No deben ser días fáciles para Cristina Fernández, en medio de las angustiantes idas y vueltas sobre su salud, que si bien arrojó la excelente noticia de que no padece cáncer, terminó abriendo interrogantes respecto de si hacía falta operarla. A este cuadro se sumó la mala nueva de que la Argentina arriesgará en el 2012 el capital político que más aprecia: una caja multimillonaria de fondos públicos de la cual los Kirchner se acostumbraron a disponer desde 1987, el año en que Néstor asumió como intendente de Río Gallegos.
Van 24 años de hacer y deshacer con fondos del Estado —primero municipal, luego provincial y finalmente nacional—, en un derrotero cuyo punto más confuso es qué ocurrió con los 533 millones de dólares que Santa Cruz recibió como regalías petroleras en el marco de la privatización de YPF, y que ya no existen. Cristina se acostumbró a hacer y deshacer con la plata del Estado, lo cual le dio muchas satisfacciones mientras los fondos abundaban gracias a los millonarios ingresos por las ventas de soja y derivados.
El problema es que en este 2012, el panorama parece mostrar cambios, agravados por la "fiesta" del gasto interminable que Cristina incentivó para evitar sorpresas en una elección que sabía ganada pero que por las dudas quiso consolidar. Pero esa fiesta, que dejaría un déficit del 50.000 millones de pesos en el 2011 si se hiciera a un lado la contabilidad "creativa" de hacer pasar como ingresos los fondos que pertenecen a otros organismos y que se usan a discreción, no sólo para gastos de todo tipo sino para salarios dispendiosos de esa nueva burocracia con ingresos desahogados que se engloba genéricamente con el confuso rótulo de La Cámpora.
Con menos ingresos por la vaca lechera de la soja y un mundo con menor capacidad de maniobra para comprar las mercancías argentinas, el 2012 aparece más que exigente. Por esa razón, la Presidenta optó por poner a un ultra como Guillermo Moreno para tratar de frenar la sangría de divisas, provocada por la desconfianza generada por un modelo de cambio permanente de reglas de juego y creciente intervencionismo estatal. La misión del todo terreno secretario de Comercio Interior es mantener, cueste lo que cueste, un superávit comercial de 10.000 millones de dólares para cuando termine el 2012.
Para lograrlo, el secretario y su mejor alumna, Beatriz Paglieri, no tendrán empacho en asumir el control de áreas clave de otros ministerios, como la autorización de licencias que estaba a cargo del Ministerio de Industria, y adoptar una medida casi inédita, como la de obligar que toda importación deba ser autorizada por el omnipresente Estado. Los últimos movimientos generan inquietud entre quienes toman decisiones sobre inversiones y empleo, que tal vez no se hayan percatado a tiempo de lo que se venía, o les haya sido más cómodo quedarse callados antes que salir a denunciar que se venía lo que algunos emparentan con un semigiro al chavismo en la Argentina.
El "Estado bobo" siempre fue aprovechado por empresarios inescrupulosos para hacer negocios turbios en la Argentina, la mayoría bajo el amparo de funcionarios corruptos. Pero el camino que viene recorriendo el gobierno, con un Estado cada vez más parecido al "Gran Hermano" de George Orwell (en su novela 1984), abre interrogantes sobre el rumbo elegido. Ese nuevo Gran Hermano fue ungido por la Presidenta, se llama Moreno y es el hombre al que habrá que pedirle permiso para exportar o importar cada mercancía de ahora en más, o para conseguir un dólar en la aterrada city porteña. Cristina le dio demasiado poder a una persona —aunque sea "más buena que Lassie", como dijo Néstor alguna vez—, pero aún no ha explicado con claridad las razones de tan llamativa decisión.
José Calero
NA