control del nombre de nuestros hijos, derechos de importación diferenciados para empresas y ciudadanos, emisión de moneda espuria, endeudamiento del estado para gastos corrientes, impuestos diferenciados por sectores, cercenamiento del derecho de propiedad, jubilaciones de privilegio, son una mínima parte de temas que por leyes, decretos, resoluciones, etc. han violado la Constitución Nacional y lo ha puesto en práctica el Ejecutivo, le ha dado legalidad el Legislativo y lo ha permitido el Judicial. No debería sorprendernos entonces que después de tantos años de gobernar al margen de los principios y límites constitucionales hoy tengamos una clase social que detenta todos los privilegios y la facultad de otorgarlos en desmedro y a expensas del resto de los ciudadanos. Lo peor es que esa extralimitación de las facultades del Estado, fruto de una concepción ideológica populista-estatista ha puesto en el desorden y la inseguridad y al borde de la anarquía al pueblo y casi de rodillas a nuestra Nación solicitando comprensión y ayuda al resto del mundo. Quienes idearon, organizaron y crearon la Nación Argentina, que llegó a estar entre las primeras del mundo ceñida a la Constitución Nacional, nos legaron , además de la Constitución misma una amplia cantidad de advertencias y consejos. Veamos que decía Juan Bautista Alberdi: “No conocemos partidos personales; no nos adherimos a los hombres, somos secuaces de principios”, “Solo traigo un partido: la Nación; solo una causa: la Libertad” Esto por si solo marca la diferencia de estatura cívica y moral de aquellos patriotas con los políticos modernos. “La Constitución Argentina como todas las conocidas en este mundo, vió el escollo de las libertades, no en el abuso de los particulares tanto como en el abuso del poder. Por eso fué que antes de crear los poderes públicos, trazó en su primera parte los principios que deberían servir de límite de esos poderes : primero construyó la medida y después el poder. En ello tuvo por objeto limitar, no a uno sino a los tres poderes; y de ese modo el poder del legislador y de la ley quedaron tan limitados como el Ejecutivo mismo” “Si al prometer esas garantías la Constitución hubiera querido dejar en manos del legislador el poder de alterarlas o derogarlas por leyes reglamentarias de su ejercicio, la Constitución sería hipócrita y falaz” “Enumerando esas garantías de la seguridad personal, la Constitución ha dado a la ley los límites de que no puede salir su acción reglamentaria de esa garantía, sin la cual la propiedad y la riqueza son meras quimeras” También Alberdi nos dejó la calificación que corresponde a quienes desempeñándose en cargos públicos y después de jurar “cumplir y hacer cumplir la Constitución Nacional” la violan en los hechos. “De modo que cuando el pueblo o sus representantes, en vez de cumplir ese deber, son ellos los primeros en violarlos, ellos no son criminales únicamente, son también perjuros y traidores” El Estado puesto a asumir responsabilidades para las que no fué creado, tratando de controlar lo que no sabe ni debe, usando discrecionalmente dineros que no le corresponden ha dejado de cumplir con eficiencia las responsabilidades que si le competen y por lo tanto a sumido a nuestra Patria en la inseguridad de todo orden. “La libertad está indivisiblemente ligada a la seguridad. No hay libertad sin seguridad, ni seguridad sin libertad” “La inseguridad es la barbarie genuina y neta” Se podrían mencionar escritos de Mariano Moreno de 1810, de Belgrano, de Echeverría y de tantos próceres, demostrando que no seguimos sus enseñanzas y que además tenían razón en lo que pronosticaban. ¿Aprenderemos algún día? o debemos aceptar que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. Jorge Fernández