El gobierno nacional ha implementado la palabrita “matriz” para anteponer a todo proyecto que implique desarrollar un plan sistemático de recaudación, es decir “matriz productiva”, “matriz energética”, “matriz empresaria”, etc. La “matriz productiva” encierra desde los subsidios a las villas para dibujar el crecimiento del “empleo”, hasta la proliferación de la obra pública, sembrada por toda la geografía nacional. La “matriz energética” es la búsqueda e implementación de mecanismos financieros para darle solución a históricos problemas que tiene la Argentina y básicamente algunas regiones como la patagónica, con el desarrollo de la energía en todos sus niveles, impulsando megaobras a lo largo y ancho del país. La “matriz empresaria” impulsa el comercio, la industria, el desarrollo del transporte y en ese contexto, aparecen desde el negocio de los combustibles con Venezuela, hasta el tren bala.
La matriz productiva es interpretada por este gobierno como la del abono mensual de cientos de millones en subsidios a desocupados y la construcción de caminos y rutas a un valor entre dos y tres veces mayor del normal, la realización de planes de viviendas, que contienen el precio final más alto del mundo (para construcciones de un mismo tipo) y en este marco la aparición de licitaciones digitadas, ampliaciones de obras dibujadas, administraciones provinciales que facilitan la canalización de los fondos y la aprobación de los permisos (Vialidad, institutos de la vivienda etc.), controles inexistentes y el aval político de las respectivas legislaturas.
La matriz energética se apoya en la construcción de megaobras, que objetivamente son necesarias, pero lo que no es necesario es pagarlas tan caras. Yaciretá tal vez sea el monumento a la corrupción, pero no le van en zaga el abortado (hasta ahora) tren bala, las represas La Barrancosa-Condor Clif o la Usina de Río Turbio, donde la empresa Isolux Corsán ha cobrado millones por anticipado y el drenaje millonario no se detiene, haciendo inestimable el costo final del megawatt.
La matriz empresaria, es facilitadora de enriquecimientos exuberantes como los de Grobocopatel, rey de la soja, Esquenazi rey del petróleo, o la Barrick y Cía, rey de la minería (entre otros cientos) y la distribución del subsidio permanente a empresas privadas, con la excusa de mantener tarifas o sostener el valor de un boleto, permitir que la gente viaje en tren o que el transporte abarate el traslado de sus costos.
El factor común que une a todas estas “matrices” y a sus respectivos componentes, es que en todos los casos el fin es absolutamente indiscutible, social y loable. Nadie puede estar, en un país con tantas carencias, en contra de que se sostenga circunstancialmente a un desocupado hasta que consiga un empleo decente, pero se desprecia la transformación de ese subsidio en una forma de prebenda que sirva manipular a las masas; ¿Quién no desea transitar por buenas rutas; que su vecino logre tener la vivienda soñada y que asfalten miles de cuadras en un pueblo?, lo que se rechaza son los costos inconmensurables a los que se proyectan y la cartelización de la obra pública que corrompe todos los buenos objetivos que se proponen.
Sería estúpido pensar que cualquier ciudadano, por el simple hecho de oponerse a un gobierno, nacional o provincial, deseche la posibilidad de tener más luz, más gas y más combustibles, en lugares históricamente relegados, que como la Patagonia y el NOA, nunca estuvieron dentro de los planes de los gobiernos anteriores; el problema es ver la forma cómo se construye, a los valores que se realizan las obras y la corrupción que envuelve la asignación del trabajo a empresas amigas del poder.
Tampoco sería lógico rechazar la intervención del Estado en el sostenimiento de los costos en algunos sectores empresariales de servicios básicos, para mantener controlados determinados valores que no colisionen con el bolsillo del trabajador y el hombre común.
Lo que nadie espera es que esta matriz empresaria, termine llevándose miles de millones de pesos mensuales en beneficio de los amigos que manejan los ferrocarriles urbanos, el transporte automotor, el comercio de la carne, la soja, los combustibles, las automotrices y los peajes, mientras los servicio siguen tan deficiente como siempre, no hay más ni mejores trenes y los que hay son un caos, mientras que aquel empresariado no vinculado con el gobiernos, sea el más propenso a quebrar, esté expuesto a sufrir las consecuencias de un mercado deprimido y la persecución legal de los órganos fiscales, tan condescendientes con aquellos negocios intocable por estar al amparo del poder político.
En definitiva, cuando nos hablan de una “matriz”, nos remiten a un “modelo”; en ambos casos están concebidos para recaudar por la vía del sobreprecio, estableciéndose un mecanismo de aporte individual a un fondo común que es una caja política, a la cual llega una parte de ese dinero obtenido irregularmente por intermedio de muchos empresarios que deben dejar un determinado porcentaje de sus ganancias como retornos.
Lo mismo sucede con la pauta, los medios adheridos a la billetera oficial y aquellos creados específicamente por el gobierno, para ser utilizados con estos fines, constituyen parte de la “matriz comunicacional”, la misma que le ha facilitado al kirchnerismo, sobredimensionando una pelea inexistente contra Clarín y La Nación, redactar una ley que le ha permitido crear más de 300 medios propios, todos alimentados con una pauta oficial, inmerecidamente otorgada en virtud de la escasa o nula audiencia/lectores que posee. Sin embargo, la existencia de estos medios, va más allá del compromiso de comunicar: son órganos de propaganda para el partido y de recaudación para la caja política y en su conjunto conforman lo que, siguiendo el nomenclador oficial, podríamos llamar “la matriz del sobreprecio”.
Rubén Lasagno
OPI Santa Cruz