Para terminar con las pruebas metafísicas de la no existencia de dios alguno, podemos realizar un sucinto repaso, con algunos agregados, de las aporías, antinomias y absurdos en que incurre la metafísica en cuestiones teológicas que, finalmente deben ser consideradas sin ambages como pura pseudociencia.
En primer lugar, se habla de un dios omnipotente que se encuentra con su presencia divina en cada objeto y lugar, y que posee plena conciencia absolutamente de todo lo que acontece en el universo, desde el más lejano cuásar hasta un núcleo atómico.
Pero al mismo tiempo que se le añaden los atributos de la bondad infinita y de la misericordia, se entiende que se halla también presente, de modo consciente, en todo ser maligno o que sin serlo puede causar terrible daño por error o por supervivencia, es decir, en un demente criminal, en una serpiente ponzoñosa, en el tigre, leopardo, león, jaguar… y otras “criaturitas” sanguinarias por él creadas, las cuales con asombrosa insensibilidad cobran sus inocentes víctimas. Lo tenemos ahí, en el mundo, en nuestro mundo, presenciando sin condolerse los desastres de la naturaleza; hallándose consciente de todo objeto o fenómeno capaz de causar accidentes mortales, como una roca por derrumbarse, un alud, un rayo, un poderoso huracán, en una inundación, etc. Así como también asiste impávido, conscientemente, a tristes cuadros como hambrunas, pestes, fulminaciones por rayos y otras “delicias” que diezman a inocentes niños y adultos justos sin conmiseración, sin intervención alguna por su parte.
Luego, se dice también que, ese dios no es un “convidado de piedra” (según se desprende del razonamiento metafísico) que asiste a la escena de su mundo, sino que es nada menos que ¡causa de todas las cosas del mundo!, sin poderse resolver la terrible aporía que se presenta al confrontar este atributo de causalidad universal, con ¡el maldito mal en el mundo!
Pero las cosas se complican aun más, cuando se dice que este ente posee la “bendita” ¡ciencia de visión!, esto es, que conoce al dedillo todo el pasado, el presente y el futuro hasta la consumación de los siglos, ¡en un eterno presente! ¿?
Luego, para enredarlo todo aun más, se le atribuye el acto de la creación del mundo al mismo tiempo que se le añade la inmutabilidad, y se genera así un conflicto entre las ideas de inmutabilidad y creación (cambio novedoso).
Para tratar de arreglarlo se explica que ese dios poseía la idea del mundo con toda su historia con antelación, ¡desde siempre!, y que no hizo más que plasmar dicha idea en la creación. Pero así se deja de lado un problema mayúsculo: si este ser poseía desde la eternidad pretérita la idea del mundo a ser creado y de todo lo que iba a acontecer en él, también entraba en ella “el mal en el mundo”, por cuanto este ente se nos transforma nada más ni nada menos que: ¡en el creador del mal! o al menos ¡la permisión del mismo¡ cuando se había dicho que era absolutamente bueno, la bondad suma.
Avanzando aún más en este tema, se entreveran sobremanera las cosas. Cuando la teología añade a todo esto la existencia del libre albedrío en las criaturas como el hombre, no tiene en cuenta que antes había afirmado la presciencia y previsión del supuesto creador de todo lo existente.
Si este creador conocía desde toda la eternidad el mundo y todo lo que iba a acontecer en él fatalmente, aun las decisiones “libres” de cada individuo humano, y aun quién se iba a salvar y quien a condenar (en el terreno dogmático), ¿para qué diablos creó el mundo entonces? Además, este detalle ¿no anula acaso la validez de las decisiones humanas al quitarles originalidad?
También resulta absurdo el hecho de que semejante ser excelente, haya creado un mundo a sabiendas de que sus criaturas “libres” le iban a ser ingratas, (todo esto gracias a su ciencia de visión del futuro, uno de sus atributos según los doctos teólogos), para apiadarse de ellas como si no las hubiese conocido antes de crearlas. Es como si un niño moldeara figurillas de arcilla poniendo al vuelo su imaginación para transformarse en un dios de sus personajes de ficción que “actuarán” (lúdicamente, por supuesto) de acuerdo con las directivas que la mente del niño les imponga, aun sobreañadiéndoles un ficticio libre albedrío.
Es como si tal niño atribuyera maldad, ingratitud y ofensa a alguna de sus criaturas para con él, irritándose primero, para condolerse de ellas después, y hacer que se arrepientan de su actitud, todo recluido en su imaginación.
Así también ese dios actuaría con su creación mundanal.
Luego, todavía se afirma que este dios es único, que no existe ninguna otra potencia que le pueda hacer frente, pero… ¡se acepta un principio maligno que “le hace frente y la vida imposible” al creador del “libre albedrío”!
Este ente entonces, crea la posibilidad del mal y luego el mal entra en acción, en su creación, y complica el mundo del hombre y su propio mundo creado cuyas cosas viles son despreciadas como pertenecientes a “lo mundano”, como si lo mundanal no hubiese emanado de su propia naturaleza.
Es decir, crea un mundo preconcebido a sabiendas de cómo iba a ser, y luego desprecia su propia creación, la menoscaba, desdeña las cosas viles como si se hubiese equivocado siendo paradójicamente ¡infalible! (según los doctos teólogos); pero el absurdo mayor es que precisamente desdeña las cosas viles que ya se hallaban en su “mente” desde toda la eternidad como proyectos, a aparecer en el mundo.
Y puesto que se trata de un ser supremo único, al fin y al cabo “El” es el autor de todo lo que no es “El” y se nos representa como un círculo vicioso o (aunque el ejemplo sea burdo) como “una serpiente que se revuelve en su propio veneno”.
También se dice que es un ser perfectísimo, pero que crea un mundo jerárquico que va desde la suma perfección que es “El”, hasta lo más bajo y vil que se pueda pensar, ¿en todo caso para relucir el como el mejor? Si así es, ello le resta perfección y lo transforma en un ser henchido de vanagloria.
Además, se presenta también como un ser envanecido que exige una perenne adoración por parte de sus pobres criaturas inferiores y no sólo reclama veneración (como un engreído) sino también súplicas.
Este engreimiento aun le resta más perfección al quitarle humildad y transformarlo en un ente provisto de soberbia, con un fuerte apetito de ser preferido a todo lo que no sea “El”; capaz de realizar favores siempre y cuando sus criaturas se rebajen ante él.
En lugar de realizar una obra digna de un artista absoluto, crea un mundo degradado que contiene criaturas imperfectas, luego lo menoscaba todo.
Pero he aquí lo curioso: ¡no pudo hacer otra cosa!, puesto que si hubiese creado a seres absolutamente perfectos como él se cree, entonces serían él mismo, como sus propias imágenes espejadas; no habría otras cosas sino su propia naturaleza multiplicada. Luego se vio obligado a crear un mundo con gradaciones descendentes, hasta lo más inferior Pero un ser absolutamente excelso no puede crear lo vil, porque sería indigno de él, más tampoco puede ser obligado a hacer una cosa y no otra, porque nada puede haber por encima de él, ya que es el summum. Luego, tal ente, que a pesar de hallarse por encima de todo, se vio compelido ante lo inconveniente y esto se colocó paradójicamente por encima de él, es un imposible, no puede existir como lo ha idealizado la ciencia denominada teología o teodicea.
¡No es ni la sombra de ese dios! Pero es ese propio especular metafísico, el que ha creado a un ser imposible. Es la misma mente humana la que en su afán de idear al ser más perfecto posible, ha creado al ente más imposible.
El dios de los teólogos no existe entonces porque es absolutamente imposible, ni ningún otro.
Ladislao Vadas