Más allá de los gustos personales, de las posiciones políticamente correctas, de nuestras capacidades de sorprendernos, de alegrarnos o deprimirnos con las decisiones “de Estado” acordes a los vaivenes de los gobiernos de turno que la Argentina sufre desde tiempo inmemorial, hay una cuestión puramente ética y moral que me sigue haciendo ruido y que no logro desterrar.
Me sigo preguntando con enorme curiosidad y alarma qué lugar ocupamos los argentinos que trabajamos todos los días, que vivimos al día, que sufrimos la inseguridad (cada vez más presente y en todos los aspectos), el transporte, la falta de combustible, la imposibilidad de prever un futuro siquiera muy cercano, la creencia hecha casi tradición de que cada período de bonanza que dura entre 5 a 10 años es seguido de una incuestionable redada que termina dejándonos en la lona y sin posibilidad de respuesta.
No quiero rendirme y pensar que el concepto general es “no me importa nada, que se maten”, eso lo escuché siempre.
La realidad es que no quiero que me mientan más.
Si digo digo que las Malvinas no son argentinas soy un vendepatria. Si digo que las Malvinas son argentinas, miento y soy un idiota útil. Si a eso agrego que un gobierno usa causas justas para los fines más espurios soy un desestabilizador que atenta contra las instituciones democráticas y pertenezco a la “corpo burguesa”.
Si digo que la situación institucional que estamos atravesando es de una extrema gravedad soy un facho.
Si digo que la inseguridad en todas sus variantes tiene origen en un Estado anómico y en un gobierno corrupto soy prácticamente un terrorista.
Si digo que la violencia se genera desde el propio gobierno, cada vez más controvertido y confrontativo, cada vez más agresivo y menos tolerante, cada vez más insidioso y más dañino para el sistema democrático que dice refrendar, soy gorila (porque no olvidemos que este es un gobierno peronista).
Si digo que acá cada tragedia se tapa con una peor soy un mentiroso.
Si afirmo que cuando escucho hablar a la primera mandataria, a sus ministros o a alguno de sus alfiles siento asco, soy discriminatorio, xenófobo, antisemita y racista.
Si planteo que la oposición está diezmada porque en realidad lo que cuenta en esta política es la caja y la caja la tiene el gobierno y no tiene la menor intensión de crear un clima de consenso y armonía para fortalecer el sistema democrático “en serio”, estoy falseando la realidad y creando el caos.
Si digo que este modelo es la culminación del que comenzó el innombrable a fines de los 80 y termina con este, porque no quedará nada que podamos recuperar, estoy conspirando y soy apocalíptico.
Si digo que la libertad de prensa está amordazada también conspiro.
Alguien va a tener que poner coto a tanta desidia. Y que se entienda bien, no soy desestabilizador, no hablo de golpes, no estoy atentando contra la democracia. Si yo elijo un gerente para mi empresa quiero eficiencia, si no me sirve lo echo y si me roba lo denuncio.
Aquí el Congreso tendrá que mostrar que ya es hora de ponerse los pantalones largos. Los muchos senadores, los diputados, los asesores, los secretarios, etc., etc., tendrán que empezar a trabajar para demostrar que la democracia existe.
La Justicia tendrá que hacer su mea culpa y depurarse.
Caso contrario, lamentablemente, no tenemos salida.
Saúl Cymbalista
DNI 7.823.214
socymba@gmail.com