Entre los atributos denominados “operativos” del dios de la teología natural, se hallan la potencia creadora, conservadora, gobernadora y providente, y el concurso divino. ¿Qué es esto último, el concurso divino?
“Por la creación y conservación Dios es la causa primera del ser de las criaturas; por el concurso, es causa primera de su obrar” –se dice-, y se añade: “El concurso divino es la causalidad de Dios aplicada a la acción de las criaturas”. (Según Michel Grison, en su Teología natural o teodicea; Barcelona, Ed. Herder, 1968, página 202.
Esto significa que ese dios es causa de todo pensar y obrar de sus criaturas, puesto que, en el momento de una elección no se puede obrar sin antes haber pensado lo que se va a hacer.
Si la criatura elige el bien o el mal, ¿quién elige en este caso? ¿Su dios o la criatura, o ambos a la vez ya que hay concurso divino según los teólogos.
Vanos han sido los esfuerzos de muchos teólogos para dilucidar esta duda racional que los filósofos denominan aporía.
M. Schmaus, por ejemplo, manifiesta sinceramente que: “Las dificultades con que tropiezan ambas teorías (la del español Luis de Molina (1536-1600) y la del Doctor Angélico Tomás de Aquino), demuestran que el problema relativo a la conjunción y coincidencia de la libertad humana y de la causalidad divina, es un misterio inescrutable. No hay solución alguna que sea capaz de disipar la oscuridad. El molinismo esclarece puntos que el tomismo deja sumidos en la oscuridad, y viceversa, el molinismo no puede explicar aspectos que quedan aparentemente esclarecidos en el tomismo. (Véase: M. Schmaus: Teología dogmática, Madrid, L. García Ortega y R. Drudis Baldrich, 1960, página 155 y siguientes).
También el español Antonio Pacios López en el apéndice de su libro El amor (Barcelona, J. Janés editor, 1952) trata de explicarlo expresando algo así: “… A Dios se debe que sea, y a la voluntad (humana) el que sea tal, y como no puede ser tal sin que sea, entonces ni Dios ni la voluntad pueden obrar separadamente ni aun bajo el aspecto que a cada cual le es propio”.
Lo cual equivale a decir que su dios da la señal de partida: ¡Sea! Luego. Que sea lo que fuere (que sea tal), un acto sublime o una acción criminal.
Finalmente, Ángel González Álvarez, en su Tratado de metafísica-Teología natural (Madrid, Gredos, 1968 pág. 518) concluye así: “Sobre el modo concreto de la conciliación entre la moción divina y la libertad humana, poco podemos agregar… Es demasiado densa la zona de misteriosidad que envuelve este asunto”.
Presciencia, previsión y concurso divino, son cuestiones que entre otras, conducen a la teología hacia atolladeros muy difíciles de salvar. Es la misma mente humana, la que con sus propias lucubraciones arriba a callejones sin salida, a los que denomina luego humildemente como misterios.
¿Estamos entonces ante el fracaso de la mayéutica socrática? La metafísica se halla salpicada de aporías, y su pretensión de sacar a luz los supuestos conocimientos encerrados en la razón pura asequibles a priori, fracasa a menudo y a lo largo de la historia, ya que, si Sócrates hubiese tenido razón, tiempo ha todos coincidiríamos en una sola verdad. En principio Sócrates parecería que tiene razón, luego, ante nuevos razonamientos pareciera ser que no la tiene. Esto nos hace sospechar que toda la base especulativa de la teodicea puede estar mal asentada.
Si coincidiendo con Kant, es imposible aceptar a un divino hacedor tomando como prueba de su existencia su supuesta obra: el universo, que ha dejado de ser un dechado de perfecciones al destruirse el mítico modelo antiguo cuando se hablaba de la pureza, perfección, inmutabilidad, orden y eternidad de los astros entre los que se entreveía un dios puro amor por sus criaturas; si la naturaleza de
Ladislao Vadas