Con suerte dispar, Cristina Kirchner buscó en los últimos días dar señales de racionalidad económica y cordialidad política para su nueva etapa de Gobierno, en medio de la tensión por la mini corrida cambiaria y la fuga de capitales.
Ese es el Norte que fijó para su administración, que también se dispone a abrir etapas distintas, se presume mejores, en sus vínculos con Estados Unidos, la Iglesia Católica y el macrismo.
El desmonte de subsidios demostró la necesidad de hacer correcciones a un modelo que perdió tonicidad en los últimos meses. Pero fue anunciado en forma apresurada, con el objetivo de aplacar —al menos mediáticamente— el impacto por las restricciones a la compra de dólares.
Al cabo de una semana de que se establecieran las regulaciones a la divisa estadounidense el Gobierno logró desacelerar la caída de reservas y contener la presión alcista —el billete subió un centavo— pero al mismo tiempo generó incertidumbre, se redujo el nivel de depósitos en dólares y se disparó el dólar en negro a 4,75 pesos.
En el Gobierno, la medida avivó los recelos entre el ministro de Economía, Amado Boudou, y la titular del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont. El nuevo cruce entre ambos se dio en momentos en que la Presidenta define quién será el reemplazante del vicepresidente electo al frente del Palacio de Hacienda.
Boudou decidió quedarse en lugar de acompañar a la jefa de Estado al G-20 —envió a Hernán Lorenzino, su delfín para Economía en la nueva etapa— y en Buenos Aires convocó a una conferencia de prensa para anunciar que se reducirán subsidios de servicios públicos asignados a distintos sectores de la economía.
Junto a Julio De Vido, quien a su vez siente que volverá a formar parte del elenco presidencial después del 10 de diciembre, Boudou también convocó al Gobierno porteño a negociar la transferencia del servicio de subterráneos.
La convocatoria se dio en un marco de desconfianza mutua y con la necesidad de la Casa Rosada de achicar el gasto en un área que solo este año le demandó 700 millones de pesos. Así y todo significó un paso adelante en la relación entre dos espacios políticos que se reconocen como adversarios.
Mientras tratan de ponerse de acuerdo con el subte y otras cuestiones vinculadas a las autonomías de la Ciudad, la pelea entre macristas y kirchneristas se trasladó a Boca Juniors.
El influyente secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini, y De Vido están detrás de la decisión para que José Beraldi y Roberto Digón bajen sus candidaturas a presidente en favor de la reelección de Jorge Amor Ameal.
Buscan evitar que el macrismo vuelva a utilizar el club más popular de la Argentina como vidriera a través de Daniel Angelici, empresario de los juegos de azar y líder de la pata radical del PRO.
En el macrismo son varios los que recuerdan que cuando Macri era presidente de Boca y candidato, su imagen subía automáticamente dos puntos si el club de la Ribera ganaba.
Boudou tampoco está ajeno a esa pulseada, mientras prepara un desembarco con una flota numerosa de hombres para el Senado y busca otras estructuras de poder para proyectarse como una de las figuras fuertes dentro del oficialismo.
Curando heridas
Mientras seguía estos movimientos, Cristina Kirchner volvió a predicar en la Cumbre del G-20 realizada en Cannes en contra del ajuste recomendado a Grecia y otros países de Europa por la crisis de la deuda. Y tuvo una reunión con Barack Obama, que abre una etapa promisoria para la relación con Estados Unidos.
Como ambos presidentes se encargaron de remarcar, se trata de una oportunidad para mejorar una relación cruzada por cortocircuitos en los ocho años y medio de kirchnerismo. Los propios funcionarios argentinos que minimizaron el vínculo en los peores momentos ahora resaltaron el valor de estar en sintonía con Washington.
La Argentina pretende mejorar su inserción internacional, parece que está dispuesta a saldar cuentas impagas, y Estados Unidos mantiene influencias clave en organismos internacionales como el Club de París, principal dique para el regreso argentino a los mercados voluntarios de crédito.
La primera potencia mundial, por su parte, procura recuperar predicamento en Sudamérica y aislar a Irán. Si bien nada trascendió respecto a la república islámica de la conversación entre los presidentes, se trata de uno de los puntos de contacto bilateral.
Así como después de casi una década el kirchnerismo parece reconducir su relación con la primera potencia mundial, sin perder identidad, también se puede inaugurar una etapa menos conflictiva con la Iglesia católica.
El Gobierno espera que el sucesor del cardenal Jorge Bergoglio al frente de la Conferencia Espiscopal Argentina (CEA) modere los pronunciamientos "políticos" de la institución y eso conduzca a evitar cortocircuitos. El arzobispo de Santa Fe y primo del ex presidente Raúl Alfonsín, José María Arancedo, parte como favorito y cuenta con el beneplácito oficial.
Por lo pronto, el sensible debate del aborto que tanto preocupa a los obispos parece haberse extinguido en el Congreso, al menos por este año, y sólo queda por resolver qué ocurrirá con el obispado castrense que la Casa Rosada pretende disolver por su pasado conectado a la dictadura.
Con su estilo frontal de construcción de poder, Néstor Kirchner emprendió durante su mandato cruzadas estructurales contra instituciones históricamente influyentes en la sociedad argentina, como la Iglesia y las Fuerzas Armadas, y se enemistó con Estados Unidos y el "establishment financiero internacional".
Beneficiada por las consecuencias de esas refriegas y sin abandonar otros frentes como el que tiene abierto con una parte importante de los medios, Cristina parece recorrer el camino inverso, en medio de aciertos y errores.
Gabriel Profiti
NA