Vivimos en tiempos interesantes, aún quienes lo hacemos en lugares más bien recónditos y alejados de los centros del poder. El mundo se ha achicado, podemos comunicarnos con casi cualquier punto del orbe en forma instantánea, las noticias inundan las pantallas prácticamente en el momento en que se producen.
Posiblemente esta sobreabundancia permanente de información, si bien es de mucha utilidad, también, como lo dice el dicho: “Tantos árboles no nos dejan ver el bosque”.
Permanentemente, miles de especialistas en uno u otro tema inundan el ambiente con sus opiniones, y nos resulta extremadamente difícil tener una visión panorámica de lo que sucede.
Tal es el caso de la actual crisis de la “Deuda/Euro/Dólar: Aparentemente, nadie sabe qué hacer al respecto y como salir de ella. Reunión tras reunión de los “Poderosos”, “Líderes” aquí y allá. Las medidas que se toman no dan resultados, o los mismos duran muy poco tiempo, volviendo al punto de partida (generalmente con el problema empeorado).
En síntesis, el mundo económico anda “a los tumbos”, como los alcoholizados.
En primer lugar, cual es el origen de la crisis que afecta al mundo actualmente? Escuchamos explicaciones muy diferentes al respecto: desde las más infantiles como ser “la codicia de los banqueros”, “el capitalismo salvaje” y similares, hasta construcciones más sofisticadas, difíciles de comprender para los legos (y posiblemente para sus autores también).
Personalmente, estoy convencido de que estamos recorriendo el tramo final de un camino que la humanidad emprendió al final del siglo 19, un camino que parecía pavimentado sobre un lecho de rosas, y que, después de aplicar el método de prueba y error (Hayek dixit), resultó ser un callejón sin salida: Me refiero al hecho del acaparamiento de más y más funciones propias de la sociedad (es decir de los individuos que la componen) por parte del estado (los gobiernos).
Así, Hasta 1881, los enfermos quedaban a cargo de sus allegados, caridad pública si no tenían medios, etc. Por supuesto, el resultado estaba lejos de ser perfecto, por lo que el llamado “Canciller de Hierro” del imperio alemán, Bismark, procedió a solucionarlo mediante un seguro de salud obligatorio, administrado, por supuesto, por el estado.
Después de este puntapié inicial, la carrera comienza, acelerándose más y más:
Los viejitos están mal cuidados por sus hijos; papá estado interviene estableciendo sistemas de retiro estatales y obligatorios.
Las escuelas son onerosas para los humildes. Creamos la educación pública obligatoria.
El enviar mensajes es un tema delicado y requiere … la intervención del estado; creamos el correo estatal. Lo mismo con telégrafos, teléfonos y otros medios de comunicación.
Los ferrocarriles solo piensan en ganar dinero: estaticémoslos y hagámoslos accesibles a todos.
Faltan Viviendas: que el estado las construya.
Hay desocupados: el estado los protegerá y subsidiará.
¿Hay madres solteras en problemas? Papá Estado los soluciona.
Podría seguir llenando páginas mencionando las permanentes y crecientes intervenciones del estado en la vida económica general, pero ese no es el objetivo de esta nota.
El problema de todo esto es que todas estas actividades requieren recursos, que con el correr del tiempo, gracias a ineficiencia administrativa del estado en virtud de la imposibilidad de medir la eficiencia de su trabajo por parte del estado (Mises dixit), deben ser crecientes.
Y, de donde obtiene el estado (o Gobierno) esos recursos? Pues hay una sola fuente: Los gobernados. Así, no es de extrañar que la presión fiscal de los gobiernos haya crecido desde un 5% del PBI a mitad del siglo 19, hasta más allá del 50% actual en el orbe.
Pero esto no alcanza, por lo que también se apoderó de los recursos depositados por los futuros retirados, de los ahorros, endeudándose con los bancos depositarios.
También intentaron el recurso más simple de imprimir billetes, generando inflación, pero se han vuelto más cuidadosos después de varias hiperinflaciones catastróficas y que terminaron barriendo a quienes las habían provocado. Sigue haciéndolo, pero en forma más discreta y disimulada, pero no puede evitar las consecuencias, aunque se hayan ralentizado.
En síntesis, el mundo se encuentra al final del camino, en un callejón que solo tiene una salida: terminar con el estado intervencionista, el gasto público descontrolado, y reducir sus funciones a aquellas para las que ha sido creado: Proveernos de seguridad (interna y externa) y administrar justicia imparcial. Las demás funciones autoatribuidas por el estado deberán serle prohibidas.
Como sabemos que tarde o temprano los políticos volverán a las andadas, esta vez deberemos elaborar nuevas constituciones con severos límites al poder del estado para mantenerlo dentro de esos tópicos, a saber:
Establecer por constitución un solo impuesto, fijo, y prohibir todo otro impuesto o carga.
Prohibir el endeudamiento estatal.
Prohibir la intervención del estado en la economía.
Separar el estado de la educación.
Limitar el poder del congreso para establecer leyes y reglamentos que limiten nuestras libertades en todos los órdenes.
Independizar realmente al poder judicial.
También en este caso la lista es larga, y, quien tenga interés en profundizarla, puede hacerlo leyendo el ensayo “Oristeocracia – Gobierno de poder limitado” de mi autoría.
Finalmente, estoy convencido de que nuestros gobernantes no van a adoptar este camino, sino continuarán “Probando y errando”, al decir de F. Hayek, con consecuencias funestas para todos nosotros. Pretender que quienes medran de un sistema lo cambien, es iluso. Somos todos nosotros quienes lo debemos hace, difundiendo ideas distintas, actuando en consecuencia, para finalmente poder cambiar las cosas y retornar al camino emprendido en la primera mitad del siglo 19 y que lamentablemente la humanidad ha abandonado. El camino de la libertad total de los pueblos: el capitalismo.
Germán R. Wachnitz
Eldorado Misiones, DNI 5093539
oristeocracia@gmail.com