Años de lucha. ¿Qué denunciaste mientras Hebe y las Madres arriesgaban su vida?, me grita un diputado oficialista. Poco le importa que en 1976, 1977 y hasta el 22 de enero de 1980 aun no había nacido. Al día siguiente abría mis pequeños ojos pero, disculpe querido dirigente nacional y popular, aun no tenía conciencia de nada. Sí, soy culpable, tiene razón. Fui cómplice.
Un viejo amigo, con mucha más vida, años y también más pelo encima que yo, reflexionaba mientras el café pedía a gritos ser probado (perdón Boimvaser, lo se, no puedo llegarte ni a los talones aunque intente): “-Querido Lucho, el fin de la Guerra Fría clausuró la etapa del militarismo de derecha en América Latina. Paralelamente abrió otro período: la filosofía de lo ‘políticamente correcto’ impuesta por (y desde) los denominados massmedia. Entonces creo que ambas etapas tienen una nota en común: la denostación del que piensa distinto a las pautas inherentes a dicha cosmovisión. Claro está que, entre los dos ciclos, hay diferencias mayúsculas: durante el militarismo al librepensador podían matarlo o desaparecerlo. En el actual hegemonismo de ‘lo políticamente correcto’ aquellas represalias son simbólicas. Los organismos sociales (partidos políticos, sindicatos, ONGs, etc), como los seres vivos, evolucionan con el tiempo; la dirección del cambio puede ser buena o mala. El gusano repugnante se convierte en la bella mariposa. La entidad de derechos humanos se pervierte en un aparato político al servicio de un grupo de poder.”
Eduardo concluía que “la heroicidad del pasado es el burocratismo acomodaticio del presente”.
El sentido común imperante prohíbe cuestionar ciertos valores, personas y símbolos. Eduardo tenía una posible respuesta aunque, a su vez, resulta contradictoria por la propia manía de la hegemonía cultural imperante —como calificaría Beatriz Sarlo a todo aquello que rodea al kirchnerismo y al gobierno en sí— de cuestionar todo. “Ahora se discute de todo y a todos”, dice el pensador Cabito de “678” y “está bueno que sea así”. Si se cuestiona a las supuestas simpatías políticas que hoy tendría Jorge Luis Borges pasando por el genial Tato Bores y el periodismo militante, si se discute y se reflexiona sobre los creadores de la Patria, se cuestiona a la generación de 1880 y a todo lo que no huela a Rosas y Evita –o hasta ahí nomás pues la historia comenzó en el 2003 para el discurso imperante-.
Ahora bien, ¿es posible cuestionar el manejo de fondos de la Fundación Madres de Plaza de Mayo sin ser atacado de procesista, derechoso, golpista o mercenario del grupo Clarín? ¿De qué honestidad intelectual y moral hablamos cuando alegremente se las menciona como supra-razones para no cuestionar tal o cual cuestión? El discurso cerrado se transforma en vacío, en autorreferencial, los mismos periodistas que hablan del hermoso momento que estamos viviendo por cuestionar a los “monopolios” son los que no se permiten discutir sus propios discursos cosificados. Dirán que uno puede decir lo que quiera pero ¿dónde? Como decía un supuesto empresario de medios, acomodaticio vividor del Estado, “sos libre mientras tengas aire, sos independiente mientras que tengas luz en el estudio…”
Referentes sociales ahora hablan y cuestionan, se preguntan. ¿Por qué callaron antes? ¿Desde dónde están parados para cuestionar? ¿Cómo se financia, por ejemplo, la Federación Tierra y Vivienda, de Luis D´Elia quien ahora se pregunta cómo Hebe no sabía sobre los desaguisados de Sergio Schoklender? Ayer presencié un acto de lanzamiento político de un hijo de… desaparecidos. ¿Quién lo pagó? El municipio, es una posible respuesta mientras cientos de mujeres y niños envueltos en banderas argentinas asistían a presenciar a no se quién. Ellos tampoco sabían. Mucho no les importaba. A los oradores sí, controlaban con papel y lapicera en mano, las organizaciones que estaban presentes y cuántos habían traído cada una de ellas.
Las fotografías que grabé en mi mente al caminar por la calle Florida por la noche, visitar el conurbano a cualquier hora o cruzar la Avenida Rivadavia luego de las 19 horas, no demuestran el famoso boom económico. El verso de los noventa y del regreso de los más oscuros infiernos, ya se agotó. La discriminación en el INADI, la corrupción en cada uno de los organismos públicos, el clientelismo político, el doble discurso y la utilización de los pobres en nombre de los derechos humanos, no deberían seguir siendo permitidos en la Argentina luego de octubre del 2011, ¿alguien quiere cambiarlo?
Luis Gasulla