El gatillo fácil no es una práctica atribuible únicamente a la policía bonaerense o a la Federal. Atraviesa al grueso de las Fuerzas de Seguridad siendo, según la CORREPI, las policías de Tierra del Fuego y Santa Fe, las más violentas. A mediados de los noventa, el caso del joven Bordon que murió en su viaje de egresados en circunstancias poco claras en la provincia de Mendoza desnudó la desvergüenza de la complicidad policial, judicial y de la política local para encubrir el crimen del joven de Moreno. La investigación de la periodista Silvia Litch y la perseverancia de la familia demostraron el oscurantismo presente, en las tierras de los viñedos, más allá del regreso de la democracia. Las prácticas autoritarias, corruptas y violentas son una constante en las Fuerzas.
Luciano Arruga es otra víctima de la impunidad. De un sistema que esconde la cabeza, y al cual no le interesa que se sepa la verdad. Las historias remiten a encubrimientos de films referidos a la Edad Media. Siglo XXI. Muchas cosas han cambiado aunque en otros sentidos, todo permanece invariable.
La hermana de Luciana Arruga, Vanesa Orieta, convoca a una “jornada contra la impunidad por un verdadero Nunca Más. Basta de gatillo fácil” el 29 de enero a las 10 de la mañana durante todo el día en las calles Juan Manuel de Rosas y Quintana, en el partido de La Matanza. Allí tocarán bandas de rock como Las Manos de Filippi. Milita en una organización de Derechos Humanos. ¿Un verdadero Nunca Más? ¿Acaso durante los últimos ocho años no se instaló el discurso por los derechos humanos y no se luchó más por esos derechos que en ningún otro gobierno desde la vuelta de la democracia? ¿Qué se entiende por derecho humano? ¿Quién tiene más derecho que otro a reclamar por la justicia y la seguridad? ¿Una víctima del terrorismo de Estado de “los setenta” u otra del gatillo fácil de los noventa o del siglo XXI? ¿Se puede o se debe equiparar, comparar o medir el dolor? ¿Cuál es la responsabilidad del Estado si decide, por inoperancia o complicidad, taparse los ojos, los oídos y callar como el famoso mono de las películas?
Luciano Arruga le ofrecían algunos agentes de la policía bonaerense robar para ellos conociendo de sus necesidades económicas. Le ofrecían armas, vehículos para el traslado y libertad en caso de caer detenido. Siempre le decían que, al ser menor de edad, no tendría problemas en salir fácilmente de una dependencia policial. Por esas extrañas razones que da la vida, la moral, el sentido del bien y del mal, el joven Arruga rechaza la riesgosa propuesta demostrando que no todo está perdido. Allí comienza el descenso a los infiernos. Según su familia, que tenía diálogo con el adolescente y conocía del seguimiento hacia su hijo, Luciano comienza a ser parado en vía pública en forma constante. Llegan a detenerlo, lo golpean y lo amenazan.
Los hechos se aceleran. El 31 de enero, Arruga, pasa por su casa a buscar dinero para salir a la noche y cuando volvía a su barrio de origen humilde y llamado “11 de octubre” en Lomas del Mirador, es detenido por un patrullero. Las primeras luces del día caían sobre el caliente conurbano bonaerense. Esa noche, los vecinos, escucharon los gritos y observaron que el joven era muy parecido a Luciano Arruga. Sin embargo, durante 45 días poco o nada se hizo para buscar el desaparecido en democracia. Según la hermana del joven, la policía ni siquiera atendía los reclamos de la familia y la fiscal Roxana Castelli, primer fiscal de la causa, miró para otro lado a pesar de los escritos presentados contra la policía. No se investigo a la policía pero sí se colocó a esos mismos agentes a investigar a los amigos y familiares del hermano de Vanesa. Declaraciones absurdas, vinculaciones de Arruga con el delito y las drogas, el manual del “buen policía” expresado a la máxima potencia.
Hoy Vanesa recuerda y rectifica lo dicho en su momento. Torturas, golpes y muerte. Para la familia los cabos siempre estuvieron atados pero para la justicia se trataba de pura fantasía. Con el ingreso de la segunda fiscal, algunos testigos se animaron a afirmar que lo habían visto a Arruga torturado en la Comisaría 8º, sitio que había sido creado para paliar la desconfianza hacia la policía pues en el destacamento de Lomas del Mirador había sido asesinado otro adolescente de 16 años y se reclamaba por mayor seguridad. Comisarías que fueron centros clandestinos de detención en los setenta y sospechas de oficiales que permanecen más allá de los interminables cambios en las cúpulas y en la política, algo cambia para que todo permanezca inalterable.
Hoy la causa está estancada. Paralizada. Un recital, un encuentro, un grito en medio del desierto para que la sociedad no olvide y la justicia deje de tapar el sol con las manos. Increíblemente, tras dos años de desaparición de Luciano Arruga, la causa sigue caratulada como averiguación de paradero. Vanesa habla de circo, de cambalache, de mentiras y de poderes oscuros que mueven las ruedas del sistema haciendo la vista gorda. El gobernador, Daniel Scioli, jamás contestó una de las tantas cartas enviadas por la familia pero un día les dio audiencia. Tras varias horas de espera, decidió levantar el encuentro. Otra frustración, otra tomada de pelo. Un Estado ausente que no se preocupa por desmantelar las mafias enquistadas entre las fuerzas de seguridad, parte de la justicia y de la política vernácula. El caso “Arruga” es un “daño colateral” más. Molesta que la familia denuncie y mantenga la decisión de no taparse la boca. Las amenazas persisten.
¿La búsqueda de la verdad y de la justicia no es un derecho humano? ¿Qué es un derecho humano? Vanesa habla de derechos violentados y de pararse desde un lugar más general para analizar la cuestión. ¿Será escuchada algún día?