No ha
tenido pelos en la lengua, porque se le caería, obsecuente admirador del
Tata, el Gran Taimado en su mejor
momento, secundó en el silencio carnal de la noche los generosos fallos del
jurado al Premio Nacional de Literatura. Pobres diablos
vinculados al oficio de lamer el lomo a las autoridades castrenses y
castradoras de las artes. Fue uno
de los Príncipes en las tinieblas del apagón cultural de Chile, alentado por
las momias del Valle de Santiago, que por esos días se tributaban
aplausos, reconocimientos, medallas, en medio de alegres perfomances.
Por años,
durante ese período de callejón oscuro, tuvo la palabra oficial se la tomaba
y pasaba asimismo, y ejerció una
especie de trono en medio de la nada circular del gran patio desolado de
Chile. Cuando preguntaban los visitantes curiosos por la literatura chilena,
la respuesta desde su librería era: salió de viaje, acaba de mudarse, está
en cuidados intensivos, le recibió una golpiza y perdió la memoria.
Largo tenebroso período presidido por
bibliotecarios, funcionarios, vendedores de libros nuevos y usados, señoras
con sus boquitas pintadas, en medio de la carpa incendiada de Parra y los
cantos gregorianos de Lihn en El
Paseo Ahumada. La llamada Generación del 50, a uno y otro lado de la fosa común
de la literatura, los cadáveres aún cabalgan entre rieles y cenizas.
Sospechosa criatura, la literatura, se mantuvo en un
discreto plano de amigos y amigas de las artes huérfanas, abandonadas,
solitarias, trémulas. Ningún bando acompañó a esta criatura desolada de la
poesía, niña mimada de la historia poética del siglo XX de Chile, un
peligroso instrumento para el dueño del fundo, el patriarca del Riggs.
Un período que la historia pareciera querer olvidar y
dejara que el viento de la noche
terrible del Chile oscuro arrastre por el poso del aquí no ha pasado nada.
Pero la historia continúa, y no precisamente con guante
blanco, pijama rosada, nuestro inefable personaje con sus 77 inviernos continúa
en la cúspide de sus epítetos a diestra y siniestra. Un oficio de misionero,
no dejar títere con cabeza, desde su intachable púlpito cómplice del Chile
siniestrado y siniestro.
El Premio Nacional de Literatura, como cada dos años, por
estas fechas, causa revuelo en la provincia literaria. Una actividad ritual,
llena de ruidos de cascos como en el hipódromo los aprontes y las apuestas.
Aunque este año le corresponde a un poeta, Enrique Lafourcade, el más prolífico
narrador chileno con 45 obras, las emprendió contra Isabel Allende, la autora
millonaria que vive en California, con 32 millones de libros vendidos en el
mundo y recientemente nacionalizada norteamericana.
Se declaró, esta Palomita Blanca de las insignes letras de
Chile, contrario a que otorguen el Premio nacional de Literatura a Isabel
Allende. En cambio, recomendó que se creara un premio Isabel Allende y que se
le otorgue a ella, de muchos millones, financiado por la mismisima Isabel
Allende.
De paso, criticó la generosidad del Mercurio con Neruda,
cuando el Vate de Isla Negra, dijo intentó destruir el imperio del Mercurio.
El gobierno de Chile, de paso, otorgó la medalla Pablo Neruda al sacerdote y
crítico oficial por décadas del Mercurio, Ignacio Valente.
Enrique Lihn mantuvo su critica ácida, un duelo, un pulso hasta el
final de sus días con Valente y El Mercurio. La Mistral, una vieja
colaboradora del diario de los Edwards, también tuvo cuitas, nada
despreciable con el decano de la prensa chilena y latinoamericana.
La historia de la hija enferma de Neruda, Malva Marina,
que se fue con su madre en medio de la Segunda Guerra Mundial, cuando se separó
del poeta, fue el último artículo de Lafourcade contra Neruda. En otro
comentario, se llevó por los cachos a Hernán Rivera Letelier, a quien acusó
de plagio.
De Roberto Bolaño
dijo, que cometió el error de morirse en instante en que comenzaban sus
vuelos mayores.
El autor de Detectives Salvajes, le puso pantalones largos
a la narrativa chilena y sobra todo comentario. Se dan la mano ambos autores
en el antinerudismo. Estar a favor o en contra de Neruda, se transformó en un
deporte en Chile. Una especie del tiro al blanco de lo mejor de nuestra poesía.
No he visto a una persona
sencilla del pueblo, impactada por los versos de Neruda, decir tantas tonterías
sobre el autor, como algunos críticos de oficio, escritores de segunda,
tercera y cuarta, pequeñas autoridades de su propio olvido. Convierten a
Chile en un país de podetas.
Neruda ha
salido airoso al juicio de la estupidez, de la frivolidad, y lo recomendable
es estudiar su obra en el contexto de su tiempo y de la poética chilena del
siglo XX como latinoamericana y castellana. Retirarse un poco, amigos cuervos,
de los ojos y del cuerpo del delito, entrar al bosque, que las ramas no sean
objeto de nuestra atención. De lo contrario, en otros cien años más,
volveremos a los mismos temas como obsesas institutrices de un príncipe
desolado. Quizás ya la poesía no exista y los críticos tengan que envolver
sus lenguas en lijas de agua bendita.
Nadie se pronuncia sin embargo, de
los Editores que han
inundado el mercado, los escaparates, las vitrinas, nuestros ojos e imaginación,
con textos, historias, como si conformáramos un club de idiotas. Literatura
para llevar y botar, debiera ser la clasificación obligada en las librerías.
Se impone un filtro a la banalidad, a la estupidez,
a quienes imparten un doctorado a la bobería universal. Light,
liviano, descafeinado, sin seso, como quieran llamarle a un papel impreso en
letras que se van multiplicando como ratones. Alguien debe atajar esta ola de
suicidio frente al libro, la crítica, la literatura, la imaginación, la
libertad de soñar y pensar. Premios arbitrarios, caprichosos, interesados,
aceitados, con dueños de antemano.
Las editoriales han llevado demasiado lejos las enseñanzas
de Fahrenheit 451 de Ray Bradbury en la mente del lector acucioso que
desea una aventura más allá de un supermercado o mall. Sacan a catear a la
imaginación con la hermana menor que todavía juega a las muñecas. No
podemos olvidar que Bradbury dio tumbos con las editoriales para poder editar
sus famosas Crónicas Marcianas, y no ha sido el único que se estrelló
contra los colmillos de las editoriales y sus malolientes fauces. Julio Cortázar,
Gabriel García Márquez, James Joyce, la lista de quienes visitaron una y
otra vez las editoriales sin resultado, es interminable, pero un pubis en
vaselina, pone a las rotativas en eróticos y exitosos movimientos.
Son
los días afiebrados del Premio Nacional de Literatura en Chile, una codiciada
pensión, que este año recaerá en Hahn, Barquero o Armando Uribe Arce.
Rolando Gabrielli