En la edición de la revista Noticias de este fin de semana, Sergio Schoklender relata su versión de los vínculos entre la Fundación Madres de Plaza de Mayo y el gobierno nacional. Según el ex apoderado, el organismo de derechos humanos financió la campaña presidencial de Cristina 2007, apoyó explícitamente y a través del pago de gastos de afiches, al candidato a jefe de gobierno porteño, Amado Boudou y al subsecretario de Obras Públicas, Abel Fatala quien, en aquel momento, también quiso disputar ese cargo.
Es posible que Sergio Schoklender sepa mucho más. Cierto es que lo que contó hasta ahora no sorprende. Existieron advertencias y denuncias no escuchadas por los grandes medios de comunicación y por el poder judicial y político, previo al escándalo de sobreprecios en las obras públicas y manejos espurios.
La precarización laboral y el doble discurso imperante en los obradores de la Misión, confirman que Schoklender era el brazo ejecutor de un sistema que lo había posicionado en un importante lugar de decisión. Pero no estaba solo. La Fundación presidida por Hebe de Bonafini aceptó y estuvo dispuesta a apoyar los pasos efectuados, en ese sentido, por su ex apoderado y la estructura que montó con la complicidad del gobierno de turno.
Está claro que las obras en la Fundación, como gran parte de la obra pública en la Argentina, es una inmensa pantalla. Existen pero sobredimensionadas. Se hacen pero en cuotas. Se inauguran aunque una y otra vez. Y, fundamentalmente, se desvían fondos para esa gran caja donde todos aportan para financiar campañas políticas.
El modus operandi se vincula con otros sonados casos de corrupción durante esta década, como la llamada “mafia de los medicamentos”.
La eventual caída de Sergio Schoklender, es una de las grandes preguntas sin respuesta, tal vez se entendería de la misma manera en que terminaron algunos de los implicados en la causa de los medicamentos adulterados. “Se pasó de vivo”, “una mexicaneada” y “el destino”.
Schoklender nunca leyó el futuro del país sin Néstor Kirchner y con Cristina Fernández. En soledad, se terminó la fiesta o, al menos, las valijas dejaron de volar por un tiempo.
Mientras tanto, con las luces apagadas y la música de la oposición política en un volumen casi inaudible, la sociedad duerme, prefiere descreer o ni siquiera le interesa.
La desesperación de Schoklender por hablar, hoy por hoy, le juega en contra, excepto que se produzca una revolución en la granja.
Luis Gasulla