“Nunca he entendido del todo por qué los argentinos jamás han reconocido la enorme deuda que tienen con Margaret Thatcher”, así comienza un artículo de John Carlin, publicada hoy en la sección Internacional de diario El País de España.
Para Carlin, la “Dama de Hierro” merece ser considerada en nuestro país como la gran libertadora del siglo XX. ¿Por qué? Él mismo lo cuenta, en una mirada poco reconocida sobre la Guerra de Malvinas.
“Viajemos 30 años para atrás. No al 2 de abril de 1982, cuando tropas argentinas ‘recuperaron’ o, según el punto de vista, ‘invadieron’ las Malvinas. Volvamos al día antes, al 1 de abril. En aquel 1 de abril solo había una cuestión política en Argentina: ¿cuándo iban a dejar el poder los hijos de puta de los milicos? Si a cualquier persona remotamente sensata, no asociada directamente con el Gobierno, se le hubiera preguntado en ese momento: ‘¿Qué es más importante hoy, que se recupere la democracia o la soberanía sobre las Malvinas?’, creo —quiero creer— que la respuesta hubiera sido la democracia.”
En medio de secuestros, torturas y desapariciones, los familiares de cientos de personas detenidas reclamaban la aparición (con vida o muerte) de sus seres queridos en la Plaza de Mayo. Allí también se encontraba Carlin, escritor y periodista británico que vivió su niñez en Buenos Aires. “Por fin le perdieron el miedo a los militares y más de 30.000 gritamos: ‘¡Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar!’”, relata Carlin, pero claro, eso fue un mes antes del inicio de la guerra.
“Me despertaron a las cuatro de la mañana del 2 de abril de 1982 para informarme de que los militares habían tomado las Malvinas. Mi espontánea reacción: ‘¡Qué hijos de la gran puta! Se jugaron la última carta que les quedaba’. O sea, apelaron al patriotismo de los argentinos, apostaron a que la gloria de haber recuperado esas inútiles y prácticamente vacías islas frenaría la incipiente rebelión y les mantendría en el poder. Nunca me imaginé que la jugada les saliera tan bien; que al día siguiente fueran a celebrar a la plaza de Mayo 100.000 personas, algunas de ellas las mismas que se habían manifestado en contra del borracho Galtieri y sus compinches unas pocas semanas atrás.
Debería de haberlo entendido, al menos en parte. Viví en Buenos Aires cuando tenía entre 3 y 10 años. Cada mañana nos poníamos en fila en el colegio frente a la bandera y cantábamos el himno nacional. Yo, nene británico, ‘juraba’ todos los días ‘por la patria morir’. En las clases nos metían en la cabeza una y otra vez que los ‘ingleses’ eran unos ‘piratas’ y que las Malvinas eran argentinas. Supongo que, por mi condición de ‘inglés’, tuve una cierta inmunidad al mensaje. El lavado cerebral, como se demostró aquel 2 de abril, funcionó mejor con mis amiguitos nativos.
Lo curioso fue que pasados unos días la gente no recapacitara, que no hubiera sido capaz de superar la infantil irracionalidad a la que había en un primer momento sucumbido. Más curioso aún es que 30 años más tarde sigan estancados ahí, aparentemente sin entender la extraordinaria fortuna que tuvo Argentina de que en ese preciso momento estaba en el poder en Reino Unido una mujer considerada repelente por un alto porcentaje de la población británica (no me excluyo), y que se la veía como repelente precisamente por su marcial patrioterismo, por su nostalgia imperial, por su estrechez mental y por su obstinada forma de ser, cualidades que la condujeron a emprender una aventura militar de infinitamente más valor para el pueblo argentino que para el británico.”
Para Carlin, la consecuencia directa de la derrota argentina fue que los militares se retiraron, humillados, del poder; que se vieron expuestos eventualmente al castigo de la ley; y que se instaló la democracia.
“Si Margaret Thatcher se hubiera quedado con los brazos cruzados ante la ocupación de las Malvinas hace casi exactamente 30 años, los nazis argentinos (los más nazis, sin duda, de los muchos regímenes militares en aquellos tiempos en el poder en América Latina) se habrían consolidado en el poder. Seguramente hubieran torturado y matado a más personas. La pena es que antes de caer tuvieran que cargarse las vidas de casi mil soldados argentinos y británicos, entre ellos más de 300 reclutas argentinos en el torpedeado crucero General Belgrano: todos ellos, que nadie lo dude, las últimas víctimas de la Junta Militar argentina.
Los 255 soldados británicos que cayeron nunca lo llegaron a saber, pero el fin más noble por el que dieron sus vidas fue que los hijos de puta más aborrecibles de la historia argentina del siglo XX se fueron una vez y por todas, como dicen por allá, a la puta que los parió. Un pequeño aplauso para la señora Thatcher, que nunca hizo por su propio país —ni de lejos— lo que hizo por Argentina, no estaría de más.”
Aquí el artículo completo.
José María González