Antonio Machado decía en boca de Juan de Mairena: “Si una excepción confirma la regla, muchas excepciones la confirman mucho más”. Postulamos si “un resbalón no es caída” -sabiduría popular-, entonces “muchos resbalones confirman que estamos de pie”.
En los últimos días hemos experimentado tres veces ese energético temblor de los resbalones. La energía contribuye a ponernos de pie si la transmisión funciona. Caso contrario, los resbalones se potencian y sobreviene el derrape. Los vientos favorables se agolpan en el velamen descolocado, arremolinan y pegan la vuelta. Conclusión: siempre pesa más lo que hacemos adentro que lo que nos viene de afuera. Los resbalones cuentan. Importa lo que hagamos con ellos.
La renuncia del banco
El primer resbalón: renuncia del banco elegido para el canje del default. Se trata de canjear originales por bonos de menor valor real. Y también de menor valor que la cotización de mercado. Una pérdida para los actuales tenedores, que ha sido reducida por Lavagna (en silencio) y por la baja de la tasa de interés internacional (a gritos). Lo ofrecido está arañando al mercado. Las razones alegadas del rompimiento bancario poco importan. La consecuencia es la dilación de “todo” el canje. Aunque se logre hacerlo por partes. El único valor del canje es salir del default. Y de él se sale cuando “todo el canje” se haya realizado. Más allá del porcentaje de aceptación que se logre. Y más allá del grado de adhesión que el Gobierno estime suficiente para decretar unilateralmente la “salida del default”.
El primer resbalón es el atraso en esa salida en relación al cronograma anunciado. En este sentido, nada ha cambiado demasiado. Pero, para las finanzas públicas, lo más importante es el acuerdo con el FMI. Y éste sólo puede gestionarse a partir de la “salida del default”, pero a criterio del “Grupo de las Siete grandes economías del mundo”, del Departamento del Tesoro y del staff del FMI. Esa es “otra” salida. El retiro del banco comprometido con el canje atrasa el acuerdo con el FMI. Y garantiza que -de continuar la estrategia del Gobierno- seguiremos pagando neto al Fondo por lo menos hasta bien avanzado el 2005. Muchos dólares y ahorro público, y menos certidumbres respecto del cash flow consentido en el Presupuesto 2005 y los que vendrán.
Este primer resbalón es, además, el retorno de esa vieja socia de la decadencia: la deuda. La deuda es un fenómeno financiero, y debatirlo prioritariamente en ese terreno es inexorable. Pero también es un fenómeno fiscal: es una cuestión de uso de recursos públicos. Y es un fenómeno de balance de pagos: se cancela con superávit y dólares. Este resbalón ocurre con superávit fiscal superior al comprometido y con superávit de la balanza comercial superior a la eventualmente necesaria. Pero, mientras el canje implica adoptar un compromiso financiero de larguísimo plazo, ni la estrategia fiscal ni la estrategia externa han sido postuladas públicamente -y, si no, ¿cómo?-.
La estructura fiscal es la heredada de la convertibilidad y del pánico de Domingo Cavallo y la “política comercial externa” es la heredada del tipo de cambio alto y de las retenciones de Jorge Remes Lenicov. La suma de ambas es la “estructura de la economía de la deuda”.
La gestión bipresidencial de Roberto Lavagna no ha puesto en marcha ningún cambio ni complementación de esa estrategia económica. Las pocas medidas adoptadas han sido defensivas. Aplauso. La desesperación de los sectores productivos ante el avance de Brasil o la parálisis de los sectores inversores ante la perseverancia de institutos fiscales de la convertibilidad, que ahora son barreras inmensas del proceso inversor, han provocado esas medidas defensivas o compensatorias. Estrategia cero. Este resbalón del canje pone en el tapete orfandades que no son resultado de falta de capacidad, sino de una melindrosa concepción acerca de qué cosa debe ser la política económica, en un país cuyo PBI por habitante es menor al de hace 30 años. Si las cuentas nacionales son poco convincentes, salgamos a la calle para mirar no la línea sino el horizonte de pobreza que tenemos delante de los ojos.
Los índices de pobreza
El resbalón social es el segundo. La noticia del INDEC no puede ser peor: si usted quiere puede consolarse con la idea de que son porcentualmente menos que ayer. La gigantesca pobreza, con la que el modelo azota a casi la mitad de la población, es esencialmente joven. El 60 por ciento de los chicos, así llamamos a los menores de 14 años, es pobre. Son más de 5 millones de argentinos que podrían ser el Juanito Laguna que pintó Antonio Berni. La mitad son indigentes. Berni no retrató indigentes: no había. El Gobierno, con sinceridad, cree que está avanzando. ¿Cómo se mide el avance? Anuncia aumento del empleo, baja de la desocupación y mejora en los números de pobreza. Constataciones que tienen valor. Pero la realidad devastadora de la indigencia, pobreza, desocupación, “no empleabilidad” de 4 millones se miden en la “integral” (cantidad por tiempo) de capacidades presentes y futuras.
La proyección de esas realidades es que la mitad de la pobreza pesa mucho más, en el futuro, que el minúsculo avance de empleo y desempobrecimiento logrados.
El resbalón de noticias sociales pone otra vez en cartel esa vieja socia que nos acompaña hace 30 años: la del modelo de sociedad “exitosa”, en regresión social y espantosa distribución del ingreso, la de “alta concentración de la riqueza”. No podemos evitar recordarlo: el boom del consumo de la reactivación es básicamente ABC1. Y, si no, ¿qué son la legión de pobres y los vecinos? ¿Por qué este segundo resbalón, entonces, no es caída? El Presidente tiene reflejos. Los aumentos de 1.000 millones de pesos en pagos de transferencia (asignaciones familiares, jubilaciones) abren el vertedero de lo que “sobra” en caja, a la espera de la salida del default, sobre el consumo más castigado. Actos reparadores de quién está atento a ese horizonte.
¿Son los pagos de transferencia la manera de resolver el problema? La única manera de mejorar estructuralmente el patrón de distribución es el empleo. Si el Gobierno tiene como propósito la distribución tiene que tener como propósito el empleo. Y aún no tiene una política proporcionada al tamaño del problema y tampoco una política proporcionada a la lucha necesaria contra la pobreza.
El tercer resbalón es la Cuestión China. China está asociada a la idea de inversión, viviendas e infraestructura, que inmediatamente provoca empleo. Y a exportaciones que inmediatamente provocan dólares. La suma inversión más exportación aparece como pilar de un escenario más proclive a navegar los problemas anteriores, es decir deuda y cuestión social. Una posibilidad. El resbalón correspondiente a la Cuestión China está asociado a la industria nacional. Nadie imagina exportaciones y financiamiento de inversiones que no impliquen la contrapartida necesaria en términos de bienes procedentes de China. Los chinos nos comprarían commodities, que de cualquier manera vendemos, cierto que en magnitudes que desbordan la imaginación. Pero nos venderían industria. Ese intercambio -¿asociable al Pacto “carne por material ferroviario” de los años 30?- ha despertado el horror de algunos industriales argentinos y la alegría en el sector primario y sus manufacturas.
La simplificación de la contradicción “campo versus industria” oculta el resbalón. ¿Cuál es? El Gobierno promete estrategias defensivas y protectivas. La experiencia de esa manera de mirar la realidad, la del Atalaya defensivo, ha demostrado su radical fracaso en el caso Brasil Mercosur. Mientras Brasil, economía de mercado, se hartaba de llevar a cabo 30 años sin interrupción de políticas de promoción de la industria, la Argentina desmantelaba todas esas políticas y se limitaba a “ofensas” de señoritas del Colegio de Nuestra Señora del Huerto, literalmente ridículas, frente al aluvión de una potencia industrial con vocación de desarrollo.
El Gobierno promete defensas. Y, en realidad, lo que demanda la situación del país es una política de desarrollo industrial que haga posible convivir, no ya con China -que es un coloso de la promoción del empleo a salario minúsculo, entre otras cosas- sino con las más “razonables” economías de mercado: las vecinas y las históricas.
Y ahí, todo por hacer. ¿Por qué el resbalón no es caída? Simple: el Gobierno se preocupa y tiene terror a que lo acusen de “noventista”. El miedo no ha sido siempre buen consejero. Pero tal vez en este caso genere la adrenalina necesaria para empezar a poner los sueños del Presidente en blanco y negro.
Tres resbalones no son caída. Pero, con ellos, han vuelto al escenario las tres viejas socias de la decadencia: la deuda (banco renunciante), la injusticia social (estadísticas del Indec) y la desindustrialización (amenaza china).
Mientras no pasemos de la estrategia melindrosa de la defensa (en las tres) a la estrategia nacional del ataque (en las tres), recibiremos sopapos resbalatorios.
Este clima de preocupación debe provocar la generosa ocupación de consensuar la construcción de un proyecto nacional, al que ningún argentino de bien pueda sustraerse. Problemas tenemos. Por demás. Soluciones y ejemplos contemporáneos, también. No hay que pagar copyright por los caminos del éxito: Estado activo, promoción industrial y estrategia de largo plazo. Los 90 fueron exactamente lo contrario. ¿O no?