Todo reconocimiento en vida y merecido, es bienvenido. Y no es verso, porque se
trata del narrador, prosista, chileno, Luis Sepúlveda, un hombre de la diáspora.
Suena la palabra como un ascensor sin tiempo. Sólo alguna vez se partió, se
fue, se conjugó el ya no estaré. Diáspora llega a ser la casa por mundo, en
algún cuaderno anoté unas notas que ya no recuerdo, pero sé que existen,
reconozco mi escritura.
Se retrata en el álbum un último abrazo, hay despedidas, no
partidas.
Es tan vieja la Diáspora como la caverna y tan oscura como
el alma del verdugo.
Me alegro, me complace, que se reconozca a un hijo legítimo
de la Diáspora en un país como Francia, que se ha caracterizado por reconocer
la libertad y la literatura universal. A la literatura chilena le viene bien, un
nuevo sombrero: la universidad de Tolón, en Francia, nombró Dr Honoris causa
al narrador chileno Luis Sepúlveda.
Volarán plumas de seguro algunos, otros callarán, es la
costumbre, el ritual para este tipo de acontecimientos: la lista de envidiosos
es larga y peluda.
Por el hombre, la literatura y como lo hace, dijeron los
franceses, magistralmente, y que bueno que así se diga y reconozca en un mundo
soplado como un sapo egoísta que sólo le interesa convertirse en príncipe
feliz además.
Luis Sepúlveda es
autor de una serie de novelas y relatos exitosos en Francia, Italia, España y
en el mundo de la diáspora. No sé en Chile. Largo, angosto, retirado, exitoso
país cordillerano lleno de piedras en el camino. Nada es fácil, mi dulce
patria.
"No
soy más que un contador de historias, un hombre que comprendió a tiempo que
esa misma condición de hombre, para ser fiel a ella y merecerla, le obligaba a
una vinculación con la vida cuyo único sello posible es la ética",
dijo Luis Sepúlveda.
Un viejo
que leía novelas de amor, El mundo del fin del mundo, Nombre de torero, Las
rosas de Atacama e Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar,
son sus novelas traducidas al francés.
Por ahí levantará polvareda el galardón, o silencio,
el natural olvido, la página en blanco con que debe contar todo escritor.
Escribir en la Diáspora es no pertenecer, y no es lo mismo hacerlo desde un país
rico, con grandes universidades, patrocinado por un sistema o gobierno. Desde
luego el talento literario no está en las cátedras.
En un pizarrón de clases se suele escribir con buena
ortografía, pero la literatura requiere otras asfixias, condimentos, auroras
planas en el atardecer. En la universidad están las reglas, las lecturas, los
conocimientos necesarios y articulaciones debidas y requeridas. La atmósfera
viene cargada, alada en ángel propio, atada al pupitre de la vida diaria,
impone un ritmo que sólo ella sabe, con sus bien calculados trancos.
Pero no hay nada seguro, sólo la perturbación del papel en
blanco, donde se suda, día tras día, como si nada fuera a ocurrir. El
encantamiento es con las palabras, lo que nos llega sin ser solicitado, lo que
el texto provoca a su misma memoria y mirada.
Sepúlveda
viene con viento Sur y eso es bueno para la Diáspora.
Rolando Gabrielli