Después de haber expuesto racionalmente todos los absurdos que surgen cuando se confrontan entre sí los argumentos metafísicos que hacen a la idealización de un ser absolutamente perfecto, y luego de la confrontación de este ser así pensado, con el universo, la vida y el hombre, sólo nos queda un resultado, a saber: la imposibilidad de la existencia de tal ente.
Ahora caben, en este artículo, algunas especulaciones relativas a la posición teológica dogmática desconectada de la demostración o imposibilidad de demostración de un dios ideal, pero que, sin embargo, nos conducirán hacia conclusiones de inaceptabilidad de la existencia de tal ente.
Todo individuo humano aspira, lógicamente, al bienestar. Bienestar material y bienestar “espiritual” (para mí psíquico).
A veces, el bienestar material, trae sosiego a la inquietud psíquica. A veces, no lo es todo si entra en escena la desmedida ambición. ¿Creada por un dios hacedor de todas las cosas de este mundo? (Pregunta dirigida hacia los pseudocientíficos teólogos). Mientras que otras veces, el bienestar mental, es suficiente para el individuo, aunque éste viva en la indigencia. Se dan infinitos casos diversos, pero, lo que parece ser una ley general, es la tendencia innata del ser hacia el bienestar, y esto se hace extensivo hacia los animales (aunque repugne a ciertos “exquisitos”). Estos también huyen del sufrimiento, del peligro, de las amenazas…, por obvias razones de ¡supervivencia! impulsados por el naturalmente programado instinto de conservación, ya que, si así no fuera, estarían extinguidos “sin conmiseración”. Así es como tratan de escapar de la incomodidad, y buscan la satisfacción sexual, alimentaria, lúdica, o simplemente el placer asolearse en paz.
Pero, el camino de la vida es harto espinoso para el ser, y el ser consciente, a diferencia de nuestros amigos y enemigos, los animales, posee mayor conciencia del peligro. Sin embargo, también se halla surtido de la facultad de soñar, y así evadirse de la realidad muchas veces cruel.
Como el anhelo de felicidad acucia al ser durante toda su existencia, y la paz total, luego de una tormentosa experiencia, jamás es alcanzada, la mente humana proyecta la utópica bienaventuranza plena, hacia otra supuesta vida “más allá de la muerte”. Pero lo hace sin interrogarse acerca de la índole de tal estado de felicidad perpetua.
Para el budista, por ejemplo, es el anonadamiento total. No más acucia, no más deseos. El Nirvana es la cesación de todo motivo existencial, pues ya no más antojos ni nada por hacer. Finalmente el yo queda absorbido y se reduce a la nada como ser consciente.
A su vez, para el judeocristianismo consiste en un acercamiento y una pura contemplación de la divinidad (Véase: R. de la Grasserie: Psicología de las religiones, México, Ediciones Pavlov, página 258), pero conservando su conciencia.
Más en definitiva, ambos paraísos: el Nirvana y el judeocristiano, constituyen la “morada” del aniquilamiento, del fin de la acucia existencial, el cese de toda motivación que impulsa a seguir adelante en la existencia, ya sin meta alguna, todo alcanzado y… ¡pasividad absoluta! ¡Pura contemplación y nada más! En resumen, todo sumido en una holgazanería total, en un ocio enervante que equivale a una ¡nada existencial!
Pregunto: ¿Alguien ha meditado acerca del significado de una situación de esta naturaleza? ¿No es acaso comparable a un estado de sopor, o más bien de parálisis psíquica, durante la cual ya nada motiva para ser alcanzado?
Pero además, a este estado de éxtasis se le atribuye nada menos que ¡la eternidad!, y entonces he aquí lo difícil de comprender cuando se piensa que un ser que otrora, durante su vida terrena, se hallaba proyectado hacia un futuro siempre cambiante, novedoso, que le ofrecía motivos para vivir, de pronto se ve detenido, paralizado, sin transcurso, sin agregado de más historia ad infinitum…
¿Ha pensado alguien largamente sobre lo que significa permanecer extático, ilapso, con todas las sensaciones exteriores anuladas, en absoluta quietud por toda la eternidad? ¿No equivale esto a anularse de modo parecido a la absorción del Buda en Brahma, según el pensamiento hindú en el ámbito religioso? ¿No es casi una muerte, una consubstanciación con la casi nada? ¿No es sumirse en un torpor ya sin estímulo vital alguno? ¿No se trata, entonces, de un “no a la existencia”? ¿De un “basta” a las nuevas emociones?
La existencia de un ser inteligente y consciente, como el hombre, consiste precisamente en una constante apertura hacia lo novedoso, hacia las emociones, hacía lo espontáneo que sacude la inercia existencial.
Aunque Bernhard diga en su libro titulado El hombre entre lo finito y lo infinito (Buenos Aires, Ed. Guadalupe, 1963, página 34):…. “Lo que el hombre puede realizar, no puede nunca satisfacer sus aspiraciones y lo que él siempre piensa y podría satisfacer esas aspiraciones, nunca resulta para él plenamente realizable”, ello no obsta para que durante el camino, mientras se va de emoción en emoción, se viva feliz en ciertos periodos; y en ello consiste la existencia, en cursar el sendero de los obstáculos de la vida, que sin estorbos carecería totalmente de aliciente en la existencia.
La vida, cual mezcla de “parque de diversiones” con carrera de obstáculos, adquiere sentido en el constante salvar dificultades. Si todo se hiciera fácil, llano y directo hacia toda meta, o no hubiera nada que hacer en el mundo, entonces la existencia no tendría sabor a nada.
Si bien de ningún modo se justifica el sufrimiento hasta más allá del límite de lo soportable y la injusticia más indignante de lo cual se halla plagado nuestro mundo, cualquier proyecto de mundo modelo o del mejor de los mundos por parte de algún ser inteligente y capaz, éste debería incluir el obstáculo salvable en el curso de las existencias conscientes con el fin de otorgar gusto a la vida mediante el estímulo de pequeños o grandes éxitos.
Cuanto más importante sea el escollo salvado, más grande será el sabor del éxito. Si no hay aliciente, si no hay nada que hacer en este mundo, si no existen perspectivas de éxito a ser alcanzado, se frena toda iniciativa y se anula la razón de ser.
El estado de éxtasis infinito en el tiempo, la parálisis existencial por toda la eternidad, equivalen a una nada, por más arrobadora que fuera la perenne contemplación de una divinidad. El hastío y la nada son lo mismo. Sólo el hacer cosas, realizar algo que se tiene in mente, da razón a toda existencia consciente.
El eterno paraíso paralizante tan cantado, es problemático. Sólo pensado y… “dejado así” puede quedar como una sabrosa perspectiva para quien desea tener vida eterna o para quien no halla paz en la Tierra –la mayoría de la humanidad-. Sólo cerrando los ojos al “¿y después qué?” puede ser subyugante esta idea, porque analizada a la luz de las razones existenciales de todo ser inteligente consciente, resulta enigmática.
En todo caso el Walhalla de la mitología escandinava y el Paraíso de Mahoma, serían “lugares” más halagadores, aunque se trate de una felicidad que resulta de la satisfacción de gustos adquiridos en la Tierra. Sin embargo si a esta clase de felicidad añadimos la eternidad ¿no caeríamos también en un enervante hastío?
Jocosamente y en sentido figurado –aunque esto no coincida con la teodicea- hasta podríamos presumir que el mismo dios de los teólogos hastiado de sentirse solo desde la infinitud pretérita, decidió una vez crearse un mundo para complicarse la existencia y obtener emociones al lanzarse a la tarea de corregir entuertos y juzgar los desatinos instigados por un cierto “ángel malo” y ejecutados por los hombres, y darse de este modo a sí mismo motivos existenciales.
Pero aquí ya nos hallamos en un callejón sin salida, y en “manos” de un destino absurdo paralizante que, comparado con la nada resulta ser paradójicamente: ¡una nada!
Consejo: disfrutemos entonces el “mientras tanto”, en suma bonanza, de la mano de la sana ciencia y de la buena voluntad, esta única vida terrenal que poseemos.
Ladislao Vadas