El panelista emblema de 678, que se emite por la Televisión Pública, se enfureció en una entrevista radial del programa Ahora es Nuestra la Ciudad cuando se le preguntó por qué no se podía hablar en Canal 7 del patrimonio de los funcionarios públicos. Expresando un lenguaje descalificador —la intolerancia llamativa de un periodista que trabajó para Clarín y hoy defiende a cualquier costo al Gobierno Nacional— olvidó los principios críticos del periodismo y agredió a un colega que no cobra un sueldo tan generoso como los integrantes del programa oficialista.
Será por el aire triunfalista y una soberbia desmedida acumulada en los últimos años, o por moverse en círculos que sólo refuerzan las ideas propias sin ponerse en tela de juicio absolutamente nada, Barone se convierte en un perro feroz ante la pregunta crítica en una simple entrevista y expresa lo que el insulto suele significar: debilidad, resentimiento e impotencia. Pero es sólo una pequeña muestra de algo más complejo: una sociedad dividida e insertada en un capitalismo en dónde no importa qué pensás sino cuánto tenés o de qué lado estás. Esa es la triste dinámica que, para ser justos, no sólo está articulada en esta Argentina kirchnerista del nuevo milenio sino en un mundo que se desploma ante el fracaso estrepitoso del Neoliberalismo, la economía especulativa —atada y/o sostenida por las garras del sector financiero y no por la producción genuina— y el descontrol impune del establishment bancario.
En la historia argentina, las diferencias políticas han marcado bajo fuego la violencia más cruel que forjó un antagonismo largo y desgastante: unitarios y federales, peronistas y anti peronistas y las ideologías extremas de los ´ 70. El disenso es un estado natural del hombre y es imposible —no pretendo creer eso— borrarlo de la experiencia humana. El motor de la historia, inclusive, suele ser impulsado por esas luchas originadas por la diferencia de ideas y visiones de la realidad. La clave será acaso el camino coherente a la resolución de dichos conflictos. Y es que el problema de la sociedad argentina no es el kirchnerismo ni 678 —en todo caso serán emergentes de un proceso social, político y cultural— sino el modo de dirimir esas furiosas antinomias que dominaron la historia y la tendencia a la búsqueda de soluciones mágicas, a corto plazo y el culto a líderes mesiánicos esperando de ellos la salvación.
El panelista militante de 678 dice que no está probado el enriquecimiento ilícito de los funcionarios K y la mera pregunta sobre el tema le provoca ira. Resulta gracioso. Si el poder dejara que se pruebe su delito entonces esto destruiría su propia lógica. Los ejes, entre otros, que constituyen los cimientos del poder hegemónico son el silencio, el desconocimiento y la impunidad, de más estaría decirlo. Aunque probablemente algo de razón pueda tener, en un país en dónde la mayoría de las cosas que hablamos no están probadas —ni dejan las condiciones para poder hacerlo— porque justamente quién debería hacer dicha tarea no la hace. La Justicia que después de 15 años resuelve que nadie vendió —durante el menemismo— armas de forma ilegal a Ecuador y Croacia es la Justicia que hoy tenemos. Entonces me pregunto, y le pregunto a Orlando Barone: ¿Qué es lo que va a probar la Justicia sobre el enriquecimiento ilegítimo de los gobiernos de turno? ¿Qué probó en los atentados de la AMIA y la Embajada de Israel? ¿Qué va a probar en la defraudación al Estado por parte de la Fundación Madres de Plaza de Mayo? ¿Qué va a decir sobre el aumento de la riqueza de los integrantes de la ex SIDE?
Pero Barone se siente cómodo y parece hablar desde un atril elevado y cuidando celosamente aquello que está convencido de poseer: la verdad. Eso le impide analizar los fenómenos desde la riqueza del pluralismo, la apertura del pensamiento, la autocrítica y la tolerancia.
“Si no podemos poner fin a nuestras diferencias, contribuyamos a que el mundo sea un lugar apto para ellas”. John Fitzgerald Kennedy (1917-1963) Político estadounidense.
Sebastián Turtora