Cuando en materia de teología se dice que existe un dios que gobierna y dirige todas las cosas del mundo, se suele añadir un detalle teológico de primordial importancia, que reza de esta manera: “existe una omnipotencia divina”. ¿Qué significa omnipotencia divina? Según los pseudocientíficos teólogos, “simplemente”: un atributo sólo de Dios.
Luego, en virtud de esta potencia absoluta según la cual absolutamente nada puede ser imposible para este ser, con sólo agitar una margarita, el universo entero debería obedecerle, incluso desaparecer para volver a formarse tal cual, o diferente, y éste que habitamos debiera ser el mundo más perfecto concebible.
Pregunto con mi razonamiento “hecho pedazos”: ¿Habrá sido un error del infalible (valga el contrasentido) todopoderoso, la “invención”del libre arbitrio (retornando a suponer su existencia a pesar de todo) que lo ha echado todo a perder y que lo obliga a “meterse en el mundo”? ¿Aquel libre albedrío que también posee (según el dogma) una de sus criaturas: don Satanás, quien hace uso de él para complicar el mundo con sus travesuras? ¿Una especie de Ahrimán mazdeísta que trata de destruirlo todo y contra quien se ve obligado a luchar permanentemente? ¿O tal vez el mundo es algo duro, pastoso, que se le opone, o que tiende al desorden y debe ser guiado constantemente?
¡Oh teólogos creyentes en detentar una ciencia! ¡Otra vez en el berenjenal! ¿Quién logrará salir de él?
La imagen que nos queda de este dios, luego de lo precedente, es una especie de potencia que se debate constantemente en un medio que se le resiste, que se las ve con un mundo que parece “escapársele de las manos”, pero que, a pesar de todo, logra sujetar, a veces a duras penas (y a veces ni siquiera esto).
Retorna hacia nosotros cierta idea de un pensador alemán, quien se ocupó de estas cosas peliagudas para la teología, que no caben en la razón ni con fórceps. Me refiero a Max Scheler (1874-1928) quien, según un comentario sobre sus ideas hecho por el profesor de la universidad de Francfort del Main, Johannes Hirschberger en su obra Historia de la filosofía: “Ve a lo demoníaco explayarse tumescentemente en un poder cósmico al que aun lo divino está uncido, y desarrolla un panteísmo evolucionista, en el que el Dios bueno aparece sólo al final del proceso cósmico; la historia y el proceso cósmico, en general, serían el largo camino que debe recorrerse para que el ideal y la luz venzan sobre la angustia y el error; el espíritu sobre el antiespíritu”. (Obra citada; Herder, Barcelona, 1968, tomo II pág. 400).
Este dios, “debe vencer al mundo”, en contraste con lo que dijo cierta vez una de sus tres personas que lo componen: “Yo he vencido al mundo” (Juan, 16:33).
En efecto, a la luz de todo este panorama teológico-religioso que nos presentan en consuno exegetas y puros especuladores, estamos en presencia de un dios “tapa agujeros”.
Una vez sellado un orificio, no bien “se da vuelta este señor”, aparecen nuevas goteras y así se la pasa, si no eternamente, al menos mientras exista este mundo goteroso salido de sus propias manos “infalibles”.
Sabemos, los racionalistas, que el accidente es el común denominador en el universo, y la tarea del supuesto gobernador divino conste en sostener las riendas de este “cosmos” (más bien Anticosmos) desbocado que se expande catastróficamente desde el primigenio big bang (según la moderna cosmología de última generación) hasta el presente.
Y… como si esto fuera poco para desmerecer la potencia del omnipotente (valga el contrasentido), leamos lo que nos ha legado el “doctor angélico” Tomás de Aquino, famoso teólogo medieval, autor de una inmensa obra titilada “Suma teológica” quien se nos salió en sus escritos, con la nueva de que su dios es una especie de ser radiado, foco de potencia, cuyos rayos se van debilitando en razón a la distancia de dicho centro refulgente. Veamos lo que ha escrito: “Cuanto más potente es una fuerza activa, tanto más extiende su acción a objetos remotos” (Suma contra los gentiles, libro I, cap. LXX 1), y “Mientras más cercana se halla una cosa a su causa, tanto más participa de su efecto… Las cosas se encuentran más ordenadas, cuanto más cercanas están de Dios”. (Libro III, cap. LXIV 7).
Ahora bien. ¡Quién no encuentre aquí una paradoja es un miope a todas luces!
¿Cómo puede ser omnipotente un ser radiante, limitado, cuyos rayos se van debilitando en la medida que se alejan de él, cuyas consecuencias son un orden universal descendente en razón directa a la distancia del gobernador?
Evidentemente este dios del aquinate, es un ser imperfecto, ya que, no lo domina todo por igual y es lógico pensar entonces que, de un ser imperfecto, sólo pudo haber salido un mundo con defectos, y es nada más, ni nada menos que ¡el que por desgracia habitamos y del que somos parte!
Conclusión: evidentemente señoras y señores, y por desgracia, no tenemos dios alguno creador ni protector en este proceloso mundo. Situados en un Globo Terráqueo díscolo y traicionero, nos puede pasar de todo. Nadie es totalmente inmune a las desgracias provocadas por nuestra propia naturaleza emanada de nuestros genes, y de la naturaleza exterior sorda, ciega e indolente. Sólo nos queda abrazarnos fraternalmente a la sana Ciencia y sus más nobles empleadores, para vivir en un mundo mejor.
Señores científicos, gobernantes sanos de corazón y planificadores duchos, sólo nos queda para nuestro futuro el mejorar este proceloso mundo que muchas veces nos maltrata y mata (aún siendo bebés de pocos días), para vivir longevamente, si no en un paraíso terrenal, como el imaginado ingenuamente por ciertos soñadores, al menos en un Globo Terráqueo mejorado, acondicionado, poblado por futuros seres angelicales, bien terráqueos. En una especie de “Paraíso Terrenal” auténtico, como el soñado por cierto escritor bíblico, que del Globo Terráqueo y sus habitantes, no sabía un bledo, pero lo anhelaba. Con la sana Ciencia, la buena tecnología, y todas las armas del mundo a la basura, se vivirá mejor en un cosmopolitismo total, lejos ya de este aún salvaje Globo Terráqueo, pleno de iniquidades.
Ladislao Vadas