“No hay más justicia que la verdad. Y la verdad,
como decía Sófocles,
puede más que la razón. Así como la vida puede más que el placer y más que el
dolor.
Verdad y vida es pues mi divisa, y no razón y placer. Vivir en la verdad hasta
si uno
debe sufrir, más bien que razonar en el placer o ser feliz en la razón”.
Miguel de Unamuno
En noviembre de 1936, Francisco Franco
concurrió a una disertación ofrecida por el rector de la prestigiosa universidad
de Salamanca, Miguel de Unamuno. Además del futuro dictador con estirpe de
esfinge petisa, se aprestaban a escuchar al viejo oráculo su mujer Carmen
Polo y el jefe de la Legión Extranjera, general Millán Astray. Cuando el insigne
catedrático terminó su alocución, el aludido jefe militar se levantó como movido
de un resorte y exclamó: “Mueran los intelectuales, muera la inteligencia, viva
la muerte”.
Unamuno padeció un instante de vacío gélido, luego se repuso
y replicó al militar tuerto, cojo y manco:“Una España sin Vizcaya y sin Cataluña
sería un país semejante a usted, mi general, tuerto y manco. Ustedes van a
vencer, porque tienen la fuerza de las armas, pero no la de la razón. Pero no
van a convencer”.
Luego, cuando arreciaban los abucheos de los franquistas
enardecidos que buscaban agredirlo físicamente, cosa que obligó a escoltarlo, se
encerró en su cuarto y escribió: “¿Renunciarán los de la cruzada y el desquite a
representar el papel de guardias civilizadores del Rif, lo que significa
descivilizar?. ¿Rechazaremos alguna vez ese honor de verdugo?
Con esa España nada quiero saber, menos aún con aquella que
los que gritan para no escuchar llaman la Gran España. Me refugio en la otra, en
mi España pequeña. Y quisiera tener la fuerza de voluntad suficiente para no
leer nunca los diarios españoles. Son algo atroz. Rompen el corazón a pedazos.
Oímos tan sólo rechinar el montón de títeres, los molinos de viento que son
nuestros gigantes.”
En la Argentina pingüinera, que clama a gritos la presencia
de algún esclarecido como don Miguel de Unamuno, también la corporación
mediática nacional “rompe el corazón a pedazos”, pues en sus páginas, pantallas
y ondas radiales sólo se escucha “rechinar el montón de títeres, los
molinos de viento que son nuestros gigantes”.
Como anteriormente se analizó en este sitio, cuando se
puntualizó la manipulación informativa generada por el perverso cerebro de
Joseph Goebbels, los tentáculos multimediales cotidianamente pergeñan
vestimentas virtuales para cubrir la desnudez del soberano, y navegar en el
fango de la contrainformación para inventar una realidad de cartón pintado.
Si se agarra el control remoto de la TV, de inmediato ese
mundo catódico se ve surcado por polémicas de índole insospechada. Desde el
llanto de la ex vedette cuyo marido cirujano plástico fue pescado in fraganti
en compañía de un travesti, hasta la cara rota de Arslanián en el programa
dominical del Turquito Luis Majul intentando una torpe autodefensa.
Al tomar los principales matutinos, haciendo hincapié en
Clarín, Página/12 y La Nación, se asiste a una afiebrada
competencia por reflejar con celeridad logros gubernamentales como si el público
lector fuera mayoritariamente de jardín de infantes.
Cerebros en peligro
El aludido dictador Francisco Franco fundó el "Sindicato
Único de Periodistas", y obviamente el carné número uno fue para su uso y
piacere. Esto le permitió férreamente controlar la información, a tal punto
que en el mundo exterior se mofaban de la pobrísima calidad de los medios
peninsulares, en cuya portada siempre aparecía el Caudillo inaugurando
algo. En la Argentina actual pasa otro tanto, siguiendo una nefasta tradición
generada durante la flor y nata del menemato. Páginas, pantallas y ondas
radiales continúan reflejando los actos inaugurales del oficialismo, frente a
multitudes adictas que tremolan banderitas y baten palmas. Como una ópera bufa
sempiterna, desde la palestra se largan rayos contra los mismos de siempre, para
excitar a ese público veleidoso. Luego, la corporación mediática repite hasta el
borde del lavado de cerebro ese suceso, tratando de obviar aquellos temas
urticantes potencialmente más interesantes.
En varias ocasiones se aludió sobre la rapidez como
determinadas noticias candentes, volaban con celeridad de las principales
portadas y los espacios centrales radiales y televisivos. Un día copaban toda la
parada con gran profusión de imágenes y sonidos, para desaparecer como por arte
de magia trucha al día siguiente. Y todo lanzado a mil por hora, para que las
neuronas no puedan captar convenientemente.
Ya en 1980 Alvin Toffler puntualizaba en La Tercera Ola,
que “nos hallamos crecientemente expuestos a breves destellos modulares de
información, anuncios, órdenes, teorías, jirones de noticias, pedazos truncados
y burbujas que se resisten a encajar en nuestros preexistentes archivos
mentales. La nueva imaginería se resiste a la clasificación, en parte porque
con frecuencia cae fuera de nuestras viejas categorías conceptuales, pero
también porque llega presentada en envases de forma demasiado extraña,
transitorios e inconexos”. Veintiocho años después de estas líneas, la
sociedad de información vernácula tiende a masificar las mentes de los
individuos para reinventar una realidad paralela. Donde es más importante el
testimonio de una hipersiliconada vedette que involuntariamente voló por un
balcón, al levantamiento de un programa radial o al intento de querellar por
calumnias e injurias a un periodista por parte de una arribista que posa de
intocable. Entonces, “el consenso salta en pedazos. A un nivel personal, estamos
asediados y bombardeados por fragmentos de imágenes, contradictorias e
inconexas, que conmueven nuestras viejas ideas y nos asaltan en forma de
“destellos” quebrados o dispersos. De hecho, vivimos en una “cultura destellar”.
(Alvin Toffler, op.cit).
Todo ese ataque al cerebro de los individuos, atenta contra
su individualidad cognoscitiva y lo convierte en una entidad masificada que
camina hacia la picadora de carne del film The Wall. Pero para liberarse,
no tiene que imitar a su protagonista Bob Geldorff y arrojar el televisor por la
ventana a fin de que se haga "percha". Si no que debe imitar a don Miguel, o sea
encerrarse en su cuarto interior para pensar y emerger de ese viaje cada vez más
persona inserta en una sociedad pensante. Sólo así se desmasificará la persona,
la cultura y la sociedad entera. De lo contrario, el mundo panóptico de 1984
tocará las puertas de la percepción a la brevedad.
Fernando Paolella