Si el hecho de que todo el proceso telúrico, desde el estado de nebulosa hasta la aparición de la conciencia en el hombre se explica naturalmente con fundamento en la física la química y la bioquímica, no menos impresionante en el sentido de prescindibilidad de una divina providencia, es el hecho de la total desprotección que presenta nuestro globo terráqueo en el espacio.
Nada ni nadie puede garantizar su integridad. Ni siquiera la continuidad de la vida sobre su faz se halla segura.
Cuando los astrónomos escudriñan el cielo comprueban que el accidente es posible en cualquier punto del universo.
Las amenazas de nuestro mundo siempre existieron, y si hasta el presente éste se ha salvado de sufrir una catástrofe a nivel cósmico, ha sido por mera casualidad y no por la intervención continua de alguna divina providencia gobernadora y garantizadora del mundo, como se cree.
Las colisiones de los astros son posibles; las de galaxias enteras entre sí, también lo son.
Los estallidos de los soles (estrellas) también son factibles. ¿Conocemos con seguridad el futuro comportamiento de nuestro sol? Un aumento desmesurado de su actividad, podría terminar con la vida sobre la Tierra, y su explosión con todo el sistema solar.
Una entrada de nuestro sol con su cohorte de planetas hacia el centro de nuestra galaxia Vía Láctea, podría hacer que la temperatura se elevara a niveles peligrosos para la vida y aumentase de paso las posibilidades de colisiones con otros astros dada la mayor condensación de estrellas en dicho centro.
Vuelvo a insistir. Verdaderamente, si nuestro planeta ha salido ileso hasta el presente de todos los peligros cósmicos, (o más bien anticósmicos) que lo acechan, es por puro azar y no porque se trate de algún cuerpo privilegiado. La física cósmica da buena cuenta de ello. De los estudios astronómicos se desprende que lejos de ser el nuestro un mundo especial, protegido contra todo posible evento destructivo por cierta deidad que maneja las riendas de todo lo existente, por el contrario, se halla solitario, desprotegido, tan expuesto como cualquier otro astro al accidente fortuito.
La casualidad lo ha empujado transitoriamente hacia una zona espacial en la que existe relativa calma pasajera, lo cual ha permitido la instalación de la vida, su evolución y la toma de conciencia en el hombre.
Trillones de astros apiñados en los centros galácticos sufren el efecto de cataclismos de violencia inconcebible para nuestro pobre cerebro humano.
Radiofuentes cuásares, agujeros negros del espacio… y otras “cositas” nos hablan más bien de un caos que de un orden, y nuestra efímera Tierra ha escapado de todo ello por puro azar y sólo hasta el presente. No posee garantía alguna de futuro.
Sin embargo, es dable sospechar que aun en el pasado ha sufrido colosales sacudidas que, si bien no lograron partirla en fragmentos, sí han tenido que afectar seriamente su corteza y movimientos. Los estudios geológicos parecen demostrar que muchos importantes lagos del mundo no han tenido otro origen que los impactos de cuerpos de gran masa como los asteroides y núcleos cometarios.
Una prueba fehaciente de la violencia cósmica que dicho sea de paso, rompe con el término cosmos (sinónimo de orden que esgrimen los nescientes religiosos), nos lo ofrecen el cráter del meteoro de Arizona EE. UU. de 112 kilómetros de diámetro, y el desastre de la cuenca del río Tunguska en Siberia. El primero formado a raíz de un impacto meteorítico consistente en una masa férrea espacial que chocó contra la Tierra en tiempos remotos, y que según cálculos pudo haber liberado una energía equivalente a 4 megatones.
El segundo acontecimiento ocurrió en 1908, también en Siberia; fue una bola ígnea que se resolvió en una gigantesca explosión arrasando 2000 kilómetros cuadrados de área boscosa, que resultó quemada en el lugar cercano al impacto.
Si observamos astros como nuestra Luna, los planetas Mercurio, Venus, Marte, y los satélites Fobos, Calisto, Ganímedes, etc., veremos que sus superficies se hallan plagadas de marcas producidas por los ciegos eventos cósmicos (que más que cósmicos, son anticósmicos). Los cráteres de impacto de sus superficies son mudos testimonios de la violencia anticósmica, y si la Tierra no presenta conspicuamente las señales de dichos impactos es por causa de la erosión obrada por los elementos atmosféricos e hidrosféricos.
No cabe duda de que nuestro astro natal (la Tierra) se ha visto tan expuesta como el resto de los cuerpos vecinos, a los bombardeos de meteoritos, asteroides y cometas.
A pesar de que nuestra atmósfera nos protege de la entrada de pequeños meteoritos pulverizándolos para que no se comporten cual peligrosos proyectiles, no lo puede hacer con cuerpos de gran masa. Ningún poblador, ninguna ciudad del mundo se hallan exentos de recibir una andanada de material espacial de gran masa de efectos mortíferos.
Nos hallamos totalmente desprotegidos frente al cosmos (o más bien Anticosmos); sin techo, sin cubierta que impida algún cataclismo como el que se cree fue factor de extinción de los grandes dinosaurios. Pero más penoso es reconocer que tampoco nada sobrenatural garantiza la seguridad de nuestro globo terráqueo Ninguna potencia divina ha impedido ni puede impedir el ciego accionar de los elementos de este Anticosmos donde nos hallamos inmersos.
Corolario: la supuesta ciencia denominada teología, cae desde su base, pues ningún dios creador y gobernador del universo existe ni puede existir.
Ladislao Vadas